Para situarnos en lo referente a la figura de Sulpicia, es necesario tener cierta constancia de la condición social de la mujer romana. Autores como Virgilio u Ovidio ensalzaban heroínas y musas, pero en realidad han sido los epitafios de lápidas que han llegado hasta nuestros días los que nos han podido acercar a una recreación más realista de la mujer en Roma y, a su vez, han servido como fuente de inspiración para los escritores clásicos. A través de estos epitafios se realza el modelo de una madre indiscutible, su fidelidad conyugal, recatamiento y obediencia. Es así, del mismo modo que desde la época arcaica (753-130 a.C.), la posición femenina giraba en torno a la bona domestica (Balsdon, 1974, pp. 105-108).
Durante la sociedad imperial (27 a.C.-14 d.C.), la mujer tendría que convivir con novedades que iban introduciéndose a medida que avanzaban los años. La época de Augusto marcó una posición distinta hasta entonces sobre la población femenina, y comenzó a valorarse en la mujer el cultivo del espíritu y las habilidades artísticas. Se denota en este periodo ciertas posibilidades de ascender y en casos más aislados, de tener influencia en la vida pública aunque se sigue conviviendo con los valores impuestos siglos atrás (Holgado Redondo, 1976, pp. 228-250).
Sin embargo, la mayoría de ellas no disponían de medios para hacerse ver, y probablemente la mujer de a pie ni se plantearía escribir. Conviene tener estas deducciones en cuenta para investigar a Sulpicia como eje de reflexión sobre la mujer en la escritura latina.
Antes de nada, hay que puntualizar que no se debe confundir con una segunda Sulpicia posterior, que consiguió la celebridad con dos poemas: uno contra Domiciano y otro sobre el amor conyugal. De la que trata este artículo, la Sulpicia que vivió en la época de Augusto, era hija de Servio Sulpicio Rufo y de una Valeria, hermana de Marco Valerio Mesala Corvino, en su juventud compañero de Cicerón y protector de Tibulo.
Por tanto, Sulpicia perteneció a una buena clase social: tenía la posibilidad de rodearse de los más selectos ambientes y de intelectuales que formaban tertulias en torno a su tío Mesala.
El Círculo de Mesala era un cenáculo literario romano de época augustea, formado por un selecto grupo de elegíacos tales como Tibulo, Lígdamo o Cornelio Severo. Así además, era partícipe activa su sobrina Sulpicia.
La poesía elegíaca de época augustea no pretendió ser uno de los géneros más populares, sino uno de los más selectos, solo de élite, admirado por unos pocos entendidos. La elegía latina toma de la griega su tono doloroso y de lamento y, desde el punto de vista formal, su métrica: el dístico elegíaco. Pese a ello, la originalidad de la elegía romana está fuera de toda duda con una marcada expresión de lo personal e intensidad de sentimiento (Ruiz de Elvira, 1999, p. 93).
La mayoría de las poesías atribuidas a este círculo se encuentran recogidas en un volumen relacionado por lo general con Tibulo, el llamado Corpus Tibullianum, dividido en tres partes: una primera parte era un compuesto de diez elegías dedicadas a una mujer casada llamada Plania/Delia; el segundo libro estaba formado por seis poemas alabando a Némesis; por último, el tercer libro está formado por poemas tanto del propio Tibulo como de los demás autores del Círculo de Mesala, y los escritos de Sulpicia. Por tanto, los poemas de Sulpicia no han llegado bajo su nombre, sino insertos en el corpus de las obras atribuidas a Tibulo y por ello son varias las teorías que ponen en duda su verdadera existencia como autora como Alvar Ezquerra y Skoie (González Lázaro, 2016, p. 6).
En este artículo se sigue el orden en el que fueron recogidos y compuestos dentro del Corpus Tibullianum (Cantarella, 1997, p. 184). Se adopta en todos los versos de Sulpicia la traducción española de Aurora López en No sólo hilaron lana (1994):
Al fin me llegó el amor, y es tal que ocultarlo por pudor
antes que desnudarlo a alguien, peor reputación me diera.
Citerea, vencida por los ruegos de mis Camenas,
me lo trajo y lo colocó en mi regazo.
Cumplió sus promesas Venus: que cuente mis alegrías
quien digan que no las tuvo propias.
Yo no querría confiar nada a tablillas sellada,
para que nadie antes que mi amor me lea,
pero me encanta obrar contra la norma, fingir por el qué dirán
me enoja: fuimos la una digna del otro, que digan eso.
El amor de Sulpicia se trata de un amor total y absoluto (elegía XIII). La muchacha tiene un amante de rango inferior y querría pasar más tiempo junto a él, como todos los enamorados. Es sabido que en Roma, en especial entre las clases altas, los matrimonios eran consensuados por las familias basándose en razones económicas y políticas.
En la catorceava elegía su tío Mesala quiere llevarla a las afueras de Roma para celebrar su cumpleaños:
Aborrecible se acerca el cumpleaños, que en el fastidioso campo
triste tendré que pasar, y sin Cerinto.
¿Hay algo más grato que la ciudad? ¿Es apropiada para una niña
una casa de campo el frío río del lugar de Arezzo?
Descansa de una vez, Mesala, preocupado por mí en demasía;
a veces, pariente, no son oportunos los viajes.
Me llevas, pero aquí dejo alma y sentidos
por mi propia decisión, aunque tú no lo permitas
En el siguiente poema (XV) por fin Sulpicia disfruta de mayor libertad, pues parece que Mesala ha dejado de preocuparse tanto por su reputación y la chica se muestra feliz, aunque es consciente de que se mantienen cotilleos a su costa:
¿Sabes que el importuno viaje ya no preocupa a tu chica?
Ya puedo estar en Roma en tu cumpleaños.
Celebremos los dos juntos el gran día de tu aniversario
que te viene por casualidad, cuando no lo esperabas.
Está bonito lo que te permites, despreocupándote de mí
Seguro que yo no voy a caer de repente como una tonta.
Sea tuya la preocupación por la toga y la pelleja que la lleva,
cargada con su cesto, antes que Sulpicia, la hija de Servio.
Por mí se preocupan quienes tienen como motivo máximo de cuita
que no vaya a acostarme con un cualquiera.
Se resaltan estos últimos versos del poema XVI en los que Sulpicia se refiere a Cerinto como «un cualquiera», haciendo hincapié en que no es un hombre perteneciente a su misma clase social y no es adecuado para ella, pero esto a Sulpicia parece no importarle. En ocasiones muestra sus sufrimientos por otras razones, haciendo referencia al amor como una enfermedad y poniendo en duda el amor de Cerinto (XVII):
¿Tienes Cerinto, una devota preocupación por tu chica,
porque ahora la fiebre maltrata mi cuerpo cansado?
¡Ay!, yo no desearía librarme de la penosa enfermedad,
si no creyera que tú también lo quieres.
Pero, ¿de qué me valdría librarme de la enfermedad, si tú
puedes sobrellevar mis males con corazón indiferente?
Otras veces, sin embargo, Sulpicia está exenta de dudas respecto a su amor hacia él y se avergüenza de su insensatez. Sin embargo, estos dos últimos poemas presentados introducen el tema de la enfermedad, muy común en la elegía romana:
Para ti no sea yo, luz mía, un ansia tan ardiente
como parece que fui hace algunos días;
si alguna falta metí, tonta en mi exceso de juventud,
de la que confieso que me arrepiento más,
es haberte dejado sólo ayer por la noche
deseando disimular mi ardiente pasión.
Definitivamente se muestra un repertorio de contradicciones en la ocultación de los sentimientos de Sulpicia. No se debe pasar por alto el tono de la poetisa, el desafío que dirigía a la sociedad del momento, su voluntad y la reivindicación de su autonomía. Tras estos poemas se puede entrever que Sulpicia es una mujer emancipada que decidió vivir su vida acorde al nuevo modelo y que poseyó en gran medida la valentía suficiente para expresarse del modo en que lo hizo no sin olvidar su estatus social. Además, se debe recordar que tenía a su tío, quien poseía una gran influencia y acallaba las voces sobre este enamoramiento que cuenta la joven poetisa.
La silueta de Sulpicia ha provocado un sinfín de especulaciones acerca de su vida: la existencia real de la autora, el romance con Cerinto, el vínculo con el círculo de Mesala y otras cuestiones que hacen el misterio de esta romana aún más palpitante. Seguramente existieron muchas otras escritoras romanas cuya huella nunca llegó a pervivir, sin embargo, la aventajada situación en la que se encontraba Sulpicia y sus dotes literarias pudieron traspasar el tiempo (Veyne 1991, pp. 24-25), aunque bien podría decirse entre las sombras, debido al poco aprecio recibido y a su corta producción. Aun así, la obra de Sulpicia supone el único vestigio como mujer escritora latina que ayuda a tantear la perspectiva de las mujeres durante el imperio de Roma, haciendo de su nombre un enigma fascinante.
Bibliografía
Baldson, J. P. V. D. (1974). Los romanos. Editorial Gredos.
Cantarella, E. (1997). Pasado próximo. Mujeres romanas de Tácita a Sulpicia. Editorial Cátedra.
González Lázaro, B. (2016). Sulpicia: la voz femenina de la poesía romana. Universidad de Salamanca. https://gredos.usal.es/handle/10366/132591
Holgado Redondo, A. (1976). Lengua latina y civilización romana. Educación Santillana.
López, A. (1994). No sólo hilaron lana. Editorial Clásicas.
Millares Maldonado, J. C. (1990). La lengua de Sulpicia: Corpus Tibullianum. Revista Habis, 21, 101-120. https://institucional.us.es/revistas/habis/21/10%20miralles%20maldonado.pdf
Ruiz de Elvira, A. (1999). Silva de temas clásicos y humanísticos. Servicios de Publicaciones de la Universidad de Murcia. Veyne, P. (1991). La elegía erótica romana: el amor, la poesía y el Occidente. Editorial Fondo de Cultura Económica.