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La sombra de la reina: reyes consortes en la Contemporaneidad

Con motivo del Día de la Mujer de 2025 se pone fin a una trilogía comenzada hace un año sobre el papel de los consortes de las reinas a lo largo de la historia. En la primera parte se vio que durante la Edad Media el marido ejercía el papel militar, y muchas veces la totalidad del poder, pese a ser su esposa la verdadera propietaria del reino (Fernández Guisasola, 2024b). En la segunda parte se vio cómo ese papel se mantuvo en la Edad Moderna, aunque cayó en declive durante el siglo XVIII y algunas soberanas (Fernández Guisasola, 2024c) empezaron a gobernar con plenas funciones.

En este artículo se concluirá con los reinados más recientes, y la manera en que los consortes han pasado de invisibilizar a sus mujeres a tener un papel secundario, a ser prácticamente «la sombra de la reina». Hay que tener en cuenta que a partir del siglo XIX el mundo era muy distinto: algunos regímenes autoritarios evolucionaron para convertirse en gobiernos democráticos, donde el monarca solo tenía poder de representación. En ellos fue más sencillo vencer la resistencia a los reinados femeninos, primero en ausencia de parientes varones, y más recientemente siendo la edad (y no el género) lo que distinguía al sucesor (Corcos, 2012). Es de suponer que al no ejercer la soberana un rol ejecutivo, era más fácil vencer las reticencias causadas por los estereotipos de la época.

Posiblemente la reina más conocida en el siglo XIX sea Victoria del Reino Unido, quien ascendió al trono con dieciocho años en 1837. En 1840 contrajo matrimonio con su primo, el duque Alberto de Sajonia-Coburgo y Gotha. Todo apunta a que Ana de Gran Bretaña había creado precedente para sus sucesoras, ya que el marido de Victoria no recibió ninguna atribución como consorte de la reina (Urbach, 2014). Sin embargo, Ana no le dio ningún título a su esposo, que era príncipe de nacimiento, mientras que Alberto, que solo nació como duque, fue elevado al rango de príncipe consorte. Lo más probable es que ni el marido de Ana ni Alberto de Sajonia-Coburgo fueron nombrados reyes consortes para que no se les creyera iguales a sus mujeres, como habían sido los esposos de María I y María II de Inglaterra. 

Pese a no tener un poder oficial, se puede notar su influencia con la reina, sobre todo en aspectos culturales o ceremoniales de la monarquía británica (Baz Vevia 2023a; Baz Vevia 2024b). Victoria sobrevivió a su marido durante cuarenta años, en los cuales mantuvo un luto riguroso por su pérdida (Baz Vevia 2024a).

Figura 1. a) El futuro Eduardo VII con sus padres, la reina Victoria y el príncipe Alberto (Alexander Meyrick Broadley, c. 1847). Fuente. Licencia: Dominio Público. b) Retrato ecuestre de Isabel II de España y el rey Francisco de Asís (Charles Porion, 1867). Museo del Romanticismo. Fuente. Licencia: Creative Commons Attribution-Share Alike 4.0 International. 

El reinado de Victoria coincidió con los de otras mujeres en el resto de Europa. Anteriormente, en 1826, Pedro IV de Portugal abdicó el trono en su hija María II. Era la segunda mujer que gobernaba en Portugal después de su bisabuela, María I, a quien habían casado con su tío, Pedro III, para preservar la dinastía.  Pedro III subió al trono con su mujer, siendo más que un consorte (Graça Feijó, 2006, pp. 268-270). Se siguió la misma lógica con María II, y se la prometió con su tío Miguel, quien a su vez gobernaría hasta que su sobrina-esposa llegara a la mayoría de edad. Sin embargo, este matrimonio nunca llegó a celebrarse. El príncipe Miguel depuso a su sobrina y restauró el absolutismo (Sardica, 2012, pp. 539-541). 

María II fue restaurada en el trono de Portugal en 1834. Al año siguiente se casó con Augusto de Beauharnais Portugal, quien fue conocido como príncipe consorte (Saxe-Coburgo e Bragança, 2024). Es el mismo tratamiento que poco después se usaría para designar al príncipe Alberto. Augusto falleció en 1835, y dos años después María II volvió a casarse con Fernando de Sajonia-Coburgo, primo de la reina Victoria. Al igual que su predecesor, el nuevo consorte recibió el título de príncipe. Sin embargo, tras el nacimiento de su hijo Pedro, se elevó su estatus al de rey. Fernando II tuvo una importante participación en los asuntos políticos, algo que detestaron sus coetáneos portugueses, pero que fue apreciado en el extranjero. Tras la muerte de su esposa en 1853, el trono pasó a sus hijos y Fernando II solo sirvió de regente por su minoría o ausencia (Alves, 2014).

En 1833 Isabel II subió al trono de España con tres años de edad, después de que su padre derogara la ley que dificultaba el ascenso al trono de las mujeres (mal llamada Ley Sálica). Tras un intenso debate sobre con quién debería casarse, la reina contrajo matrimonio con su primo, el infante Francisco de Asís, quien recibió tratamiento de rey consorte (Burdiel, 2010, pp. 159-181). A pesar de tener el título de rey, esto no generó dudas sobre a quién le correspondía la Corona. De hecho, no recibió ningún poder, como se hacía con cualquier reina consorte al uso.

En sus últimos años, Victoria del Reino Unido fue la monarca más longeva de Europa. En contraposición, la más joven era Guillermina de Países Bajos, que ascendió al trono en 1880 con tan solo diez años. Tras su abdicación en 1948 el trono pasó a su hija Juliana, y en 1980 ésta abdicó en su hija Beatriz. Las tres soberanas neerlandesas se casaron con nobles alemanes que recibieron el título de príncipes consortes (Grever & Zanten, 2014), claramente influenciados por el modelo inglés.

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Figura 2. Isabel II de Reino Unido y el príncipe Felipe junto a la reina Juliana de los Países Bajos y su familia (1958). Archivo Nacional de Países Bajos. Fuente. Licencia: Dominio Público. 

El título de príncipe consorte caló en las monarquías europeas. A pesar de que fue Reino Unido quien popularizó el modelo, este tratamiento no volvió a usarse después de la muerte de Alberto. En 1952 ascendió al trono británico la reina Isabel II (Baz Vevia, 2023b). Su esposo Felipe, duque de Edimburgo, no recibió ningún tratamiento por su nueva condición consorte real. Diez años más tarde se le dio el tratamiento de príncipe del Reino Unido, pero no como consorte de Isabel II, sino por la prerrogativa de ésta para nombrar príncipes como si lo fueran de nacimiento (Brandeth, 2004, pp. 194-195).

El título de príncipe consorte también fue empleado por Enrique de Laborde  de Monpezat después de que su mujer, Margarita II, se convirtiera en reina de Dinamarca en 1972 (Fernández Guisasola, 2024a). El príncipe Enrique se mostró públicamente contrario a su título, que le ponía en una posición inferior a la de su hijo mayor. Explicaba que el título de príncipe consorte se creó para evitar que nadie considerara a un consorte masculino como superior de su mujer. Para él, esto ya no tenía sentido ya que nadie dudaría de que la soberana era Margarita II. Por tanto, consideraba que debía ser rey consorte, al igual que cualquier esposa de un gobernante varón era conocida como reina consorte (Iraksen, 2014).

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Figura 3. Margarita II de Dinamarca y el príncipe Enrique (1975). Archivo Nacional de Países Bajos. Fuente. Licencia: Dominio Público.

Aunque difundidas por la prensa sensacionalistas, las observaciones del príncipe Enrique de Dinamarca no tuvieron consecuencias institucionales. De hecho, España también aceptó el tratamiento de príncipe consorte. A pesar de tener el claro precedente de Francisco de Asís, quien fue rey consorte sin que esto socavase las prerrogativas reales de Isabel II, el Real Decreto 1368/1987 afirma que: «Al consorte de la Reina de España, mientras lo sea o permanezca viudo, corresponderá la Dignidad de Príncipe» (BOE, 1987).

En conclusión, durante la Edad Contemporánea se han aceptado los reinados femeninos. Fue facilitado, entre otras razones, por un cambio en el rol de los monarcas cuando se establecieron regímenes constitucionales. Para evitar que se confundiera a los maridos de las reinas con cogobernantes, se les ha llamado príncipes consortes, algo que no ha ocurrido con las mujeres de los reyes, que siguen siendo reinas consortes. Sin embargo, como señaló Enrique de Dinamarca, es posible que esto ya no tenga sentido. En la actualidad nadie duda del papel de una reina que ejerce como jefa de Estado. En cierto modo, lo único que cuestiona su papel es querer disminuir el rol de sus maridos, como si ellas necesitaran una protección añadida para ejercer su posición.

Aunque desde la abdicación de Margarita II en 2024 no hay ninguna soberana en Europa, la mayoría de monarquías tienen como heredera a una mujer. En los próximos años se observarán nuevos reinados femeninos, y qué papel ocupan sus maridos, siempre en una posición secundaria, como si fueran «una sombra».

Bibliografía

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Grever, M., & Zanten, J. (2014). Royalty, Rank and Masculanity. Three Dutch Princes Consort in the Twentieth Century. En C. Beem y M. Taylor (Eds.), The Man behind the Queen (pp. 205-222). Palgrave Macmillan.

Iraksen, T. N. (2014). The Prince Who Would Be King: Henrik of Denmark’s Struggle for Recognition. En C. Beem y M. Taylor (Eds.), The Man behind the Queen (pp. 241-260). Palgrave Macmillan.

Sardica, J. M. (2012). A Carta Constitucional portuguesa de 1826. Historia Constitucional, 13, 527-561.

Saxe-Coburgo e Bragança, C. T. (2024). Duque de Santa Cruz e Príncipe Consorte (1810-1835). Memórias da Academia das Ciências de Lisboa, 67. 363-369.

Urbach, K. (2014). Prince Albert: The Creative Consort. En C. Beem y M. Taylor (Eds.), The Man behind the Queen (pp. 145-156). Palgrave Macmillan.

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