En 1944 el intelectual austríaco Karl Polanyi publicaba La gran transformación, que se convertiría en una de sus obras más conocidas. En este libro el autor reflexionaba sobre los cambios que se habían dado en la Europa contemporánea y como estos habían tenido como resultado la aparición de una nueva sociedad y una cultura distinta. El estudio de Polanyi abarcaba también otros aspectos, como la critica al liberalismo o los cambios que surgieron desde un punto de vista antropológico, pero lo que más nos interesa de esta obra es su nombre. En efecto, fue una gran transformación lo que se produjo en Europa occidental y central, pero también en otras zonas, como Estados Unidos a lo largo del siglo XIX y primera mitad del XX, y que fueron las bases de nuestro mundo actual. Pero ¿a qué nos referimos cuando hablamos de «nuestro modo de vida» o de las «transformaciones» que se produjeron en este siglo? Muy sencillo: a la simple mejora de las condiciones materiales de vida de la población.
En el espacio que acostumbramos a llamar «mundo occidental» es fácil encontrar todo tipo de comodidades desde que nos levantamos hasta que nos vamos a dormir por la noche. En esta parte del mundo la población posee acceso pleno al agua potable, alimentos de muy variada tipología en los mercados, medios de transporte que permiten cubrir grandes distancias en poco tiempo, un aseo diario, sistemas de climatización y un largo etcétera. Pero huelga decir que esto no ha sido siempre así. Es más, nuestras actuales condiciones de vida en el mundo occidental no han encontrado parangón en otras épocas históricas. En este artículo viajaremos al siglo XVII -aunque también a épocas anteriores- para conocer la vida diaria de los hombres y mujeres de la Europa del momento, aunque bien podría decirse que hablamos también de las condiciones de vida de toda la humanidad. Nos centraremos para ello en dos aspectos clave: el sustento diario y la higiene.
EL SUSTENTO BÁSICO: AGUA Y COMIDA
El agua es sin duda un elemento esencial para la vida y la alimentación, toda vez que no solo la consumimos directamente, sino que resulta imprescindible para la producción de alimentos. Pues bien, algo tan simple como abrir un grifo y contar con un suministro estable de agua corriente era simplemente una utopía en la Europa Moderna. En aquellos tiempos era necesario asegurarse el aprovisionamiento de agua casi a diario a través de pozos, ríos o fuentes. El agua potable no abundaba y en ocasiones había que recorrer amplias distancias para conseguirla, con la consiguiente inversión de tiempo que ello suponía, tal y como ha estudiado M. Ángeles Pérez Samper. La escasez de agua era tal, de hecho, que las personas en muchas ocasiones consumían directamente vino.
La imposibilidad de acceder al agua no era ni mucho menos la única de las preocupaciones de las mujeres y hombres de aquellos tiempos. Tenían también que preocuparse por su alimentación. De hecho, la búsqueda de comida constituía la principal de sus preocupaciones, algo que en nuestros días nos parece casi inconcebible. Pero el problema de la alimentación en los siglos modernos no solo residía en la cantidad, sino en la calidad. La comida no solo era escasa y en muchas ocasiones un auténtico privilegio, sino que además, la dieta de la mayor parte de la población era extremadamente pobre puesto que esta basada casi exclusivamente en hidratos de carbono procedentes del pan. No en vano, una de las grandes preocupaciones de los gobernantes fue la de garantizar el suministro de grano para amasar pan.
La carne y el pescado se consumían de forma minoritaria y, en todo caso, su ingesta resultaba insuficiente para cubrir los requerimientos proteicos del organismo humano. La población, por tanto, no solo se hallaba desnutrida cuando no podía acceder a su sustento diario, sino malnutrida a consecuencia de la repetitivo e incompleto de su alimentación. Había poca cantidad y poca calidad. El historiador italiano Alberto Tenenti expone que el consumo de carne descendió en Alemania entre los siglos XV y XVII de 100 a 14 kilos por persona y año. Esta circunstancia es comprensible si tenemos en cuanta que en zonas como Estrasburgo o Sajonia, el precio de la carne se incrementó un 250% en el, eso sí, amplio periodo que va de 1400 a 1600. Así pues, era mucho más frecuente el consumo de hidratos de carbono que de proteínas. Si tenemos en cuenta que estas últimas son esenciales para el crecimiento y el desarrollo muscular entenderemos que su ausencia daba lugar a déficits nutricionales severos.
LA HIGIENE
Otro de los aspectos que más nos llamaría la atención sobre nuestros antepasados de la Edad Moderna es el que tiene que ver con la higiene y el aseo personal, no solo por su escasez o su falta de consideración sino sobre todo por el conjunto de ideas asociadas al concepto de «limpieza» que en nuestros días nos parecerían de lo más estrafalario. El historiador francés Georges Vigarello utiliza el concepto de «aseo seco» para referirse a las prácticas higiénicas en vigor desde la Edad Media, centradas en la limpieza de la ropa y la práctica ausencia del agua para limpiar. Desde la Edad Media también la tendencia fue a cerrar los baños públicos por considerarse lugares pecaminosos en los que era fácil caer en los placeres de la carne. La ciencia renacentista consideraba que el agua hacía el cuerpo vulnerable ya que al abrir los poros daba lugar a la perturbación del llamado «equilibrio de humores» propio de la medicina galénica, y hacía la piel más permeable a la acción de la peste y las enfermedades en general. Y todo ello incluso en el siglo XVIII, cuando ya se empezaron a tomar medidas orientadas a la preservación de la higiene personal y colectiva.
Estas creencias no eran exclusivas de las clases populares o los grupos más desfavorecidos de la sociedad, sino todo lo contrario. Las ideas que hemos visto eran compartidas por grandes pensadores e intelectuales de la Edad Moderna. Un buen ejemplo de ello es el reconocido pensador Erasmo de Rotterdam (1466-1536), que en su tratado De civilitate morum puerilium libellus (Sobre la urbanidad en las maneras de los niños), recomendaba la limpieza con agua al rostro, la boca y las manos. Tomar un baño corporal era algo excepcional. La historiadora M. Ángeles Ortego otorga al baño una connotación casi medicinal, pues se consideraba que las personas sanas no tenían por qué tomarlo.
Continuando con la infancia, incluso en el siglo XVIII, cuando se tomaron las primeras medidas de higiene y salud pública, las actitudes de la población resultaban del todo antihigiénicas. Maria Antónia Lopes nos cuenta que nada más nacer, los niños y niñas en Portugal eran envueltos con bandas de tela y con las extremidades estiradas para que creciesen rectos. Sin embargo, esta costumbre no traía más que problemas. Su ceñido envoltorio hacía que no se les cambiasen las ropas con frecuencia, con lo que las heces y la orina que generaban se acumulaban y claro, con ellas aparecía todo tipo de parásitos. La autora también nos cuenta que, aunque las clases acomodadas habían desechado estas prácticas por perjudiciales, no ocurría lo mismo con los grupos más humildes, que consideraban que los piojos extraían la «sangre mala» y que la orina tenía propiedades curativas, entre otras creencias.
CONCLUSIONES
De todo lo visto, puede deducirse que las condiciones de vida en los siglos modernos eran muy diferentes a las actuales. Tanto era así que muy difícilmente podríamos sobrevivir en un mundo tan diferente al nuestro. Probablemente el hedor, la suciedad y el hambre serían algunos de los aspectos que más llamarían nuestra atención, pero no los únicos. Durante mucho tiempo, esta situación que actualmente calificaríamos de insalubre se mantuvo gracias a la existencia de ideas y concepciones de la vida muy concretas y por lo general poco o nada relacionadas con nuestra visión actual del «bienestar». Con la llegada del siglo XVIII y la aparición de nuevas ideas, sobre el bienestar y el cuidado personal y colectivo de la salud, la situación cambiaría drásticamente, pero eso es otra historia…
BIBLIOGRAFÍA
Lopes, M.A. (2011). Nacer y sobrevivir. La peligrosa infancia en Portugal durante los siglos XVIII y XIX. En F. Núñez Roldán, (coord.), La infancia en España y Portugal. Siglos XVI-XIX (43-68), Madrid: Sílex.
Ortego Agustín M. A. (2009). Discursos y prácticas sobre el cuerpo y la higiene en la Edad Moderna. En , G. A. Franco Rubio (coord.), Cosas de la vida. Vivencias y experiencias cotidianas en la España Moderna (67-92). Madrid: Universidad Complutense de Madrid.
Pérez Samper, M. A. (2011). La vida cotidiana. En A. Floristán Imízcoz (coord.), Historia de España en la Edad Moderna (79-102). Barcelona: Ariel.
Tenenti, A. (2011). La Edad Moderna (XVI-XVIII). Barcelona: Crítica.
Vigarello, G. (1995). Lo limpio y lo sucio. La higiene del cuerpo desde la Edad Media. Madrid: Alianza.