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El mosaico onírico: Un análisis intercultural de la interpretación de los sueños (I)

Además, otras molestias indecibles me incomodaban… Fue entonces cuando, por primera vez, el Salvador empezó a hacerme sus revelaciones. Me ordenó que caminara descalzo, y yo gritaba en el sueño como si fuera vigilia y la orden ya se hubiera cumplido: “¡Grande es Asclepio! Se ha cumplido su orden”. Soñaba que estaba gritando así mientras caminaba. Tras esto vino la llamada de Dios y la partida de Esmirna con destino a Pérgamo para mi buena fortuna. (D.S. II 7)

Discursos Sagrados de Elio Aristides

En esta serie de artículos queremos acercarnos a los sueños desde diferentes perspectivas. Por un lado, nos parece interesante evaluar cómo se han interpretado los sueños en el sentido de su significado, pero por otro, cómo se ha entendido el proceso del sueño. Intentar definir una sin la otra podría dar lugar a una comprensión limitada de todo lo que circunscribe a la cuestión onírica. 

Durante mucho tiempo el sueño era entendido como un trance que permitía poder comunicarse con los dioses. Ejemplo de ello es el texto que hemos recogido al inicio y que fue recopilado en el siglo II d.C. en la obra Discursos Sagrados de Elio Aristides (117 d.C.-181 d.C.). Sin embargo, las interpretaciones e hipótesis sobre qué era el sueño o qué significaba fluctuaron en gran medida desde la antigüedad hasta que la ciencia hizo su aparición en el siglo XX.

La investigación ha dividido la evolución histórica en tres grandes etapas: periodo filosófico: que abarcaría desde la antigüedad hasta el siglo XVII; periodo precientífico: desde el siglo XVIII hasta 1929 y periodo científico: a partir de 1929 (Belloch et al., 2016, pp. 294-295).

Periodo filosófico:

En una primera fase, las propuestas eran meras especulaciones, sin ninguna base o evidencia. Poco a poco se irían recopilando diferentes experiencias y contemplaciones que permitían sustentar las distintas conjeturas.

Las primeras referencias que conservamos escritas sobre el concepto del sueño proceden del Antiguo Egipto, relativas a la interpretación de los sueños. En concreto son los papiros Chester Beatty, datados en torno al año 1350 a.C. Los sueños se consideraban como predicciones contrarias: por ejemplo, un sueño sobre la muerte tenía el significado de una larga vida (Thorpy, 2011, p. 4). 

Figura 1. Papiro de Chester Beatty datado en el siglo IV. Fuente

Continuando cronológicamente, la siguiente referencia destacable procede de la Antigua China, en donde el sueño era visto como un estado de unidad con el Universo. Dicha unidad queda también reflejada en el concepto y en el símbolo del yin-yang (atribuido a Fu Hsi en torno al año 2900 a.C.), entendiéndolo como la interacción de dos principios básicos de la vida: el ying, lo activo, la luz, lo seco, lo cálido, lo positivo, frente al yang: lo pasivo, la oscuridad, el frío, la humedad y lo negativo. De forma paralela se antepondría el sueño frente a la vigilia.

La siguiente civilización de la que tenemos constancia que analizó el concepto del sueño fue la Antigua Grecia, en donde podríamos empezar con Alcmeón de Crotona (s. VI a.C.-V a.C.), quien en torno al siglo VI a.C. plantea la que se conocerá como hipótesis vascular: «el sueño es debido a una retirada de la sangre en los vasos sanguíneos, y que la vigilia consiste en su difusión, y su retirada integral, la muerte» (LM D 32=DK A 18).

Tiempo después encontramos a Empédocles de Agrigento (495 a.C.-435 a.C.) quien postularía su concepción, conocida como la hipótesis térmica (Belloch et al., 2016, p. 294), quedando recogida por Flavio Aecio (396 d.C.-454 d.C.) de la siguiente forma: «el sueño se produce por un enfriamiento moderado del calor en la sangre; y la muerte, por un enfriamiento completo» (LM D 206b=DK A 85) (Santos, 2023, p. 15).

En la isla de Cos encontramos a Hipócrates (460 a.C.-370 a.C.), quien ha tenido probablemente más influencia en la medicina que ningún otro individuo en la Historia, y de donde deriva el Juramento Hipocrático. Para él, «el sueño se debe a que la sangre se desplaza de las extremidades a las regiones internas del cuerpo».

El siguiente ejemplo relevante lo encontramos en la obra de Teofrasto (371 a.C.-287 a.C.) titulada Sobre las sensaciones, en donde atribuye a Diógenes (412 a.C.-323 a.C) la teoría de que la claridad del pensamiento depende de la limpieza del aire y considera la humedad como un elemento perjudicial. Además, clasifica el sueño dentro de las condiciones que disminuyen la capacidad intelectual, junto con la intoxicación por alcohol, el exceso de saciedad y la temprana infancia (Santos, 2023, p. 19):

«El pensar, como se dijo, se debe al aire puro y seco, ya que la humedad embota el entendimiento. Por este motivo, en sueños, en borracheras y en hartazgos se piensa peor. La humedad incluso priva el entendimiento. (…). La causa de que los niños carezcan de inteligencia es la misma: tienen mucha humedad» (LM D 44=DK A 19).

Figura 2. Juramento hipocrático en un manuscrito bizantino del siglo XII. Fuente

Más adelante podemos encontrar otras referencias al sueño dentro del libro IX de La República de Platón (427 a.C.-347 a.C.). En este caso Platón analiza la felicidad de los tiranos. Compara los deseos que realmente necesitamos de aquellos que no. Explica que algunos deseos innecesarios van en contra de las leyes y los describe usando un ejemplo interesante: estos deseos surgen en sueños cuando nuestra parte racional está dormida y nuestra parte más salvaje, llena de comida y bebida, toma control. En sueños, esta parte salvaje se libera completamente y puede hacer cualquier cosa sin sentir vergüenza, desde actos sexuales indebidos hasta cometer asesinatos. Platón comenta que todos tenemos estos deseos prohibidos, pero en la mayoría de las personas dichos deseos son débiles porque están controlados por las leyes y la razón. Sin embargo, en los tiranos, estos deseos dominan su vida, y buscan constantemente satisfacerlos. Según Platón, esto hace que la vida de un tirano sea como estar siempre en un sueño, persiguiendo una felicidad que no es real (Aoiz Monreal, 2022, p. 37; Ugalde, 2017, p. 178).

Por otro lado, Aristóteles (384 a.C.-322 a.C.) hace referencias al sueño en su obra Sobre la adivinación, en donde comenta que las imágenes que aparecen en los sueños o en la vigilia son emanaciones de la noche, en un momento en que el contacto del organismo con el exterior se encuentra más debilitado, lo que favorece la comunicación (Santos, 2023, p. 31). Se le atribuye también la conocida como hipótesis de la ingesta, en donde propone que los alimentos, una vez ingeridos, inducían vapores que eran absorbidos por los vasos sanguíneos y luego transferidos al cerebro, donde inducían somnolencia. Los vapores posteriormente se enfriaban y regresaban a las partes inferiores del cuerpo, alejando el calor del cerebro, lo que provocaba el inicio del sueño. El proceso de sueño continuaba mientras se digieren los alimentos (Thorpy, 2011, p. 7).

Entrando ya en el nuevo milenio descubrimos a Elio Aristides (118 d.C.-180 d.C.) quien plantea que los sueños eran una «emanación divina de Asclepio, incluso cuando el propio dios no interviene de manera directa en las visiones» (Copete, 2002, p. 56). En este mundo la interpretación difiere ya de la egipcia que comentamos líneas arriba: en este caso, si por ejemplo se soñaba con el naufragio de una embarcación, la interpretación de la orden divina era no continuar con el trayecto.

Otro ejemplo y quizás de los más reconocidos en cuanto a su dedicación a los sueños es Artemidoro de Daldis (s. II d.C.), quien escribió la obra principal sobre sueños de la antigüedad, la Oneirocrítica (Artemidorus et al., 1989). En él, analiza diferentes tipos de sueños y su significado, estableciendo categorías y ofreciendo ejemplos de cómo interpretarlos.

A lo largo del artículo, hemos explorado cómo las teorías se entrelazan y evolucionan, moldeadas por las mentes de diversos teóricos. Estas hipótesis fundamentales sirven como piedras angulares para el desarrollo de civilizaciones posteriores. Un ejemplo ilustrativo es el impacto de todas estas ideas en la visión de Galeno en la Roma antigua. Pero para desgranar toda esa influencia tendremos que esperar a la próxima entrega.

Bibliografía

Artemidorus, Ruiz García, E., & Artemidorus. (1989). La interpretación de los suen̄os. Editorial Gredos.

Aoiz Monreal, J. (2022). Márgenes del carácter moral en Aristóteles: Sueño y bestialidad. Ideas y Valores, 71 (180), 35-57. https://doi.org/10.15446/ideasyvalores.v71n180.84401 

Belloch, A., Sandín, B., & Ramos Campos, F. (2016). Manual de psicopatología (Ed. rev). McGraw-Hill.

Copete, J. M. C. (2002). Los sueños y la comunicación con la divinidad en Elio Aristides.  Codex aquilarensis: Cuadernos de investigación del Monasterio de Santa María la Real, 18, 51-68.

Santos, J. A. (2023). El sueño, los sueños y la oniromancia en el pensamiento prearistotélico. Endoxa, 51. https://revistas.uned.es/index.php/endoxa/article/view/28252 

Thorpy, M. J. (2011). History of sleep medicine. En P.  Montagna & S. Chokroverty (Eds.), Handbook of Clinical Neurology (Vol. 98, pp. 3-25). Elsevier. https://doi.org/10.1016/B978-0-444-52006-7.00001-0 

Ugalde, J. (2017). El asombro, la afección originaria de la filosofía. Areté, 29 (1), 167-181. https://doi.org/10.18800/arete.201701.007 

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