No siempre se ha hecho Historia de la misma forma. A lo largo del tiempo, los historiadores han tendido a darle valor a ciertos aspectos frente a otros, que han quedado en un segundo plano o que ni siquiera eran tratados. Algunas de estas formas de hacer historia han llevado a trabajos de investigación que se han basado en el rumor, en la leyenda, en la perspectiva más o menos subjetiva de otros historiadores o en documentos no totalmente veraces. El conocer y reflexionar sobre las diferentes tendencias permite al historiador construir un sentido más crítico, tanto con las fuentes primarias como con las reflexiones y obras de otros historiadores. Adam Schaff en su obra Historia y verdad hace una introducción magnífica sobre las distintas perspectivas en torno a la Revolución Francesa:
«Se descubren divergencias esenciales entre los diferentes historiadores, no sólo en la explicación y la interpretación del hecho histórico, sino también en la descripción y selección de los elementos que lo constituyen, es decir en la articulación del proceso histórico».
Schaff, 1970, p. 10
El positivismo supuso un cambio a la hora de trabajar la Historia, pasando de una historia que podría ser ficticia y edulcorada a una historia más científica y documentada. El Diccionario de la Real Academia de la Lengua Española define al positivismo como: «sistema filosófico que admite únicamente el método experimental y rechaza toda noción a priori y todo concepto universal y absoluto». Como se puede deducir, positivismo deriva de positivo, y si buscamos el término «positivo», la primera acepción es: «cierto, efectivo, verdadero y que no ofrece duda» (Vitoria, 2009). En su etimología positum vendría a ser «lo dado», «el dato», que enlaza perfectamente con la visión del positivismo histórico, en donde todo relato histórico debe girar en torno a las fuentes documentales, los datos.
Pero, para entender mejor la importancia del positivismo histórico y el cambio de paradigma que supuso, debemos recorrer el largo camino de la historia desde sus primeros escritos.
En el Antiguo Egipto, por ejemplo, el historiador Manethon (s. III a.C.), con su obra Historia de Egipto, buscaba, según lo que nos ha llegado a través del historiador judío Flavio Josefo (37-100 d.C.), exaltar la gloria del reinante de turno a partir de los datos de los archivos de los templos egipcios (Aguayo Hidalgo, 2022, p. 57).
En la Roma republicana encontramos a Tito Livio (59 a.C.-17 a.C.) escribiendo la historia del pueblo romano desde los comienzos de la ciudad en la obra Ab urbe condita. El autor se encontró en su trabajo con diversas fuentes, por un lado las procedentes de los anales y por otro lado las leyendas. En su obra, en ocasiones utiliza los relatos legendarios aunque indicando su naturaleza. En unas ocasiones los rechaza, y en otras, simplemente los acepta sin mayor indicación (Casado Quintanilla, 2012, p. 46).
Seguidamente, en la Roma Imperial encontramos a Cornelio Tácito (54-117 d.C.), quien en su obra destaca por una frecuente citación de sus bases para contrastar su versión. Así además se percibe en su obra Los Annales justo en la introducción cuando menciona su lema «sine ira et studio» (Tácito, 1866, p. 2), con el que Tácito manifiesta su intención de escribir con imparcialidad y objetividad (Fernández, 2002, p. 9).
Con la llegada del cristianismo los relatos históricos se entienden como simples acontecimientos que deben ser observados desde la perspectiva general de la Providencia. De ello se deduce que las diferentes civilizaciones históricas no son procesos accidentales, sino eslabones de un amplio desarrollo de la humanidad establecido por Dios. Todo ello desencadena lo que se conoce como historia eclesiástica y la cronografía cristina, que busca ordenar la línea descendente que llega hasta el Mesías. Una de las primeras obras que estructura dicha cronología aparece en el siglo III, Chronographiae, obra de Julio el Africano (160-240). Éste, gracias a las obras de Josefo, de Manethon y otros eruditos profanos establece el nacimiento de Cristo en el año 5500 después de Adán, cumpliendo con el objetivo de esta tendencia historiográfica (Prinzivalli, 2018, p. 277). Más adelante, pero todavía en la Edad Media, vemos como el historiador sigue preocupado por la medición del tiempo, a la par que trata de explicar el devenir histórico como designios divinos sobre la humanidad. Dentro de esta búsqueda de precisión en las cronologías encontramos al historiador eclesiástico Beda el Venerable (673-735), quien establece en su obra De temporum ratione, la necesidad de corrección del calendario juliano con respecto al año astronómico a causa de las desviaciones que venía sufriendo la fecha de la celebración de la Pascua (Plaza Picón & González Marrero, 2006, pp. 118-120). De esta manera, la narración cronológica va ganando relevancia desembocando en la edad de oro de las crónicas medievales. Ejemplo de ello es Historia de rebus Hispaniae o Historia Gothica de don Rodrigo Ximénez de Rada, arzobispo de Toledo (Funes, 2010, p. 2). De ellas se puede extraer una invitación a la reflexión sobre el pasado como medio para evitar recaer en los mismos errores.
Con la aparición del Renacimiento y del Humanismo, la historiografía ve su centro de gravedad modificado, pasando de una historia teocentrista a una antropocéntrica. Así se desprende de la obra del autor florentino Dante Alighieri a comienzos del siglo XIV, De Monarchia (Alighieri et al., 1992, p. 9).
Un poco más adelante encontraremos a Nicolás Maquiavelo (1469-1527) con su máxima de la historia como «maestra de la vida». Para Maquiavelo, el hombre es el responsable de sus aciertos y sus errores, alejándose de la interpretación mediante influencia divina. Sus fuentes son la experiencia acumulada en la actividad política y el estudio de los autores de la antigüedad greco-latina. Entre sus obras destacan El Príncipe o Historias florentinas (Silva Vega, 2018, p. X).
Con la entrada del siglo XVII y XVIII, la figura de Descartes y su filosofía despierta el interés por la búsqueda del rigor y del espíritu crítico. Dentro de esta etapa encontraremos historiadores como Jacques-Bénigne Bossuet (1627-1704), con su obra Discurso sobre la historia universal, en donde mantiene la tradición historiográfica de entender la historia como obra de la Providencia. Frente a él encontramos a Giambattista Vico (1668-1744), quien entiende la historia como el estudio del pasado humano. Vico busca definir los principios del método histórico pues entiende que es diferente al aplicado en las ciencias de la naturaleza. Definió tres principios metodológicos para la Historia: 1) que existen periodos históricos semejantes aunque con diferencias, por más que estén separados en el tiempo; 2) que existe una sucesión de ciclos históricos: fuerza bruta, fuerza heróica, época de justicia, periodo de originalidad, reflexión constructiva y finalmente opulencia, que desencadena el abandono y el despilfarro; y, por último, 3) que la historia no se repite, sino que el nuevo ciclo manifiesta siempre diferencias. A medida que se repiten los ciclos, mejores serían sus etapas. Dentro de los consejos que aporta para el estudio histórico habría que destacar su mención a revisar las fuentes por mucho que ya hayan sido avaladas y revisadas por autoridades en la materia (Casado Quintanilla, 2012, pp. 72-73).
Adentrándonos en el siglo XIX, y a medida que en Francia surgía el movimiento revolucionario, en Alemania algunos profesores de la universidad de Gotinga (Hannover) empezaban a analizar la historia minuciosamente y con un elevado espíritu crítico. Ya no sólo buscaban determinar de forma más precisa y exacta las fechas de los eventos históricos sino que querían engranar los datos económicos, demográficos e institucionales. Esta corriente se denominaría positivismo histórico. En Alemania destacaron Niebuhr, Ranckle y Mommsen, mientras que en Francia los autores positivistas estaban vinculados al L’Ecole de Chartres.
Barthold Georg Niebuhr (1776-1831) sería uno de estos historiadores que pondría en práctica esa visión más crítica en sus obras, conocido por inaugurar el «método histórico crítico». Ejemplo de ello es el estudio Historia Romana, en donde analiza filológicamente todos los documentos (Moradiellos, 2001, pp. 153-154). Es el inicio de la historia documentada que se aleja de la crónica de reyes.
El mayor referente del positivismo histórico es Leopold Von Ranke (1795-1886). Su obra más conocida es Historia de los Papas. Destaca dicho trabajo por la continua mención a fuentes documentales originales. Para Ranke la historia es conocer el pasado «tal como fue» (Barros, 2014, p. 147).
En Francia, el positivismo surge de la mano de Auguste Comte pero dentro de la filosofía. Su obra más relevante en esta línea es Ley de los tres estados. En ella define que el humano recorre tres fases: mitológica-teológica, metafísica y positiva. La frase «toda proposición que no puede reducirse estrictamente al mero enunciado de un hecho, particular o general, no puede ofrecer ningún sentido real e inteligible» (Comte, 1980, p. 28) bien podría definir gran parte de su pensamiento.
Aunque el positivismo supuso un importante cambio en la concepción histórica, rápidamente aparecieron críticas al movimiento. Parte de esas críticas provenían de los límites que concedía el positivismo a la interpretación de las fuentes, condenando el trabajo a una recopilación minuciosa de datos sin apenas análisis. La corriente historiográfica que enfrentaría al positivismo es conocida como la Escuela de los Annales liderada por March Bloch y Lucien Febvre, a partir de la revista Annales d’histoire économique et sociale fundada en 1929 (Aguirre Rojas, 2006, pp. 57-59). Con ello, se abría una nueva etapa historiográfica de amplísima influencia que llega incluso hasta hoy día de la mano de historiadores como Roger Chartier, dentro de la cuarta generación de los Annales, pero eso tendrá que ser tratado en otro artículo.
Bibliografía
Aguayo Hidalgo, F. (2022). Flavio Josefo, transmisor de Manetón [Tesis Doctoral, Universidad de Sevilla]. Repositorio institucional de la Universidad de Sevilla https://idus.us.es/handle/11441/135266
Aguirre Rojas, C. A. (2006). La escuela de los annales. Ayer, Hoy, Mañana (8.ª ed.). Prohistoria Ediciones.
Alighieri, D. et. al. (1992). Monarquía. Tecnos
Barros, C. (2014). Oficio de historiador, ¿nuevo paradigma o positivismo? Diálogos. Revista Electrónica de Historia, 15(2), 141-162. https://doi.org/10.15517/dre.v15i2.14603
Casado Quintanilla, B. (2012). Tendencias historiográficas actuales I. UNED
Comte, A. (1980). Discurso sobre el espíritu positivo. Alianza Editorial.
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Funes, L. (2014). De la crónica medieval a la crónica de Indias: Algunas reflexiones sobre la escritura de la historia en los umbrales de la Modernidad. [Sesión de conferencia]. 2010. IX Congreso Argentino de Hispanistas “El Hispanismo ante el Bicentenario”. La Plata, Argentina. http://sedici.unlp.edu.ar/handle/10915/32603
Moradiellos, E. (2001). Las caras de Clío. Una introducción a la historia. Siglo XXI Editores.
Plaza Picón, F. del M., & González Marrero, J. A. (2006). Un acercamiento a los tratados del cómputo de Beda. Fortunatae: Revista canaria de Filología, Cultura y Humanidades Clásicas, (17), 117-126. https://riull.ull.es/xmlui/handle/915/12843
Prinzivalli, E. (2018). Sentido del tiempo y nacimiento del pensamiento histórico en el cristianismo desde sus orígenes hasta Eusebio de Cesarea. Teología y vida, 59 (2), 253-285. https://doi.org/10.4067/s0049-34492018000200253
Schaff, A. (1976). Historia y verdad. Grijalbo.
Silva Vega, R. (2018). Maquiavelo: La libertad ciudadana en tiempos de crisis. FLACSO Ecuador.
Tácito, C. (1866). Los Anales (Carlos Coloma, Trad.). Diario de Barcelona.
Vitoria, M.A. (2009). Positivismo (s.f.). Philosophica: Enciclopedia filosófica online. Recuperado el 3 de septiembre de 2023, http://www.philosophica.info/archivo/2009/voces/positivismo/Positivismo.html
Magnífico y bien documentado estado de la cuestión historiográfico. Ha sido un placer leerlo.
Muchas gracias Roger, me alegra que te haya gustado.
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