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El canibalismo prehistórico en la península ibérica

Cuando escuchamos el término «canibalismo» lo más seguro es que nuestras mentes evoquen alguna de esas escenas protagonizadas por Anthony Hopkins en El silencio de los corderos, al accidente de aquellos uruguayos en los Andes que tanta conmoción causó en el resto del mundo, o a ciertas tribus indígenas muy alejadas del mundo occidental, por no hablar de los numerosos cuentos populares en los que se hace alusión a este fenómeno de algún u otro modo. Normalmente esas imágenes están cargadas de connotaciones negativas, vistas como algo ajeno a la civilización y lejos de nuestro entorno. Sin embargo, si nos remontásemos unos 800.000 años atrás observaríamos que la idea de lo «civilizado» ha variado en gran consideración. Gracias al avance en los análisis osteológicos, así como en otros campos, hoy en día podemos constatar la presencia de actos relacionados con el canibalismo en prácticamente todas las regiones del mundo a lo largo de la Historia… y Prehistoria, periodo en el que nos vamos a centrar en este artículo.

El canibalismo, o mejor dicho, la antropofagia, es definido por la RAE como el hecho o práctica de comer el ser humano carne de su propia especie. No obstante, el contexto influye mucho a la hora de esta actividad, pudiéndose  diferenciar varios tipos:

1. Canibalismo cultural y/o ritual

En este ámbito podríamos incluir los fenómenos antropófagos que implican la presencia de algún tipo de consentimiento social. A la hora de analizarlos, muchos investigadores suelen realizar una subdivisión que se resume en las dos siguientes tipologías: el endocanibalismo y el exocanibalismo (Aparicio Gervás y Tilley Bilbao, 2015: 76).

El endocanibalismo,  a grandes rasgos, se entiende como el consumo humano de miembros de un mismo grupo, mientras que en el exocanibalismo la antropofagia se realizaría sobre alguien ajeno al núcleo de población (Arens, 1980: 17-18).

Según M. Harris (1985), estos dos conceptos podrían entenderse como un canibalismo de tipo funerario y de tipo bélico respectivamente. En el primer caso, el cadáver es resultado de la muerte natural de algún miembro del grupo, mientras que en el exocanibalismo nos encontraríamos ante cuerpos obtenidos por medios violentos, lo que justificaría que en estos casos se practicase sobre personas procedentes de otro núcleo, siendo vistas como enemigos de los consumidores.

2. Canibalismo de supervivencia

Para la sociedad occidental actual es sin lugar a duda el tipo de canibalismo mejor justificado, puesto que, como su propio nombre indica, se realiza con el objetivo de sobrevivir. El hambre hace «mirar para otro lado», dejando la moral atrás, independientemente del contexto en el que la persona haya crecido. En la obra de Manuel Moros Peña, Historia natural del canibalismo: un sorprendente recorrido por la antropofagia desde la Antigüedad hasta nuestros días (2008), podemos observar incontables ejemplos de episodios donde las personas se han visto obligadas a alimentarse de sus compañeros de especie.

3. Canibalismo patológico

Se trata de la práctica de la antropofagia de forma voluntaria, siendo actualmente considerada un delito penal. En la mayoría de los casos, se encuentra asociada a la necrofilia.

Una vez entrados en materia, y ya poniendo la mirada en la Prehistoria, comienzan a sucederse varias cuestiones. ¿Qué especies del género Homo practicaban la antropofagia? ¿Era algo común, o casual? ¿Cuáles eran los motivos que impulsaban a esto? ¿Entraban en juego todas las tipologías que hemos explicado anteriormente?

Cabe destacar que lo que conocemos de la Prehistoria, en la mayoría de los casos, se asienta sobre un terreno resbaladizo donde no se puede, al menos de momento, responder con certeza a todas las preguntas. En este artículo vamos a centrarnos en esclarecer en la medida de lo posible estas cuestiones, enfocadas en el ámbito de la península ibérica, para lo cual haremos un recorrido por los diferentes yacimientos donde se ha documentado la práctica caníbal.

GRAN DOLINA

El primer caso de canibalismo documentado en la península – y el primero en el resto del mundo hasta la fecha – se localiza en la Sierra de Atapuerca (Burgos). En el nivel TD6 de la Gran Dolina encontramos restos de lo que parecen ser al menos 11 individuos de la especie Homo antecessor, teniendo una cronología de hace unos 800.000 años. Según los análisis realizados, se trata de 6 niños, 3 adolescentes y 2 adultos (Bermúdez de Castro et al., 2010: 11739). Los restos están muy triturados y fragmentados, habiéndose producido esto de forma deliberada por otros humanos. Prueba de ello son las marcas de útiles líticos, desollamiento, extracción del tuétano de los huesos, además de marcas de dientes humanos (Saladié y Rodríguez-Hidalgo, 2016:1039).

Figura 1. Restos con marcas antrópicas por percusión e incisión. Fuente: Carbonell et al., 2010:544.

¿Qué impulsó a este hecho? Conforme iban estudiándose los restos, las teorías para explicar el canibalismo en TD6 han ido variando. La posibilidad de un canibalismo de supervivencia por falta de recursos quedó pronto descartada, ya que, por un lado, la cantidad de restos de animales hallados en el entorno del Homo antecessor indicaba un momento de riqueza y diversidad de especies; y por otro, la constatación de que esta práctica se realizó varias veces a lo largo del tiempo (Saladié y Rodríguez-Hidalgo, 2016:1041).

Autores como Carbonell (2010) lo asocian más bien a un canibalismo cultural, de tipo gastronómico, encontrándose la carne humana incluida en la dieta corriente de los homínidos de entonces.

CUEVA DE EL MIRADOR

Pero no es solo en la Gran Dolina donde observamos evidencias de antropofagia. En la zona sur de la Sierra de Atapuerca se nos presenta la Cueva de El Mirador, una cueva colmatada por diferentes capas de sedimentos que abarcan desde época neolítica hasta la Edad del Bronce, encontrándose en esta última fase los restos de al menos 6 individuos (Cáceres et al., 2007:902).Nuestros protagonistas se localizaron dentro de una pequeña fosa, destacando la separación posiblemente intencionada de seis neurocráneos, que habían sido colocados en el fondo de dicha fosa, bajo los otros restos. Se documentaron fracturas y marcas de corte y desarticulación originados por otros humanos (Vergèset al., 2002:115), además de señales de cocción de los huesos; lo que llevó a los investigadores a plantearse la hipótesis de la práctica caníbal de nuevo en Atapuerca.

Figura 2. Restos de los cráneos, colocados en la base de la fosa, y sobre ellos otros fragmentos. Fuente: Cáceres et al., 2007: 902.

¿Qué tipo de antropofagia tenemos en este caso? Los restos óseos de la Cueva de El Mirador se hallaban sobre vasijas cerámicas, por lo que la primera idea es que se tratara de algún ritual en el que se enterrasen los huesos tras el alimento. Sin embargo, Cáceres et al. (2007) explican que este enterramiento intencional habría sido realizado con posterioridad por otros habitantes de la zona, descartando la hipótesis de un canibalismo ritual, e inclinándose más bien por uno de tipo gastronómico o de supervivencia. Así, por tanto, el comportamiento funerario en El Mirador no estaría relacionado con la antropofagia.

EL SIDRÓN

En Asturias, concretamente en el concejo de Piloña, tenemos la cueva de El Sidrón, en la cual se encontraron restos óseos fragmentados pertenecientes a la especie Homo neanderthalensis. Este yacimiento se incluye en esta recopilación debido a que algunos de ellos mostraban evidencias de manipulación antrópica: marcas de cortes, desollamiento, desarticulación, etc.

Figura 3. Marcas de corte realizadas sobre el extremo distal de un húmero y en una mandíbula. Fuente: Caballero Sastre, 2020:42.

La zona protagonista es la Galería del Osario, en cuyo nivel III fueron hallados los restos humanos de 13 individuos neandertales. No obstante, el depósito de El Sidrón es más complejo de entender, puesto que su formación fue causada a raíz del arrastre de todos los materiales desde una posible galería superior (Caballero Sastre, 2020:46).

Los análisis llevados a cabo en los homínidos de la cueva han mostrado que todos ellos sufrieron de periodos de estrés fisiológico, localizándose entre ellas deficiencias nutricionales, reflejadas en el esmalte de los dientes, donde se observan signos de hipoplasias (Caballero Sastre, 2020:42). Esto llevó a investigadores como Cole (2017) a pensar que el canibalismo practicado sería de tipo alimenticio. No obstante, el desplazamiento que experimentaron los restos implica la falta de una información completa, por lo que la tipología de antropofagia de este lugar no puede ser confirmada al cien por cien. Además, el estudio genético de estos neandertales demostró que los individuos pertenecían a un mismo núcleo familiar cercano (Caballero Sastre, 2020:16), así que bien podría tratarse también de prácticas endocaníbales.

CUEVA DE MALALMUERZO

La cueva de Malalmuerzo se localiza en Moclín, Granada, y en ella encontramos ocupación desde el Paleolítico Superior hasta la Edad del Bronce, además de más adelante en el periodo nazarí, durante el cual también fue utilizada (Botella et al., 2003).

La presencia de canibalismo en esta cueva se da en los niveles neolíticos de ocupación, donde se nos presenta un conjunto de restos humanos dispersos y bastante fragmentados, que además se mezclan con otros restos faunísticos, cerámicos y líticos. Tanto en el conjunto humano – al menos 30 individuos de ambos sexos y de todos los rangos de edad –  como en el animal se han distinguido marcas de corte y desollamiento, que se relacionan de nuevo con el procesado para su consumo, según nos relata Botella et al. (2003).

Junto a estas marcas se han constatado también evidencias de cocción, y algunas alteraciones térmicas vinculadas al desecho posterior al consumo, habiéndose quemado algunos huesos. Esto, ligado al hallazgo de los restos en un contexto de basurero, sin orden y mezclados entre sí (Solari Giachino, 2010: 224), supone para los investigadores el descarte del ritual, volviendo a encontrarnos ante un caso de canibalismo gastronómico.

 Figura 4. Hueso frontal con huellas de desollamiento, marcas de percusión, señales de cocción y quemado. Fuente: Solari Giachino, 2010: 211.

SANTA MAIRA

Al norte de Alicante, en Castell de Castells, tenemos las Coves de Santa Maira, con niveles de ocupación que van desde el Magdaleniense final hasta el Neolítico (Aura Tortosa et al., 2010: 169).

En la unidad estratigráfica 3 (UE 3), correspondiente al periodo mesolítico, se han documentado al menos dos individuos, en cuyos restos se ha podido observar marcas de desarticulación, incisiones, raspados y percusión. Sin embargo, la prueba más interesante, y que demuestra sin lugar a duda el consumo caníbal, son las marcas de mordeduras por parte de humanos, localizadas en dos costillas (Aura Tortosa et al., 2010: 172).

Figura 5. Costilla fracturada, apreciándose dos muescas por mordedura humana en A y B. Fuente: Aura Tortosa et al., 2010: 173. 

En cuanto a las causas que impulsaron a esta actividad, los pocos restos hallados podrían indicar una antropofagia casual (Morales Pérez et al., 2017:18). El canibalismo de supervivencia no parece ser muy convincente, como ocurría en Atapuerca, debido a la amplia variedad de recursos disponibles en el medio. Lo que no se descarta es la posibilidad de que esta práctica estuviera inserta en algún tipo de contexto cultural, puesto que nos situamos ya en un momento de mayor complejidad social y funeraria (Morales Pérez et al., 2017: 18).

CONCLUSIONES

Con este artículo se han querido destacar no solo los yacimientos más comunes – como Atapuerca – sino también otros menos conocidos pero que nos aportan una imagen más completa del canibalismo peninsular prehistórico. Aun así, hay otros que no han sido tratados pero merecen ser mencionados, como los restos hallados en las cuevas de Fuentes de León (Badajoz), la Cueva de la Dehesilla (Arcos de la Frontera, Cádiz) o la Cueva de El Toro, en el Torcal de Antequera (Málaga).

Tras este breve repaso por estos yacimientos podemos afirmar que la práctica de canibalismo prehistórico es un caso de estudio en el que quedan aún muchas cosas por decir y descubrir, y de donde siguen surgiendo nuevas preguntas. Donde sí podríamos dar una afirmación con rotundidad es en la evidencia de esta práctica en todos los periodos prehistóricos: Paleolítico (Gran Dolina), Mesolítico (Santa Maira), Neolítico (Cueva del Malalmuerzo) y Edad de los Metales (Cueva del Mirador), lo que demuestra que no es algo que se descarte conforme se va adquiriendo una mayor complejidad social.

Por ahora, la única especie en la que podríamos confirmar la antropofagia es con el Homo antecessor, de los que teníamos evidencias en Atapuerca. Esto se debe a que hasta el momento no se conoce la existencia de ninguna otra especie coetánea, por lo que debemos suponer que los caníbales serían de la misma especie que los comidos. Sin embargo, en el caso por ejemplo de los Homo neanderthalensis de El Sidrón, sabemos qué especie fue el «plato», pero no la «comensal», ya que coexistían con el Homo sapiens.

Por otro lado, nos queda quizá una de las cuestiones más complejas: ¿por qué lo hacían? Hemos planteado las posibles hipótesis que se contemplan en estos yacimientos para explicar este fenómeno, y pese a ello, aún no podemos seleccionar con certeza la respuesta correcta. La información con la que contamos es limitada, ya sea por su ausencia o mala conservación en el registro arqueológico como por la falta de estudios u otros factores.

BIBLIOGRAFÍA

  • Arens, W. (1979). The Man-Eating Myth: Anthropology and Anthropophagy. Oxford University Press, USA.
  • Aura Tortosa, J., Morales Pérez, J.V. & de Miguel Ibáñez, M.P. (2010). Restos humanos con marcas antrópicas de les coves de Santa Maira. En Restos de vida, restos de muerte, 169-174.
  • Bermúdez de Castro, J.M., Martinón-Torres, M., Prado, L., Gómez-Robles, A., Rosell, J., López-Polín, L., Arsuaga, J.L. & Carbonell, E. (2010). New immature hominin fossil from European Lower Pleistocene shows the earliest evidence of a modern human dental development pattern. En Proceedings of the National Academy of Sciences of the United States of America (PNAS), 107 (26), 11739 – 11744.
  • Botella, M., Jiménez, S. A., Alemán, I., Du Souich, P., & García, C. (2003). Canibalismo en dos lugares neolíticos españoles. Estudio comparativo. En Antropología y Biodiversidad, 1, 65-77.
  • Caballero Sastre, P. (2020). El canibalismo en las sociedades neandertales europeas del Paleolítico Medio: una exploración de contextos y causas. Universidad de Cantabria.
  • Cáceres, I., Lozano, M. & Saladié, P. (2007). Evidence for Bronze Age Cannibalism in El Mirador cave (Sierra de Atapuerca, Burgos, Spain). En American Journal of Physical Anthropology, 133 (3), 899 – 917.
  • Carbonell, E., Cáceres, I., Lozano, M., Saladié, P., Rosell, J., Lorenzo, C., Vallverdú, J., Huguet, R., Canals, A., & Bermúdez de Castro, J. M. (2010). Cultural cannibalism as a paleoeconomic system in the European Lower Pleistocene. En Current Anthropology, 51, 539–549.
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  • Morales Pérez, J. V., Miret i Estruch, C., Salazar García, D. C., de Miguel Ibáñez, M. P., Jordá Pardo, J. F., Verdasco Cebrián, C., Pérez Ripoll, M., Soler Mayor, B., Seguí Seguí, J. & Aura Tortosa, J. E. (2017). Car d’homcert era: Pràctiques de canibalisme en el Mesolític de les Coves de Santa Maira (Castell de Castells, la Marina Alta, Alacant). En Recerques del Museu d’Alcoi, 26, 9 – 22.
  • Saladié, P. & Rodríguez-Hidalgo, A. (2016). Archaeological Evidence for Cannibalism in Prehistoric Western Europe: from Homo antecessor to the Bronze Age. En Journal of Archaeological Method and Theory, 24, 1034 – 1071.
  • Solari Giachino, A. (2010). Identificación de huellas de manipulación intencional en restos óseos humanos de origen arqueológico. Tesis doctoral.
  • Vergès, J. M., Allué, E., Angelucci, D. E., Cebrià, A., Díez, C., Fontanals, M., Manyanós, A., Montero, S., Moral, S., Vaquero, M. & Zaragoza, J. (2002). La Sierra de Atapuerca durante el Holoceno: datos preliminares sobre las ocupaciones de la Edad del Bronce en la Cueva de El Mirador (Ibeas de Juarros, Burgos). En Trabajos de prehistoria, 59(1), 107-126.

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