En la segunda parte de esta serie de artículos dejamos pendiente analizar el porqué de la falta de coherencia poliorcética y cronológica de algunas de estas torres. Dedicaremos pues, esta última entrega a analizar, profundizando en el final de las Guerras de Bandos, el componente simbólico de estas torres.
El fin de las Guerras de Bandos:
Para entender mejor el cambio de paradigma que sufrieron estas torres, repasaremos el contexto del fin de la guerra de bandos. En palabras de Fernández de Larrea, de la misma forma en la que la disolución del poder público provocó el feudalismo —siendo consecuencia de ello las guerras de bandos—, la lenta y larga restauración de dicho poder durante la Baja Edad Media trajo el fin de este conflicto (2009: 85). En este proceso, los poderes municipales, ya oligarquizados por los más poderosos mercaderes, superaron al poder señorial y a las aspiraciones del campesinado, valiéndose del apoyo real para reformar los concejos, limitando así el acceso al poder a los estratos más favorecidos (Díaz de Durana, 2002: 25-26). Las villas, con intención de hacer frente a los desordenes causados por estas luchas y reforzar su poder, crearon las Hermandades a principios del siglo XV, las cuales fueron constituidas y reforzadas por Enrique IV en 1463. Las élites urbanas buscaban con ello, además de su primacía, la normalidad de las actividades artesanas y comerciales por medio del refuerzo de la justicia villana (Díaz de Durana, 1999: 164-166).
Dacosta, huyendo de la simplista explicación que sólo enfrenta a las villas y los parientes mayores, argumentando que el efecto de la mencionada reacción antiseñorial fue limitado y, que los viejos linajes mantuvieron su poder, aduce como una de las causas del fin de las guerras de bandos fue un cambio generacional, pues coincide en época con la muerte de muchos de los más fieros parientes mayores. También menciona la iniciativa pacificadora propia que tomaron muchos de ellos por medio de estrategias matrimoniales, e incluso la habilidad gubernamentativa de los reyes, que colocaron a los viejos linajes a cargo de las políticas expansivas de los reinos (2003: 372-377). Esta pacificación, como se puede ver, trajo una redistribución del poder, dejando por tanto en manos de la burguesía las riendas de las villas y sus concejos, mientras los viejos linajes banderizos redirigieron su mirada a la corte y la órbita militar, en la cual encabezarían guerras y exploraciones de ultramar. No obstante, el mencionado autor también advierte de que en cada territorio la situación variaba, y si bien en Bizkaia el proceso fue de esa forma, en Gipuzkoa la Hermandad tuvo un mayor protagonismo y además se dio una fusión más marcada entre la burguesía villana y los parientes mayores (2003: 380).
El componente simbólico de las casas torre
Según Yrizar, a partir del siglo XV, sobre todo después del desmoche de torres decretado en 1457, se empezó a apreciar la antigüedad de las torres: las que se libraron del derribo se conservaron, adaptándolas como bien sabemos a tiempos más pacíficos para poder albergar mejores condiciones de habitabilidad, pero conservando ciertas características castrenses para certificar la antigüedad y el poder del linaje. En el caso de las torres destruidas, se reutilizaron los viejos sillares en la construcción de los nuevos palacios para darles un aspecto vetusto (1946: 304). El texto de Yrizar, analiza la historia y arquitectura de la torre de los Legazpi. Lo llamativo en este caso es que dicho linaje, según el autor, no tuvo ni arte ni parte en las Guerras de Bandos, pues desde un principio tuvo una faceta más política que bélica (1946: 301). Lo que da a entender este hecho es que la estética de la casa torre era importante en cuanto a lo que a representación de status se refiere, aunque nunca se llegasen a usar, o más tarde, no tuvieran una funcionalidad militar o el linaje fuera carente de antigüedad o prestigio.
Fases constructivas de la Casa de Fagoaga (Luengas, 2017: 928).
Un ejemplo que respalda esta hipótesis sería la tendencia seguida por las torres construidas en el siglo XV. El mejor ejemplo de una de estas «falsas» torres podría ser la torre de los Fagoaga. Este linaje no participó activamente en las Guerras de Bandos, pero a mediados del siglo XV, gracias a su enriquecimiento por medio de la producción de hierro —eran propietarios de muchas ferrerías de la zona— tuvieron una gran influencia sobre los habitantes de Oiartzun (Luengas, 2017: 925). Lo más probable es que el edificio fuera mandado hacer por Juan de Fagoaga a finales del siglo XV a cuenta de los ingresos conseguidos por las ferrerías, para mostrar su superioridad en la jerarquía social. La fachada tiene una jerarquización clara, y el alzado frontal se distingue por su uso de piedra sillar muy labrada, más típica de los palacios de los siglos XV-XVI que de las casas torre. Otras características similares se aprecian en la calidad de los arcos escarzanos del interior del acceso y en la tipología de las cañoneras, pues tienen un sentido más estético que práctico; otro detalle más evidente es la existencia de una puerta de entrada directa a la planta baja, lo cual nos transmite que esta torre nunca tuvo un auténtico carácter militar (Luengas, 2017: 929).
El palacio Fagoaga es un buen ejemplo de la transición entre la casa torre y el palacio tras el fin de las Guerras de Bandos, usando unas soluciones más complejas y más cómodas que las típicas usadas en las casas torres (Luengas, 2017: 933). En la misma medida, se utilizan similitudes con las viejas torres para aristocratizar su aspecto y ensalzar la fama y prestigio del linaje, cosa entendible en el contexto de la familia Fagoaga.
Según Azkarate y García, la construcción de una casa torre generaba un gran movimiento y uso de recursos, aunque fueran por lo general fortificaciones humildes construidas con materiales locales: grandes vigas de madera, ingentes cantidades de piedra, muchos trabajadores a sueldo, el conocimiento y la organización de los trabajos de construcción… esto daba pie a los linajes a demostrar su riqueza y su poder por medio de la construcción de estos edificios; quizás, en casos en los que tales riquezas y poderes no fueran tan grandes, se acudía a la ayuda de linajes compañeros de bando, lo cual también da una idea de la estrecha colaboración y relación entre linajes (2004: 23). En resumen, la casa torre era un exponente material del poder del pariente mayor, pero también simbolizaba la relación del linaje con el territorio, su antigüedad y su prestigio.
Conclusiones
Para entender el valor histórico y patrimonial de estas casas torre, es imprescindible entender su interacción con el medio, tal y como describe la teoría del Sistema Arquitectónico Banderizo de Azkarate y García, pues explica la relación de los linajes con la sociedad y los bienes del feudo, explicando con gran acierto el poder que esto les confería. Teniendo en cuenta el papel militar de la torre y añadiéndole además el componente de organización de la producción local y la importancia material y visual de la propia estructura, se puede explicar el papel simbólico que adquirió para los parientes mayores: si bien la pacificación de la Baja Edad Media arrebató su función militar, les dotó de un prestigio del que se tuvieron que valer los señores feudales en su integración en la esfera de la corte, o para justificar su nobleza ante la generalización de la hidalguía universal en el caso de los linajes más humildes. La materia de estudio es muy interesante e interdisciplinar, lo cual, a pesar de entorpecer hasta ahora el desarrollo de las líneas de investigación por muchas décadas, ha terminado por enriquecer el resultado final de las investigaciones; no obstante, la propia historiografía y los agujeros documentales nos muestran que aún queda mucho por saber acerca de estas estructuras.
Bibliografía:
Azkarate Garai Olaun, A. & García Gómez, I. (2004). “Las casas-torre bajomedievales. Análisis sistémico de un proceso de reestructuración espacial/territorial”. Arqueología de la Arquitectura 3, 7-37. Recuperado de: https://arqarqt.revistas.csic.es/index.php/arqarqt/article/view/59/56
Dacosta Martínez, A. (2003). Los linajes de Bizkaia en la Edad Media : poder, parentesco y conflicto. Bilbao, UPV-EHU, Servicio Editorial. Recuperado de: https://addi.ehu.es/bitstream/handle/10810/15617/UHWEB045555.pdf?sequence=1&isAllowed=y
Díaz de Durana Ortiz de Urbina, J. R. (1999). Luchas sociales y luchas de bandos en el País Vasco durante la Baja Edad Media. Historiar: revista trimestral de historia 3, 154-171. Recuperado de: https://addi.ehu.es/handle/10810/22005
Díaz de Durana Ortiz de Urbina, J. R. (2002). Las Luchas de bandos en el País Vasco durante la Baja Edad Media, en Díaz de Durana Ortiz de Urbina, J. R. & Reguera Acedo, I. (Eds.), Lope García de Salazar: banderizo y cronista. Actas de las II Jornadas de Estudios Históricos “Noble Villa de Portugalete». Recuperado de: https://addi.ehu.es/bitstream/handle/10810/23547/Las_luchas_de_bandos_en_el_Pais_Vasco_en_la_Baja_Edad_Media.pdf?sequence=1
Fernández de Larrea Rojas, J.A. (2009). Las guerras privadas: el ejemplo de los bandos oñacino y gamboino en el País Vasco. Clío & Crímen: Revista del Centro de Historia del Crimen de Durango 6, 85-109. Recuperado de: https://drive.google.com/file/d/12dpEfqxkE_IFlE9IDs_GZNaGVrLtIr6X/view
Luengas Carreño, D. (2017). La casa-palacio de Fagoagoa, en Oiartzun (Gipuzkoa): análisis del sistema constructivo y elementos arquitectónicos originales de una Residencia Señorial Bajomedieval. Actas Vol. 2.indb, Madrid, Sociedad Española de Historia de la Construcción, 925-934. Recuperado de: http://www.sedhc.es/biblioteca/actas/Luengas-Carre__o_.pdf
Yrizar Barnoya, J. (1946). La casa solar de Legazpi. Boletín de la Real Sociedad Bascongada de Amigos del País, II, 3, 299-309. Recuperado de: https://www.rsbap.org/ojs/index.php/boletin/article/view/254/241