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Julio César: Las dos caras de un mismo personaje

Al pensar en el mundo romano (Hibbert, 1987) lo primero que nos viene a la cabeza son imágenes de  películas como Gladiator, Quo Vadis, Ben Hur, o referencias a la cultura popular como Astérix y Obelix. Al profundizar, no obstante, nos damos cuenta de que ese aparente velo de uniformidad de la cultura romana (Jenkyns, 1992) se ha entretejido con bulos, mentiras y engaños que se han ido formando y fortaleciendo con el paso de los siglos. 

Muchas veces, estos romanos que existen en nuestra mente no son los mismos que vivieron hace dos mil años. Su recuerdo está distorsionado tanto por los propios escritores romanos, que transmitieron sus verdades y plasmaron sus opiniones para la posteridad, como por aquellos que años más tarde siguieron sus pasos.

Debido a esto, en muchas ocasiones encontramos relatos que hacen referencia a un mismo personaje y sin embargo, si nos introducimos en la narrativa, parece que están hablando de una persona totalmente distinta. Esto se debe principalmente a quién narra los hechos, si es afín a los ideales del personaje  en cuestión, si ha tenido algún tipo de rivalidad política, amorosa, social o económica, etc. Por tanto, pocos personajes se prestan tan fácilmente a un análisis sobre sus distintas facetas y versiones como la de Julio César, considerado uno de los hombres más ilustres que dio la historia de Roma.

Figura 1. Imagen de Julio César realizada por Netha Hussain mediante Midjourney AI. Fuente. Licencia: Creative Commons CC0 (CC0 1.0 Universal).

La Roma en la que nació César en torno al año 100 a.C. estaba a punto de experimentar un colapso bajo el peso de un sistema que, tras más de cuatro siglos de bonanza y de éxitos, empezaba a devorarse a sí mismo (Lintott, 2003). Aunque se pueda argumentar que César desempeñó un papel en el desenlace fatal de Roma, facilitando así la ascensión de su heredero político, Augusto, la realidad es que durante el siglo I a.C., numerosos indicios sugerían que la República romana estaba destinada a desaparecer, de una manera u otra (Cornell, 2008, pp. 29-69).

César nació en el seno de una familia aristocrática (Badian, 2009, p. 14), los Julia, y ya desde su mismo nacimiento podemos ver las primeras manipulaciones de su historia. Según la creencia popular, el término ‘cesárea’ viene del propio nacimiento de este personaje. Si bien es cierto que los romanos conocían este procedimiento, solo lo llevaban a cabo en aquellos casos  en los que la madre fallecía sin llegar a dar a luz al bebé. Esto era debido a que las posibilidades de realizar una práctica de este calibre y que la madre sobreviviera eran casi nulas debido a la falta de medios. Ahora bien, sabemos que Aurelia – la madre de César- vivió muchos años más después del parto, por lo que podemos asegurar casi con certeza que Julio César nació de forma natural. El único autor clásico que relaciona esta práctica con César es Plinio el Viejo:

«Tienen los mejores auspicios los que, al morir la madre en el parto,  como dicen que nacieron Escipión Africano el Mayor y el primero de los Césares, después de cortar el vientre de su madre, por lo que también se los llamó cesones. De igual modo nació también Manilio, el que entró con su ejército en Cartago» (Plinio el Viejo, 2003, p. 27).

Según su argumentación el nombre familiar Caesar— provenía deun antiguo antepasado suyo que había nacido al ser cortado –caedo- del vientre de su madre muerta, lo que habría derivado en el término Caesar. Por tanto podemos ver como desde los primeros compases de su vida ya hay leyendas y mitos sobre su propio nacimiento.

Siempre se ha afirmado que César era un hombre incansable tanto física como mentalmente (Goldsworthy, 2007, pp. 29-51). Su ambición lo impulsaba a competir constantemente contra sus adversarios políticos (Montanelli, 2003, p. 243), especialmente contra Pompeyo, y lamentaba no haber alcanzado la misma gloria que su modelo ideal, Alejandro Magno. En el año 61 a.C., partió hacia Hispania como propretor para gobernar la provincia Ulterior. De su viaje, estancia y modo de entender la vida, Plutarco nos relata una anécdota que ilustra claramente sus aspiraciones:

«(…) Igualmente se cuenta que en Hispania, un día de ocio, leía César un libro sobre Alejandro; se quedó largo rato ensimismado en sus pensamientos y después rompió a llorar. Sus amigos, asombrados, le preguntaron por qué lloraba, y él les dijo: «¿No os parece motivo de aflicción pensar que Alejandro, cuando tenía mi edad, ya reinaba sobre tan gran Imperio, mientras que yo todavía no he realizado ningún éxito brillante?» (Plutarco, 2010, p. 113).

Poco más de diez años más tarde, conquistada la Galia, César cruzaría el Rubicón para cambiar para siempre el destino de Roma y el suyo propio. Para este momento, César ya sabía que el senado conspiraba contra él para destruir su figura política y que algo tan aparentemente mundano como cruzar un río, supondría una declaración de guerra en toda regla. Si bien es cierto que la conquista de las Galias había traído innumerables beneficios a la República romana en materia económica o de infraestructuras para conectar los territorios bajo dominio romano, la ambición de César, como consecuencia de sus conquistas, había crecido. 

Figura 2. La rendición de Vercingétorix ante César. Fuente. Licencia: Dominio Público (Public Domain).

Con todas las piezas en juego, César se dispuso a cruzar el Rubicón. A pesar de que Suetonio puso en su boca la frase iacta alea est –siendo este el orden en el que aparece en la fuente clásica (Suetonio, 2014, p. 75) y no el inverso (alea iacta est) con el que ha pasado a la historia hasta nuestros días-, es Plutarco quien seguramente nos entrega la frase que realmente pronunció. Según el queronense, César debió hablar en griego, la cual era la lengua franca y erudita del mundo antiguo, y diría lo siguiente: «ἀνερρίφθω κύβος», «sea lanzado el dado» (Plutarco, 2010, p. 130). Si nos detenemos brevemente a analizar la frase de Plutarco, esto sugiere que el dado todavía debe ser lanzado, por lo que no hay nada decidido ni la suerte está echada tal y como se atribuye comúnmente a este momento. Las decisiones que se tomarían a partir de ese momento serían las que finalmente inclinaron la mano del destino en la pelea por el futuro de Roma.

Figura 3. César triunfante. Ilustración de Abraham de Bruyn. Fuente. Licencia: Creative Commons CC0 (CC0 1.0 Universal).

El César, que acababa de declarar la guerra al Senado romano, tenía ya cincuenta años y aún mantenía ese espíritu heroico, incansable y casi legendario que le acompañaría hasta el día de su muerte. Elementos fácilmente reconocibles en el siguiente fragmento de Séneca:

«¿Qué fue lo que empujó a César a atar su destino personal con el del Estado? El deseo de gloria, la ambición y la intemperancia por elevarse sobre todos los demás. No pudo tolerar ni siquiera uno por encima de él, mientras la República toleraba a dos por encima de ella» (Séneca, 1989, p. 185).

A modo de conclusión de este primer artículo, podemos observar como fueron varios los autores del mundo clásico que centraron su narrativa en exaltar la figura de Julio César, acercándose a la divinidad que alcanzaría tras su muerte. No obstante, toda figura tiene sus luces y sus sombras, hecho que también quedó reflejado en la literatura y que lo veremos en la segunda parte de este artículo.

Bibliografía

Badian, E. (2009). From the Iulii to Caesar. En M. Griffin (Ed.), A Companion to Julius Caesar (p. 14).   Blackwell Publishing.

Cornell, T. (2008). The beginnings of Rome: Italy and Rome from the Bronze Age to the Punic Wars. Oxford University Press.

Goldsworthy, A. (2007). César. La biografía definitiva (T. Martín Lorenzo, Trad.). La Esfera de los Libros.

Hibbert, C. (1987). Rome: the biography of a city. Penguin.

Jenkyns, R. (1992). The Legacy of Rome: A New Appraisal. Oxford University Press.

Lintott, A. (2008). The Constitution of the Roman Republic. Oxford University Press.

Montanelli, I. (2003). Historia de Roma. Debolsillo.

Plinio el Viejo (2003). Historia Natural. Libros VII-XI. ( E. del Barrio Sanz, I. García Arribas, A. M.ª Moure Casas, L. A. Hernández Miguel y Mª. L. Arribas Hernáez, Trads.). Editorial Gredos.

Plutarco (2010). Vidas Paralelas. Alejandro y Julio César (C. García Gual, Ed.). EDAF.

Séneca (1989). Epístolas morales a Lucilio (I. Roca Meliá, Ed. y Trad.). Editorial Gredos II.

  • Sergio López Calero

    Graduado en Historia por la Universidad de Córdoba y, actualmente, realizando la tesis doctoral. Mis principales trabajos se han centrado en el estudio del fenómeno religioso en la Antigüedad, destacando especialmente el periodo helenístico y los primeros compases del cristianismo. Miembro del grupo de investigación “Literatura Griega de Época Imperial” (HUM829) y del proyecto de investigación “Instituciones locales, religión cívica y élites urbanas en el Egipto romano (s. II-IV d.C.)” de la Universidad de Córdoba.

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