En los últimos años, la historiografía ha ido dando grandes pasos en el estudio del papel que tuvieron las mujeres de la realeza en la Europa Occidental durante la Edad Media. Su importancia, tanto en el plano político como en el cultural, es algo que cada vez se está poniendo más de manifiesto. En el ámbito hispánico, y más concretamente para el caso castellano, hasta hace pocos años, eran pocas las figuras femeninas de la realeza que habían sido objeto de estudio. Si bien, en los últimos años, cada vez son más los estudios que analizan su papel, renovando la visión del papel casi secundario y limitado que tenían.
Por todo ello, siguiendo en la misma línea, se antoja necesario retroceder a la Castilla de la segunda mitad del siglo XII y analizar a una de las grandes figuras de su tiempo: Leonor de Plantagenet.
INFANCIA Y EDUCACIÓN
Los comienzos de la andadura de Leonor de Plantagenet por el mundo terrenal hay que situarlos en septiembre de 1161, cuando Leonor de Aquitania, su madre, dio a luz a la joven princesa. El nacimiento tuvo lugar en la localidad de Domfort, situada en el ducado de Normandía, al norte de Francia, territorio que pertenecía a la casa Plantagenet y cuyo padre, Enrique II, había consolidado en su fase expansiva sobre la Francia capeta. Leonor fue la sexta de los hermanos y la segunda hija de los ya citados Enrique II y Leonor de Aquitania, probablemente, las dos personas más poderosas de la época, naciendo así en el seno de las grandes familias reinantes de la Europa Occidental.
Aunque a los cronistas de la época y a algunos historiadores en la actualidad les preocupa más el estudio de la edad adulta, lo cierto es que es difícil comprender la personalidad y las actuaciones de las personas sin atender a la infancia de estas. De esta manera, y adentrándonos en dicha cuestión, cabe destacar que los primeros años de vida de nuestra protagonista transcurrieron entre Francia e Inglaterra. Cabe señalar que, en aquel momento, la casa Plantagenet, también conocida como casa de Anjou, gobernante en el reino de Inglaterra, se encontraba en guerra con la casa de los Capetos, gobernante en el Reino de Francia, por los territorios continentales que los primeros tenían en suelo francés. Lo cierto es que, muy importante fue el hecho de que Leonor, siendo niña, viajara por los distintos dominios de sus padres, pues le ayudaría a adquirir una formación que años después plasmaría como reina de Castilla.
Los viajes que hizo Leonor siendo niña los hizo junto a su madre y su hermana mayor Matilde. Ambas ejercieron una gran influencia sobre ella, forjando una personalidad única como en el futuro se iba a demostrar. Sin entrar en detalles, sabemos que en enero de 1163 realizaron un viaje a Inglaterra. Cerca de dos años y medio estuvieron allí, visitando los territorios del reino prácticamente en su totalidad, aunque también se sabe que pasaron ciertos momentos en Winchester, al sur de Inglaterra, donde la familia real tenía una de sus residencias. Tras su periplo por Inglaterra, Leonor volvió junto a su hermana y su madre a Francia, concretamente a Rúan, localidad elegida para finalizar las negociaciones que sus padres estaban llevando para casar a Matilde con Enrique el León, duque de Sajonia y Bavaria. Una vez sellado el acuerdo, Leonor volvió a Inglaterra en otoño de 1166, celebrando en Oxford las navidades en familia. En territorio inglés seguiría nuestra protagonista durante todo el año de 1167. Durante este periodo, la futura reina de Castilla vio como su madre preparaba al detalle las nupcias de su hermana mayor. Aunque por aquel entonces era una niña de apenas seis años, este hecho la marcó profundamente, no sólo a nivel sentimental, pues iba a «perder» a uno de sus principales apoyos, sino también porque los preparativos iban a ser de enorme influencia para sus posteriores nupcias con el rey Alfonso VIII de Castilla.
Tras su estancia inglesa, a finales de 1167, la familia real volvió a territorio continental, pasando esta vez las navidades en familia en Argentan, localidad situada en Normandía. Desde allí viajaría al condado de Poitou, donde prácticamente se asentó durante los dos años siguientes, residiendo casi constantemente en Poitiers, capital del condado, aunque se sabe que Leonor viajó junto a su madre por todo el condado, aprendiendo las labores de administración que su madre ejercía en estos territorios. Este periodo de tiempo fue también clave en la vida de Leonor, pues en aquel momento, las tierras de dicho condado eran conocidas por ser de las más ricas de la Europa Occidental, tanto desde el punto de vista económico, como culturalmente hablando. Además, las similitudes de estos territorios tanto en el clima como en la cultura, con el norte de España, hicieron que una vez que llegó a Castilla, su adaptación fuera algo más sencilla.
Durante su estancia en Poitiers, la joven Leonor completó su educación, un aspecto que desde los primeros momentos de su vida preocupó a sus padres. No cabe duda de que nuestra protagonista recibió un alto nivel educacional, con el objetivo, al igual que el resto de sus hermanos y hermanas, de que estuvieran preparados para desempeñar los papeles a los que estuvieran destinados una vez alcanzada la edad adulta, siempre en las altas esferas de la sociedad. Bajo la base de una educación moral y religiosa, Leonor fue completando su formación mediante distintas actividades de índole intelectual, especialmente la lectura, la narración y la recitación, en las cuales los Plantagenet tenían una gran reputación. A esto ayudó el hecho de que la vida en la corte en Poitou transcurriera de manera gozosa, a ritmo de fiestas y torneos, al son de la viola, del laúd y de la cítara dando un rango de importancia a otras actividades como la música, asociada siempre a las ya dichas.
La educación de la reina Leonor en la corte fue un hecho indudable, no obstante, existen ciertas dudas sobre si fue el único espacio en donde se terminara por formar la reina. En este sentido, es probable que nuestra protagonista, al igual que lo hicieron algunos de sus hermanos, se formase también en la abadía de Fontevrault, situada en el condado de Anjou. No se tiene constancia documental al respecto, por lo que a falta de estudios que lo demuestren, dicha asociación se basa únicamente en el patrocinio de Leonor hacia la abadía siendo ya reina de Castilla y en las similitudes de la abadía junto al gran proyecto de los reyes castellanos: el monasterio de Santa María la Real de las Huelgas de Burgos.
ACUERDO MATRIMONIAL Y LLEGADA A CASTILLA
Tras algo más de dos años, en junio de 1170, la joven Leonor viajó a Burdeos, localidad elegida para terminar las negociaciones que un año antes habían empezado para desposarla junto al rey de Castilla Alfonso VIII. Las reuniones llegaron a buen puerto, comprometiéndose así su futuro con el rey castellano.
Una vez concretado los términos, Leonor fue confiada al cuidado de los enviados de Alfonso VIII. La comitiva que el rey castellano mandó para concretar el matrimonio fue amplia, una gran nómina de eclesiásticos y nobles, entre los que destacaban don Cerebruno, arzobispo de Toledo o el conde Nuño Pérez de Lara, quien fue regente de Castilla durante la minoría de edad del rey castellano. Está claro que el matrimonio se concertó por motivos políticos y dinásticos y de que la alianza anglo-castellana, resultaba beneficioso para ambas partes.
Leonor, junto con el séquito, llegó a la península en septiembre de 1170. Pudo hacerlo por la frontera aragonesa, vía Jaca y Somport, pues en ese momento Castilla y Aragón se encontraban en un periodo de paz y amistad. Fue recibida en Tarazona por su futuro esposo e inmediatamente comenzaron los preparativos para la ceremonia y los festejos nupciales, sobre los cuales no vamos a entrar a detallar.
La cronística castellana de la época reflejó, desde su llegada, las cualidades de la reina. La Crónica Latina cuenta cómo Leonor era «de noble linaje, casta, pura y muy sabia». La Crónica de Veinte Reyes describe a Leonor como una mujer «muy sensible y sabia, conocedora, buena y elocuente». Mientras, la Primera Crónica General, refleja que Leonor fue «educada de forma exquisita, era tranquila y calmada, de singular belleza, muy caritativa, muy buena con su marido, y muy respetable en todas las relaciones que mantuvo con las personas de su ámbito, tratando a cada uno de ellos de acuerdo con su clase». Todo ello hace ver que Leonor podía cumplir con los papeles de reina, que en Castilla, al igual que en otros reinos peninsulares de la época, no sólo era el de dar un heredero, también saber dirigir el hogar y proteger a las instituciones religiosas, así como influir sobre los distintos miembros de la familia real e implicarse en los asuntos políticos, tanto si estos le afectaban o no en lo personal. Por tanto, no es de extrañar que desde sus primeros momentos en Castilla, Leonor tuviera el deseo de reivindicar su poder e influencia no solo en el plano político y económico, sino también en el plano cultural.
EL LEGADO DE LA REINA LEONOR
Sin quererlo, nuestra protagonista comenzó a dejar su huella al momento de convertirse en reina de Castilla. ¿Cómo? El nombre de Leonor, desconocido hasta entonces en Castilla, se introdujo de este modo en la casa real castellana, y hoy en día forma parte del patrimonio onomástico hispánico mucho más que del de otros países. Sin ir más lejos, la próxima sucesora al trono español lleva el nombre de Leonor debido a esta tradición de nombrar a los herederos con el nombre de sus ancestros, siendo en el futuro la primera reina por derecho consanguíneo llamada con este nombre.
Pero si tenemos que analizar la impronta que dejó nuestra protagonista en el mundo hispánico, debemos de centrarnos en dos ejemplos: la expansión del culto a Tomás Becket, difunto arzobispo de Canterbury, y la fundación y posterior promoción, junto con su esposo Alfonso, del monasterio de Santa María la Real de las Huelgas en Burgos.
Para entender el papel de la reina, cabe señalar que durante los siglos XII y XIII, las prácticas de mecenazgo por parte de las reinas y nobles se comenzaron a generalizar, expresando así su poder y autoridad. En definitiva, un vehículo por el que hacerse oír y notar. Además, dichas prácticas tenían un importante componente espiritual, si atendemos a las distintas fundaciones y dotaciones religiosas que los miembros de la realeza y del estamento nobiliar proyectaron a lo largo de esta época y de los siglos posteriores, de la que sin duda, la reina Leonor tuvo un papel destacado.
La joven reina patrocinó la capilla de la catedral de Toledo dedicada a Tomás Becket, arzobispo de Canterbury, de cuyo asesinato se culpó a su padre Enrique II. Cabe destacar que dicho acto fue llevado a cabo bajo la dirección de la propia reina, pues tal y como refleja el documento fundacional, dado en Toledo el 30 de abril de 1179, el establecimiento y dotación de la capilla fue otorgado por Leonor «por gracia de Dios, reina de Castilla, junto a mi marido, el rey Alfonso». El documento además presenta el propio sello de la reina, grabado con la leyenda SIGNUM ALIENORIS REGINA TOLETI, CASTELLE ET EXTREMATURE. Esta singularidad permite poner en relieve el liderazgo y la personalidad de la reina Leonor, ya que en la documentación hispana de la época, lo lógico y habitual era ver al rey junto a su mujer, y no de esta manera. Lejos de analizar artísticamente el espacio, lo realmente importante fue que la fundación de la capilla inició el culto a Becket en Castilla, extendiéndose durante el siglo XIII por toda la península, aunque es posible que ya hubiese ciertos vestigios anteriores a la llegada de Leonor en los reinos de Aragón y Navarra.
Esta iniciativa de culto hacia el difunto arzobispo de Canterbury fue una maniobra brillante por parte de Leonor, cuya práctica consolidó su familia. Así, de una manera tan paradójica como hábil, los Plantagenet convirtieron al mártir de las libertades de la Iglesia de Inglaterra en el protector de su familia. Difundieron su devoción por distintos territorios de la Europa Occidental, y en la península ibérica, el culto por el santo inglés llegó a ser muy popular.
Por otro lado, la construcción del monasterio de las Huelgas, a las afueras de Burgos, supuso un paso más en la labor de mecenazgo de la reina Leonor. El documento fundacional, fechado en junio de 1187, señala que la fundación se hizo de manera conjunta, con un carácter familiar, como demuestra el hecho de que tanto Alfonso como Leonor, junto con sus hijas, Berenguela y Urraca, aparezcan en él. El testamento del propio rey, fechado en 1204, corrobora que la fundación fue una empresa conjunta entre él y la reina Leonor. Ahora bien, existe la controversia sobre el hecho de que dicho monasterio se convirtiese, desde un primer momento, en mausoleo dinástico, siendo el lugar de enterramiento preferente de los distintos miembros de la familia real castellana. La primera prueba documental al respecto es de diciembre de 1199. En dicho documento, el rey Alfonso VIII juró que los miembros de la familia real serían enterrados en él. No obstante, las evidencias arqueológicas, con el hallazgo de tres tumbas, unas de las cuales datada en 1194 por su inscripción, parecen indicar que desde sus inicios, el monasterio fue concebido como un mausoleo dinástico, aunque los estudios aún no han determinado si algunas de esas tumbas pertenecen a alguno de los hijos de los reyes que murieron en fechas anteriores al documento.
Un aspecto bastante importante son los paralelismos que se pueden establecer entre la abadía de Fontevrault y el cenobio burgalés. Ambos espacios fueron concebidos como mausoleos dinásticos, lugares de pervivencia de la memoria regia. Respecto a Fontevrault, la abadía gozo de la simpatía de los padres de Leonor, tanto Enrique II como Leonor de Aquitania fueron sus principales benefactores, hasta el punto de convertirse en mausoleo dinástico para los Plantagenet con el enterramiento del primero y de algunos miembros de la familia real después. Es más que probable que Leonor intentara proyectar este modelo de beneficencia en Castilla, siendo Las Huelgas el lugar idóneo. Además, el hecho de que la abadía francesa se convirtiera en panteón regio en el mismo periodo, junto con la más que notable tradición de la realeza inglesa de establecer un lugar preferente de enterramiento y pervivencia dinástica, como lo fue entre otros, la abadía de Westminster, hacen indicar que el papel de la reina Leonor no solo fue clave en la fundación y desarrollo del cenobio burgalés, sino también en su concepción como panteón dinástico, consolidando una práctica que ya estaba instalada en la península, como bien se constata con San Isidoro de León y los miembros de la realeza leonesa.
Desde el punto de vista artístico, no cabe duda que la influencia francesa en la construcción de Las Huelgas es fruto de la intervención de la reina Leonor. Su arquitectura gótica estaba inspirada en la que entonces se desarrollaba en la región de Anjou, de donde seguramente la reina castellana contrató arquitectos y artistas para su construcción. La nave principal, los arcos y refuerzos externos, así como las bóvedas en las capillas del transepto, son de clara influencia Plantagenet, guardando estrechas similitudes con la construcción de Fontevrault. Esta orientación hacia un estilo «puramente Plantagenet» se mantuvo durante unos años de la mano de su hija Constanza, quien fue abadesa del monasterio burgalés. Este hecho permite corroborar dos cosas: por un lado, la influencia en la cultura de las mujeres de la realeza castellana; por otro, el contacto casi permanente de la reina Leonor con su familia natal.
El papel de la reina Leonor no quedó solo aquí. A finales del siglo XII, Castilla era uno de los focos culturales más importantes de la Europa Occidental. La presencia de trovadores, juglares, músicos y artistas en las sesiones cortesanas presididas por Alfonso y Leonor constituyen una prueba más del mecenazgo cultural y de la influencia de la reina. A esto se le añade el continuo goteo de intelectuales que llegaron desde los dominios Plantagenet a las emergentes escuelas castellanas, como la de Palencia. Este flujo de intelectuales también se dio en sentido contrario, hecho que permitió el desarrollo de las escuelas catedralicias en Castilla gracias a la formación que algunos miembros del estamento eclesiástico tuvieron en territorios Plantagenet.
Lógicamente, no sólo la presencia y actuación de la reina Leonor logró la intensificación de la vida intelectual que se desarrolló durante la segunda mitad del siglo XII, pero sí que contribuyó en buena medida al influjo de nuevas corrientes artísticas y literarias, lo que supuso un renovado impulso a ciertos ámbitos de la cultura castellana.
CONCLUSIÓN
Hemos de considerar a Leonor de Plantagenet como una de las grandes figuras de la Edad Media. El hecho de que fuese hija de Enrique II y Leonor de Aquitania forjó su personalidad. Su educación, sobre la cual sus padres pusieron todo su empeño, permitió a nuestra protagonista desarrollar durante toda su vida un papel destacado en la cultura castellana, gracias, en buena parte, a su enorme iniciativa. Su legado fue y es indiscutible, poniendo tanto a Castilla como a la dinastía Plantagenet, en lo más alto del panorama político-cultural de la época.
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