La dieta paleo, la dieta keto, la dieta Dukan, la dieta Atkins, la dieta LOW-CARB, la dieta carnívora… seguro que te suenan, ¿verdad? Todas estas dietas tienen una cosa en común: se apoyan en la evolución humana como argumento principal para demostrar que son las más adecuadas para nosotros y que, además, nos protegen de enfermedades crónicas de gran prevalencia hoy en día. Argumentan que tras la revolución de la agricultura se han incorporado alimentos a los que no estábamos acostumbrados y a los cuales nuestros genes no han podido adaptarse aún. Dependiendo de la dieta, son distintos los alimentos que se excluyen, se toleran o se consumen en distinta cantidad. En la dieta paleo, por ejemplo, se excluyen los granos, legumbres y los productos lácteos, ya que dicen que no estaban a disposición de nuestros antepasados. En todas ellas se reduce la cantidad de carbohidratos que se ingieren en la dieta en comparación con las recomendaciones de la FAO (Organización de las Naciones Unidas para la Agricultura y la Alimentación).
Las dietas que más reducen el consumo de carbohidratos son las dietas cetogénicas (keto) y la carnívora, siendo esta última en la que más se reducen ya que solo están permitidos productos de origen animal. En la cetogénica una pequeña cantidad de carbohidrato está permitida, pero no demasiada, ya que el objetivo de esta dieta es llevar al cuerpo a un estado de cetosis donde nuestro organismo utiliza mayoritariamente las cetonas provenientes de la grasa como fuente de energía y no la glucosa proveniente de carbohidratos. Entre las dietas existe controversia sobre las frutas, ya que algunas sí las incluyen y otras señalan que las frutas eran muy escasas realmente en el mundo de nuestros antepasados. Pero ¿cuál es la evidencia que tenemos hoy en día respecto a lo que comían nuestros ancestros?
A lo largo de la evolución humana, las diferentes especies de homínidos se han alimentado de los variados recursos que ofrecía la naturaleza. Es cierto que los vegetales y las frutas siempre han sido la base de la alimentación de los primates. No obstante, en este artículo veremos cómo la dieta humana ha sido (y es) mucho más extensa. Como bien dice la frase «adaptarse o morir», las distintas especies humanas (incluida la nuestra) nos hemos adaptado a diferentes entornos y, por lo tanto, a diferentes recursos. Tomaremos como referencia tres especies de dos géneros diferentes (Australopithecus y Homo), cuyo rango temporal va desde hace 4 millones de años hasta hace 30.000 años (Martínez Nyman, S.S., 2020, p. 32). Dentro de los australopitecos, destacaremos la especie Australopithecus afarensis, a la cual pertenece la famosa Lucy. Dentro del género Homo, hablaremos de Homo antecessor y Homo neanderthalensis.
De los australopitecos podríamos decir, en líneas generales, que tenían una dieta predominantemente herbívora. Una dieta basada en frutos secos, frutas, hojas, vegetales blandos, ramas y tal vez algún insecto (Wynn et al., 2013, p. 10498). De manera similar a los chimpancés, probablemente también podrían cazar o carroñear algún mamífero de pequeño tamaño. En el caso de los chimpancés, además, se han documentado casos de canibalismo (Suzuki, 1971, pp. 30-34). Una actividad que se ha podido constatar también en la especie Homo antecessor. Esta última se trata de una especie definida en la Sierra de Atapuerca (Burgos, España) (Pérez-Pérez et al., 2017, p. 4). Sabemos que se trataba de una especie omnívora, que incluía carne humana en su menú. Hay varias hipótesis para explicar el canibalismo en Homo antecessor, pero dado que se ha documentado en varias especies de primates e incluso dentro de algunos insectos (como las mantis) (Mateos Cachorro y Rodríguez, 2010, pp. 36-39), puede que no haya sido algo tan inusual en la evolución humana.
Los neandertales, de sobra conocidos gracias a los numerosos descubrimientos realizados en los últimos años, fueron una especie humana con la que los Homo sapiens se cruzaron (Guimarães y Silva, 2020, p. 99). Hoy en día podemos afirmar sin lugar a duda que los neandertales tenían una gran capacidad de adaptación. Aprovechaban todo tipo de recursos, tanto vegetales como animales, a través de la recolección, la caza y el carroñeo. Su dieta variaba en función de los recursos de cada ecosistema. En zonas de costa, consumían recursos marinos. Ejemplo de ello son las cuevas de Gorham’s y de Vanguard, en las que hay evidencias arqueológicas del consumo de moluscos, anfibios, focas, delfines, atunes y erizos de mar (Stringer et al., 2008, p. 14323). Del mismo modo, en Figuerira Brava los neandertales consumían moluscos, anguilas, congrio, morenas, tiburones y sargos (Zilhão et al., 2020, pp. 4-6). En cuanto a los mamíferos terrestres, cazaban tanto animales de gran talla – rinoceronte lanudo, muflón, caballo o reno – como presas pequeñas – tortugas, conejos, liebres, o aves (Costamagno et al., 2006, pp. 472-476; Brown et al., 2011, p. 253; Weyrich et al., 2017, p. 359; Daujeard et al., 2019, pp. 997-1000; Marin et al., 2019, p. 22). Por otro lado, los vegetales eran abundantes en la alimentación de esta especie humana. Piñones, musgo, setas, legumbres, dátiles, pistachos y bellotas eran sólo algunos de los elementos que incluían en sus platos (Lev et al., 2005, pp. 477-482; Henry et al., 2011, p. 489). Igual que en especies anteriormente mencionadas, el canibalismo también se ha documentado en los neandertales gracias a varias evidencias arqueológicas (Defleur et al., 1999, pp. 130-131; González et al., 2015, p. 82; Rougier et al., 2016, pp. 3-6).
Como podemos ver, a lo largo de los millones de años de evolución humana, ha existido una amplia variedad en la alimentación de las diferentes especies. Por ello, no podemos hablar de un único tipo de dieta, ya que incluso dentro de una misma especie, encontramos variaciones geográficas. Dependemos inevitablemente de la naturaleza, y es, sin duda, el entorno el que moldea nuestra anatomía y fisiología.
Bibliografía
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