Este 16 de abril se cumplieron 146 años de la denominada «Conquista del Desierto» (1878-1885). En este contexto es pertinente repensar, divulgar y contribuir a fomentar una mirada crítica acerca de algunos de los aspectos que han caracterizado a este acontecimiento que, a día de hoy, continúa reivindicando solo una parte de su historia.
¿A que nos referimos cuando hablamos de la «Conquista del Desierto»?
Podríamos decir que se trató de una política desempeñada en el siglo XIX por el Estado Nacional Argentino el cual, en pleno proceso de consolidación, empleó diversas estrategias con el fin de expandirse territorialmente por los actuales territorios que conforman la actual Patagonia Argentina.
¿Por qué lo hizo? Aquel territorio no formó siempre parte del Estado Nacional, sino que se trató de un espacio vivo, habitado por diversas sociedades originarias que tenían sus costumbres, modos de vida y, sobre todo, formas distintas de entender, ver y de relacionarse con un espacio que estaba «(…) articulado internamente y a la vez estrechamente ligado a los mercados de la sociedad estatal» (Jong et al., 2022, p. 22). Sin embargo, aquel espacio mantenía tensiones con dicha sociedad estatal. Momentos de alianza, conflictos y negociaciones fueron transformando las dinámicas sociales, económicas y políticas tanto de la sociedad estatal como de las sociedades la Pampa-Patagonia.
Aquí no buscamos explorar cada una de ellas, sino dar cuenta al lector que, si se puede hablar, estudiar y analizar diversas dinámicas sociales, económicas y políticas que caracterizaron a los territorios de Pampa-Patagonia desde antes del siglo XIX. Resulta paradójico tildar a dicho espacio como un «desierto». Esto cobra mayor relevancia si recordamos que «(…)desde el siglo XIV, ambas sociedades coexistieron separadas por una frontera o zona de contacto permeable, con periodos de paz negociada y con periodos de tremenda violencia mutua, plagados de grandes y pequeñas masacres» (Ferguson y Alimonda, 2004, p. 2) Entonces, ¿a qué se debe dicha caracterización? La respuesta a esta pregunta no es sencilla y, a fin de no simplificar la cuestión, podríamos comenzar diciendo que el «desierto», al menos el que nos ocupa en este trabajo, no es perenne. El «desierto» se construye, y es sobre esta noción que el Estado Nacional llevó a cabo lo que más tarde tildó como su “gesta espectacular”.
Construyendo «Desiertos»
La construcción de la noción de «desierto» cobra fuerza hacia 1870 y se originó en el marco del auge positivista y evolucionista que caracterizó al campo de las ideas hacia finales del siglo XIX. Sumado a pretensiones económicas y políticas, «(…) la idea de ocupar las tierras más allá de la frontera se apoyaba también en la convicción de que los indígenas constituían hordas de salvajes (…) incapaces de civilizarse(…)»(Mases, 2002, p. 40). El desierto se transformaba, de esta manera, en el espacio donde se engendraba el “bárbaro”.
Desde antes de 1845 dicho espacio ya había sido catalogado como un «desierto» por las élites ilustradas. Sin embargo, es a partir de 1870 donde se presentó como el problema principal. A los ojos de los «civilizados» la ocupación de aquel espacio desencadenaría en que el indígena desapareciese, «el desierto aparece como el principal enemigo del desarrollo y de la marcha hacia el progreso general del país y por lo tanto, es necesario la ocupación del mismo que se vuelve una prioridad impostergable(…)» (Mases, 2002, p. 40).

Aquella cuestión, sumada al incremento de las tensiones, llevaron a que con la llegada del general Julio Argentino Roca al cargo de ministro de Guerra y Marina se pasara a una política ofensiva contra el indígena, en sus propias palabras dirigidas hacia el congreso nacional en 1878, el que sería presidente afirmaba: «Es necesario abandonarlo de una vez e ir directamente a buscar al indio a su guarida, para someterlo o expulsarlo(…)» (Mases, 2002, p.44).
Luego de que el plan presentado por Roca fuese aceptado por el presidente Nicolás Avellaneda y convertido en ley por el congreso nacional en agosto de 1878 se llevaron a cabo una serie de «(…) innumerables expediciones formadas por partidas ligeras(…)llegaron al centro mismo del territorio aborigen asestando pequeños pero continuados golpes(…)» (Mases 2002, p. 47). Estos ataques, en un contexto donde el poderío indígena había declinado por diversos factores, fueron esenciales para la derrota de las sociedades indígenas. Julio Argentino Roca consolidó la conquista un año después. Lo hizo con una «(…)marcha triunfal (…) al frente del ejército expedicionario, enarboló la enseña nacional en los márgenes del Río Negro el 25 de mayo de 1879(…)» (Mases, 2002, p. 47). Este acto encabezado por Roca en un territorio tomado a la fuerza no solo contó con la presencia de soldados sino que también participaron de él naturalistas y fotógrafos.
Ambas figuras representan «el progreso» que acompaña la campaña, y mediante un análisis de las fotos tomadas durante la misma se observa que fueron esenciales para construir una «(…)memoria de una victoria militar sobre lo indígena-en realidad, su exterminio-pero también memoria de una cierta versión de la historia y de la construcción del Estado Nacional y sus instituciones (…)» (Ferguson y Alimonda, 2004, p. 2).
Las imágenes, más que un discurso, construyen al «desierto» así como también fomenta la falsa idea de que la conquista fue un acto pacífico. Esto se debe a que el registro fotográfico omite a los indígenas. Las fotos, así como el Estado, deciden qué mostrar y que debe ser ocultado. Mientras se construye un «desierto» también se crean las «ausencias», y esto no es algo nuevo, siendo uno de los actos de la desmemoria, «uno de los principales logros (…) es la sustitución de la realidad histórica, lo que produce una arraigada fantasmagoría social» (Valko, 2013, p. 38) Las fotografías son deliberadas, «(…)lo que acaba siendo resaltado en todas las fotos es un rasgo preciso de la percepción del espacio: el vacío. Eliminados real y visualmente sus habitantes anteriores, la Patagonia se abre ahora como un desafío (…)» (Ferguson y Alimonda, 2004, p. 8).
Aquel «desierto» se presenta como «vacío» por una serie de fotografías que, al glorificar a los “civilizados”, eliminan del registro fotográfico a los indígenas. Esto se sustenta cuando recordamos que «en el total de cincuenta fotografías los indios aparecen solo en cuatro (8%), pero si nos referimos a los aborígenes prisioneros en esa campaña, ese número se reduce a una foto(…)» (Ferguson y Alimonda, 2004, p. 15). Algo que no debemos olvidar es que junto a la eliminación del indígena del registro fotográfico, también se elimina todo rastro de la violencia ejercida, creando así una visión de «guerra limpia».
Conclusión
Para sintetizar, si analizamos en profundidad lo que a primera instancia se presenta a día de hoy como «una gesta espectacular», como una efeméride, terminaremos por encontrar un gran nivel de profundidad y complejidad que nos invita a cuestionar estas ideas. Nos hace repensar aquel «desierto», nos hace dudar de «aquellos bárbaros» y, al hacerlo, nos permite cuestionarnos, no solo sobre lo ocurrido con aquellas sociedades indígenas que habitaron los territorios de la Pampa-Patagonia antes, durante y luego de la conquista, sino que ocurre con sus descendientes a día de hoy. Este trabajo busca ser una puerta de aproximación a esas interrogantes que, para nuestra suerte, tienen y siguen teniendo respuestas.
Bibliografía
Ferguson J. y Alimonda H. (2004). Imágenes, “desierto” y memoria nacional-las fotografías de la campaña del ejército argentino contra los indios- 1879. Revista Chilena de Antropología Visual, 4, 1-28.
Jong, I, Cordero, G., Alemano. (2022). Pensando la tierra adentro. La territorialidad indígena en las pampas y la patagonia (1750-1850). Diálogo Andino, 68, 21-34.
Mases E. H. (2002). Estado y cuestión indígena. El destino final de los indios sometidos en el sur del territorio (1878-1910). Prometeo Libros/Entrepasados.
Valko, M. (2013). Pedagogía de la desmemoria. Crónicas y estrategias del genocidio invisible. Peña Lillo, Ediciones Continente.