Córdoba, 9 de noviembre de 1874…
149 años han pasado desde que la ciudad de los patios y del arte califal vio nacer a uno de los artistas más influyentes y reconocidos del arte español del siglo XX. Un artista que logró plasmar, a través de su obra, la belleza y el misterio de la mujer andaluza. Ese artista se llama Julio Romero de Torres.
La infancia y la juventud de Julio Romero de Torres estuvieron marcadas por el ambiente artístico y humanista que se respiraba en su hogar gracias a su madre, Rosario de Torres Delgado y a su padre, Rafael Romero Barros. Podríamos decir que, ese primer patio cordobés de la Plaza del Potro, vio nacer y crecer a un gran círculo de artistas, donde sin duda la familia Romero de Torres marcaría un antes y un después en la conservación y puesta en valor del patrimonio de su ciudad, destacando así la figura de Rafael Romero Barros como director del Museo Arqueológico, además, de profesor de la Escuela Provincial de Bellas Artes y conservador del Museo Provincial de Bellas Artes de Córdoba (García de la Torre, 2008, pp. 20-22).
Además de la formación con su entorno familiar, desde joven, tuvo la posibilidad de conocer y aprender, de primera mano, acerca de la obra de reconocidos autores en el mundo del arte como Leonardo Da Vinci, Valdés Leal, Édouard Manet, junto a otros artistas, que marcaron su personalidad como pintor.
En su trayectoria como artista, Julio Romero de Torres recibió numerosos galardones debido a su singular estilo pictórico destacando su primera Mención Honorífica en la Exposición Nacional de 1895 con su obra ¡Mira qué bonita era! y Medalla de Oro en la Exposición Nacional de Bellas Artes de 1904 con su obra Chiquita Piconera, entre otros.
En cuanto a su estilo, para entender su obra, podemos diferenciar tres etapas que son clave en su producción artística. Encontramos una primera etapa donde es notoria la influencia de su padre destacando temas relacionados con el realismo social, como pueden ser las obras Ciclo para el Círculo de la Amistad de Córdoba (1905) y Vividoras del amor (1906). Ya adentrados en el siglo XX, tras sus primeros viajes, el «modernismo» y el «simbolismo» se hacen presentes en sus obras. En esta segunda etapa el artista comienza a forjar su propio estilo en el que podemos destacar composiciones donde vemos paisajes cordobeses idealizados, microescenas y figuras en primer plano. Podemos apreciar estas características en su obra Nuestra Señora de Andalucía (1907) y Amor sagrado, amor profano (1908).
«Mi estilo se impuso porque es la verdad».
Julio Romero de Torres.
Podemos considerar el año 1915 como el inicio de su etapa de madurez donde vemos obras como La Gracia (1915) y Cante Hondo (1922-1924). En obras de esta etapa se encuentra la influencia de su mentor Ramón María del Valle-Inclán, además de su singular forma de interpretar el «regionalismo andaluz» siendo protagonista la mujer y el «simbolismo alegórico».
Como se aprecia en la obra de Romero de Torres el «simbolismo» se encontraba muy vinculado al «esoterismo». Con este movimiento el artista buscaba representar mensajes poco conocidos para el público de la época, los cuáles se centraban en situar a la mujer como su principal fuente de inspiración llegando a convertirse en su «musa». De esta manera, el artista quiere transmitirnos que la figura de la mujer no debe ser vista como algo negativo, sino todo lo contrario. Es decir, no buscaba otorgarle a la mujer un significado peyorativo, sino representarla como símbolo de divinidad al igual que hicieron grandes artistas como Tiziano, Velázquez o Botticelli, entre otros.
Las primeras mujeres representadas por Romero de Torres podemos encontrarlas en su entorno familiar, siendo estas su madre, su hermana y su esposa. Una vez que su obra se consolida dentro del «simbolismo» representa a la mujer andaluza a través de diferentes modelos, siendo María Teresa López su principal musa. Esta joven vivía con su abuela, la cuál era vecina del artista quién al conocerla quedó prendado de su rostro juvenil proponiéndole así convertirse en su principal modelo. Algunas de las obras donde María Teresa es protagonista son La Fuensanta (1929) y Chiquita Piconera (1930), etc.
Todas estas modelos influyeron en su obra personificando diversos ámbitos pictóricos como por ejemplo temas mitológicos, bíblicos, profanos y alegóricos. En esas representaciones podemos observar esos inconfundibles rasgos «juliorromerianos» que buscan llevarnos a una realidad oculta. Esa realidad donde la belleza se encuentra supeditada a la emoción, donde el artista quiere que seamos capaces de sentir esas emociones utilizando para ello la fantasía y la sinestesia (Fernández, 2021, pp. 109-112).
Pero además de la figura femenina, la característica más representativa de su obra es la mirada. Una mirada que actúa como espejo del alma, un alma con un mensaje oculto el cual Romero de Torres consigue transmitir a través de los ojos. Esos ojos inconfundibles, que llegan a transportar las emociones que internamente está sintiendo la modelo, como puede ser el caso de Samaritana (1920).
«En este fondo, esencia de flores y cantares,
Manuel Machado, 1912.
os fijó para siempre el pincel inmortal
de nuestro inenarrable Leonardo cordobés».
Esta obra podemos admirarla en el Museo que el artista tiene en su ciudad natal, en la sala de la capilla. Para poder apreciar bien esta obra debemos entrar en la misma y girar hacia la derecha, algo que hice de manera casi impulsada por el poder de atracción de su mirada. Mirada que, en mi caso concreto, me transmite fuego, fuerza y pasión a pesar de la actitud relajada de la mujer. Es un sentir hipnótico que te incita a detenerte ante la obra.
A través de la mirada, el artista revela la personalidad y la historia de la mujer retratada, transmitiendo con ella una intensidad emocional que hace que el espectador conecte con la modelo. Estos ojos no suelen representar una única emoción, sino que cada modelo en cada obra posee en su mirada un sentimiento único y quizás cambiante según el estado de ánimo de quien la mire.
Sin duda, la mirada es un elemento especialmente significativo en la obra de Julio Romero de Torres, quien tenía una habilidad notable para capturar la expresión, la profundidad y el alma a través de los ojos de sus modelos, lo que añadía un elemento distintivo y emotivo a sus retratos. Es por ello, que donde haya un retrato realizado por Julio Romero de Torres, perdurará el rostro de la modelo y quedará inmortalizada el alma de la misma.
Bibliografía
Archivo Digital Julio Romero de Torres. https://consultasarchivo.cordoba.es/consultas/jsp/jrt/win_main.jsp?welcomePage=jsp/jrt/consulta_simple.jsp&success=/jsp/jrt/win_main.jsp&profile=anonimo_jrt
Fernández Vélez, & Romero de Torres, J. (2021). Julio Romero de Torres: vida y obra (1a ed.). Almuzara.
García de la Torre, F. (2008). Julio Romero de Torres pintor: 1874-1930. Arco Libros.
Mudarra Barrero, M. (1999). Artistas que son mujeres y mujeres que son arte. Diputación de Córdoba.
Museo Julio Romero de Torres. https://museojulioromero.cordoba.es/
Romero de Torres, & Brihuega Sierra, L. J. (2003). Julio Romero de Torres: símbolo, materia y obsesión: Córdoba, febrero-mayo de 2003. Tf Editores [etc.].