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La masonería y su simbolismo funerario

Desde bien temprano el ser humano ha tenido la necesidad de acompañar a sus familiares en el tránsito de la vida a la muerte. Incluso los primeros testimonios de ritual de enterramientos son anteriores al Homo sapiens sapiens, estando fechados como los más antiguos los encontrados en la cueva de Shanidar (Irak) realizados por el género Homo neanderthalensis (Rodríguez et al., 2021, p. 128). Numerosos rituales tienen su plasmación en el mundo terrenal a través de los restos materiales, desde los enterramientos más simples en cuevas pasando por los grandes conjuntos dolménicos de la Europa Atlántica, culminando con las pirámides de Egipto. 

El ritual funerario que engloba a ese tránsito conlleva una plasmación no solamente de edificaciones sino de símbolos que expresan las creencias humanas con respecto al más allá o al mensaje vital que pretenden dar a perpetuidad. Estos símbolos han variado a lo largo de la historia y se puede observar en distintos formatos: inscripciones jeroglíficas en el interior de las grandes pirámides del Antiguo Egipto, grabados o pinturas en las ortostatos de los conjuntos dolménicos, o los símbolos esquemáticos presentes en las estelas de guerrero. 

Pero si hay un grupo social que en el ámbito funerario contemporáneo deja huella a través de sus símbolos rituales del mundo de la muerte es el relativo al de todas aquellas personas adscritas a la masonería, que por el mero hecho de ser una sociedad no visible ante el resto de personas «profanas» (entendiéndose como toda aquella persona que no se ha «iniciado» en ninguna logia masónica) con códigos encriptados, aunque fácilmente reconocibles (García, 2013, p. 59). 

La masonería moderna no ha sido una corriente unitaria pues ha estado fragmentada por varias obediencias, aunque sí tiene un origen en común en el año de 1717, con la fundación de la Gran Logia de Londres (García, 2013, p. 60). La primera logia llegaría a España en el año de 1728 por iniciativa del Duque de Wharton (Galán Díez, 2010, p. 215), aunque con presencia efectiva en el territorio nacional a partir del año de 1807 donde las corrientes masónicas entran a través de la presencia del ejército bonapartista en suelo hispano (Benimeli, 1987, p. 58).  

Un siglo XIX que es la gran época de la masonería en España sobre todo en su último tercio en cuanto a influencia de sus componentes en la esfera socio-política del país, creándose un vínculo muy fuerte entre las agrupaciones masónicas y el republicanismo (Benimeli, 2001, p. 105). 

Las relaciones generadas por parte de las asociaciones masónicas con las corrientes más progresistas a nivel político del país eran inevitables por las metas dispuestas a alcanzar por similares organizaciones, ideas fácilmente transversales entre ambos campos de acción. Entre dichos principios se puede resumir que la masonería busca como sus metas principales: 

  • Libertad.
  • Justicia.
  • Fraternidad.
  • Racionalismo.
  • Laicismo.
  • Progreso.

Se trata de propósitos universales que pretendían alcanzar toda persona desde el momento que entraba a formar parte de una logia, y que tendrían su reflejo material en forma de símbolos. Si por alguna cuestión se caracteriza la masonería es por ser una sociedad hermética que no secreta. La entrada no es libre, depende de un proceso semejante al de selección. Este hermetismo reflejaba en el mundo material simbólico un código encriptado debido a un «complejo aparato icónico inserto además, en este caso, en una trama ritual y una puesta en escena que constituyen su principal seña de identidad de cara a los no iniciados» (García, 2013, p. 59). 

Teniendo en cuenta que la carga ritual en la actividad de la vida de un masón era constante, si se traslada al momento de la muerte del mismo individuo ese ritual no iba a desaparecer. Normalmente si había sido un masón activo se le representaba en su tumba con símbolos que permitían evocar funciones de sus principios masónicos en vida.

La mayoría de nichos y panteones que podemos encontrar en un cementerio actual cargados de los símbolos más significativos y comunes se engloban mayoritariamente en un periodo comprendido entre finales del siglo XIX y principios del XX, intervalo temporal que corresponde con el cenit de la expresión simbólica masónica (García Arranz, 2013, p. 63).

¿Cómo podemos apreciar esta simbología para reconocerla en un cementerio en la actualidad? Los siguientes símbolos son los más frecuentes que se vislumbran con relativa facilidad: 

  • Clepsidra alada: Figurativamente representa un reloj de arena alado. Iconográficamente representa el fluir del tiempo, y la inexorabilidad de la muerte. «Para la masonería, la clepsidra significa que el tiempo y el espacio son categorías humanas y que lo concreto es la eternidad» (Sempé de Gómez Llanes y Rizzo, 2002, p. 912).
Figura 1. Clepsidra alada tallada en una tumba relativa a un masón adscrito a una logia masónica, situada en el Cementerio Municipal de Herrera (Sevilla). Fuente: el autor. 
  • Antorcha: Simboliza la purificación del conocimiento para un masón. Representa la iniciación de un masón, que sirve de iluminación que se abre paso ante un mundo de oscuridad (Adam, 2005, p. 38). 
Figura 2. Detalle a la izquierda de la lápida, asomando detrás del pergamino una mano con una antorcha en un nicho de un individuo adscrito a una logia masónica, situada en el Cementerio Municipal de Herrera (Sevilla). Fuente: el autor.
  • Cadena: Alude a la simbiosis entre el cielo y la tierra (Callava, 2020, p. 196).
  • Calavera con tibias cruzadas: Recordaba las primeras enseñanzas del neófito (aprendiz de masón), siendo uno de los objetos más destacados que se encontraba en un habitáculo conocido como la cámara de las reflexiones. Alude categóricamente a la muerte física del individuo para hacerle ver en vida que toda presunción de gloria personal es perecedera (Álvarez Lázaro, 1990, p. 21).
  • Obelisco: Referencia al vigor de la energía masculina por su forma fálica (Callava, 2020, p. 196).
Figura 3. Lápida repleta de simbología masónica situada en el Cementerio de Villaluenga del Rosario, Cádiz.  Se pueden apreciar los símbolos de la cadena, la calavera con tibias cruzadas y el obelisco entre otros muchos símbolos. Fuente: el autor.

Bibliografía

Adam, S. G. (2005). Funébria, dualidad de significación iconográfica en la ciudad de Azul. En L. Maronese (comp.), Primeras Jornadas Nacionales de Patrimonio Simbólico en Cementerios1, 29-42.

Álvarez Lázaro, P. F. (2010). Educación esotérica de la Masonería española decimonónica. Historia De La Educación: Revista interuniversitaria, 9, 13-42.

Benimeli, J. A. F. (1987). Implantación de logias y distribución geográfico-histórica de la masonería española. En J.A.F. Benimeli (Coordinador), La masonería en la España del siglo XIX (pp. 57-216). Symposium de Metodología Aplicada a la Historia de la Masonería Española. Junta de Castilla y León, Consejería de Educación y Cultura. 

Benimeli, J. A. F. (2001). La masonería. Alianza Editorial.

Cuadros Callava, J. (2020). Masonería en Priego de Córdoba. Boletín de la Real Academia de Córdoba de Ciencias, Bellas Letras y Nobles Artes, 99 (169), 179-204.

Galán Díez, I. (2010). Masonería e Ilustración en España.

García Arranz, J. J. (2013). Simbología masónica o los emblemas del autoconocimiento. Palabras, símbolos, emblemas. Las estructuras gráficas de la representación, 59-94.

Rodríguez, R. J., Rodriguez Zoya, L. G., y Rodríguez Zoya, P. G. (2021). Antropogénesis de la intersubjetividad. Subjetividad y Procesos Cognitivos. Vol. 25 (1), 123-148. 

Sempé de Gómez Llanes, M. C., y Rizzo, A. (Octubre, 2002). El neoclasicismo como arquitectura masónica [Sesión de exposición]. En XXII Encuentro de Geohistoria Regional. Resistencia, Chaco, Argentina. https://doi.org/https://sedici.unlp.edu.ar/handle/10915/156573 

  • Juan Jesús Álvarez Luna

    Natural de Herrera. Licenciado en Historia por la Universidad de Sevilla. Becario del programa de movilidad Séneca del Ministerio de Educación con destino en la Universidad Complutense, durante el curso 2011/2012. Ha participado en una decena de excavaciones arqueológicas como estudiante en prácticas. Como personal laboral, trabajó en la conservación de las Termas Romanas de Herrera (Sevilla) y codirigió una vigilancia arqueológica de unas obras civiles con afección a terrenos arqueológicos en los términos municipales de Menjíbar, Cazalilla y Jaén. Actualmente cursa el grado de Arqueología en la Universidad de Granada al mismo tiempo que dirige un programa de teatralización histórica del conjunto arqueológico del Cerro de San Cristóbal de Estepa, localidad donde reside.

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