
Decir quién es Tito Vivas es todo un reto. Como él mismo dice, «viajero y trotamundos de vocación». Tito Vivas es egiptólogo, historiador y arqueólogo. Licenciado en Historia por la Universidad de Alcalá (UAH), con especialización en Egiptología por la Università degli Studi di Pisa, Italia (UNIPI). Desarrolló sus estudios de postgrado especializado en Religiones del Mundo Antiguo en el Instituto de Ciencias de las Religiones de la Universidad Complutense de Madrid (UCM), y los de Egiptología, primeramente, en la Universidad de Jaén (UJA) y después en la Universitat Autònoma de Barcelona (UAB).
Ha participado en varios proyectos arqueológicos en Próximo Oriente, así como en España y en Egipto, en el área de Deir el Bahari, Luxor, la excavación del interior del túmulo QH33 en la necrópolis faraónica de Qubbet el-Hawa, en Aswan, o la del monumento TT353 del mayordomo de Amón, Senenmut, en la orilla occidental de Luxor.
Ha realizado estancias de investigación en Egipto durante varios años, en centros como el Supreme Council of Antiquities del Ministerio de Antigüedades del Gobierno Egipcio o en la American University in Cairo.
Es autor de libros como Tutankhamon, Howard y yo (Ediciones del Viento, 2022), Historia fabulosa de un viaje a Etiopía (Ediciones del Viento, 2020), El viaje de un egiptólogo ingenuo (Ediciones del Viento, 2017) y La entrada al inframundo. Estelas de falsa puerta en el Antiguo Egipto (Editorial Dilema, 2019).
Desde 2023 es Profesor Internacional invitado en los Programas de Egiptología de la Universidad Pontificia Bolivariana de Medellín, Colombia (UPB), formando parte del elenco de profesores que abanderan la introducción de los estudios egiptológicos en este país.
Además de su carrera como investigador y divulgador, es fundador de la Sociedad Histórica de Viajes y Expediciones (https://www.sociedadhistorica.com/), una institución que organiza viajes y expediciones al Mundo Antiguo.
- ¿De dónde viene su pasión por la Arqueología y, especialmente, por la Egiptología?
Mi pasión por la arqueología comenzó de manera completamente inesperada. Cuando tenía diez años, mis padres planearon un viaje a Egipto con unos amigos. Poco antes de partir, uno de ellos tuvo que cancelar por motivos de trabajo, y mi padre, en lugar de permitir que su amigo perdiera el dinero del viaje, decidió conchabarse con él para llevarme a mí en su lugar. Así, sin haberlo planeado, terminé en un país que me atrapó por completo.
Fue allí donde me «picó la oca de Meidum», como dicen los egiptólogos cuando alguien se enamora perdidamente de Egipto y su historia. Pero no fueron las pirámides o los templos lo que me impresionó, sino la manera en que los antiguos egipcios concebían la muerte, el tiempo y la eternidad. Había algo en su forma de ver el mundo que resonaba profundamente conmigo y con el momento que atravesaba mi familia, de luto por la partida de un familiar.
Cuando regresé a casa, todos supieron que esto no iba a ser una simple anécdota infantil, como pensaron mis padres en un principio. Desde entonces, me obsesioné con la historia y la arqueología. A los doce años ya estaba molestando a los arqueólogos municipales de Alcalá de Henares, donde he crecido, para que me dejaran participar en yacimientos cercanos a mi ciudad, para que me dejaran excavar. Y lo logré, aunque con cierta resignación, porque nadie esperaba que un niño de esa edad pudiera tomarse tan en serio algo así. Pero lo hice.
Egipto fue mi primer gran amor arqueológico, y aunque con los años he explorado muchas otras culturas, sigue siendo el epicentro de mi carrera académica. Porque Egipto no es sólo historia, es un espejo en el que podemos vernos reflejados como cultura, con los mismos miedos, sueños y obsesiones que los humanos hemos tenido siempre.
- Como comentamos anteriormente, ha participado en numerosos proyectos arqueológicos, ¿cuál destacaría de todos ellos? ¿por qué?
He tenido la suerte de participar en varios proyectos arqueológicos en Egipto, cada uno con sus propios retos y aprendizajes, pero si tuviera que destacar uno, sin duda sería el que actualmente desarrollo en Deir el-Bahari, al albor de mi tesis doctoral. Este proyecto, que me ha traído de vuelta a uno de los lugares más emblemáticos de la arqueología egipcia, tiene un significado especial para mí porque me permite abordar la arqueología desde una perspectiva más amplia, combinando el estudio del paisaje y la arqueoastronomía con la historia y la arquitectura de este fascinante enclave.
Mi primera experiencia en Egipto fue precisamente aquí, en un proyecto de restauración de un gran monumento de la dinastía XVIII perteneciente a Senenmut, del que he acabado siendo un profundo conocedor. No pude haber tenido una mejor entrada al mundo de la Egiptología: de golpe, en el epicentro de la arqueología mundial, en un lugar que había cautivado a gigantes como Howard Carter. Más tarde, en Asuán, trabajé en la excavación de una gran tumba de Reino Medio en Qubbet el-Hawa, una experiencia apasionante que me permitió seguir adentrándome en los misterios funerarios de la época y en los entresijos más mundanos del mundo académico.
Pero este último proyecto en Deir el-Bahari es el que más me ha calado a nivel personal, porque no se trata de excavar o restaurar y esperar a ver qué surge, sino de intentar entender cómo los antiguos egipcios concebían el espacio sagrado y su relación con los astros y el entorno natural desde una comprensión completa de su pensamiento. Es una manera de leer el pasado desde una óptica más intelectual que material, y eso me motiva enormemente.
- Siguiendo el hilo de la anterior pregunta, ¿qué diferencias encuentra entre una excavación en España y otra en Egipto?
Las diferencias entre excavar en España y en Egipto son enormes, y no solo desde el punto de vista arqueológico, sino también en lo logístico, administrativo y humano.
En primer lugar, está el tema de la financiación. En España, los proyectos en los que yo he trabajado o he dirigido eran completamente privados, en el marco de la arqueología de urgencia. Pero en Egipto, la financiación es un reto constante, especialmente para proyectos extranjeros, que dependen de universidades o entidades que apuesten por ellos. Además, los permisos son un proceso largo y burocrático, ya que cualquier excavación en Egipto debe contar con la aprobación del Ministerio de Turismo y Antigüedades, lo que puede llevar meses o incluso años de gestiones.
Pero lo más notable es la diferencia en el día a día del trabajo de campo. Excavando en Egipto, uno debe acostumbrarse a un ritmo de vida completamente distinto, marcado por el clima extremo, las jornadas que comienzan de madrugada y la convivencia con equipos multidisciplinares donde las diferencias culturales juegan un papel importante. Además, muchas excavaciones suelen ser enclaves bastante aislados (no siempre geográficamente hablando), donde el contacto con el exterior es mínimo o, cuanto menos, diferente y las condiciones pueden ser duras. Esto exige capacidad de adaptación, y también una gran fortaleza mental para sobrellevar la soledad y el aislamiento que implica trabajar en el desierto, el de pensamiento y el literal.
Sin embargo, a pesar de todos estos desafíos, la recompensa es inmensa. Descubrir una estructura o un objeto que no ha visto la luz en miles de años, en un lugar con una historia tan fascinante como Egipto, es una sensación difícil de describir y que hace que todo el esfuerzo valga la pena.
- En el imaginario popular, el arqueólogo es un individuo aventurero, buscador de tesoros y que usa un látigo, ¿cómo cree que ha afectado esta imagen (tanto de forma positiva y/o negativa) a la percepción social de esta profesión? ¿ha repercutido de alguna manera en su propio trabajo?
La figura del arqueólogo aventurero, con látigo y sombrero, ha calado tan hondo en el imaginario popular que, para muchos, sigue siendo la imagen de referencia cuando se habla de arqueología. Y, aunque esto pueda parecer un cliché, no lo veo necesariamente como algo negativo. De hecho, creo que Indiana Jones ha sido una de las mejores cosas que le han pasado a la arqueología en términos de difusión y atractivo social.
Es fácil caer en la crítica de que Indiana Jones no es un arqueólogo, sino un saqueador de tumbas. Pero esta es una visión demasiado simplista y anacrónica, que ignora algo fundamental: Indiana Jones es un personaje de ficción que representa a los arqueólogos de las primeras décadas del siglo XX. No tiene sentido juzgarlo con los estándares éticos y metodológicos de la arqueología moderna. Claro que hoy en día no sería un arqueólogo, pero en su época, los arqueólogos no excavaban con pincel y registro minucioso, sino con pico y pala, a menudo con métodos que hoy consideraríamos destructivos. La arqueología, como disciplina, ha evolucionado enormemente, y la figura de Indiana Jones refleja diversas etapas tempranas de esa evolución. Decir que «Indy no es arqueólogo» es hacer presentismo: es juzgar el pasado con los valores del presente.
A nivel personal, Indiana Jones fue una influencia enorme en mi vida. Recuerdo perfectamente cuando vi Indiana Jones y la última cruzada en el cine Paz, del centro de Alcalá de Henares, y cómo aquello reforzó mi deseo de ser arqueólogo. Pero lo que más me marcó no fue la acción ni la búsqueda de tesoros, sino la idea de que la arqueología era una forma de descubrir el pasado, de conectar con civilizaciones desaparecidas y de entender quiénes somos a través de lo que dejaron atrás. Eso es lo que realmente me atrajo, y creo que es el mensaje más valioso que transmite la saga. Ese, y el de «reírse» en cierto modo de los pseudoarqueólogos de cada etapa.
En cuanto a su impacto en la percepción de la profesión, claro que ha tenido efectos positivos y negativos. Por un lado, ha hecho que la arqueología sea algo fascinante para el público, lo que ha ayudado a generar interés y apoyo a la disciplina. Sin Indiana Jones, seguramente menos niños habrían soñado con ser arqueólogos, y quizá muchos no estaríamos aquí hoy. Pero, por otro lado, también ha creado expectativas poco realistas: hay quienes creen que la arqueología consiste en desenterrar tesoros espectaculares o en descubrir secretos ocultos que cambiarán la historia, cuando en realidad el trabajo de campo es minucioso, lento y, en ocasiones, monótono.
Pero, en mi experiencia, esto no ha repercutido negativamente en mi trabajo, sino todo lo contrario. Me ha permitido conectar con el público de una manera más cercana, porque, al final, lo que hacemos en arqueología no es tan distinto de lo que hace Indiana Jones en el cine: buscamos comprender el pasado a través de los restos materiales que encontramos. No usamos látigos (sombrero sí) ni nos enfrentamos a nazis por el momento, pero sí vivimos grandes aventuras en lugares remotos, desciframos inscripciones, exploramos tumbas y descubrimos fragmentos de historia que llevan siglos esperando ser interpretados. En ese sentido, la arqueología sigue siendo una gran aventura.
- Actualmente, vivimos la Era de la Información, pero también «de la desinformación», como podemos ver en su colaboración con Jesús Calleja en sus vídeos de Instagram lamados #yoestuveallí. ¿Cómo podemos combatir las fakes news y los bulos? ¿Qué papel tenemos como profesionales y divulgadores histórico-culturales ante estas situaciones?
Vivimos en un momento paradójico: nunca habíamos tenido acceso a tanta información, y nunca antes habíamos estado tan expuestos a la desinformación. Porque información no es sinónimo de conocimiento. Es la otra cara de la moneda de la Era Digital: la facilidad con la que circulan datos nos permite aprender más que nunca, siempre que nuestra capacidad de pensamiento crítico sepa discernir la verdad. Porque estas vías también permiten que las mentiras, los bulos y las teorías pseudocientíficas se propaguen con una velocidad y un alcance sin precedentes. En el ámbito de la historia y la arqueología, esto se traduce en afirmaciones delirantes sobre alienígenas construyendo pirámides, civilizaciones perdidas que contradicen todas las pruebas científicas o supuestos descubrimientos «censurados» por una élite imaginaria que quiere ocultar la verdad.
Pero esto no es una novedad, lo que hace interesante preguntarse: ¿por qué estas teorías preocupan tanto hoy, si llevan circulando más de medio siglo? El llamado «periodismo del misterio» no es nuevo; lleva desde los años 50 y 60 vendiendo relatos pseudocientíficos sobre civilizaciones perdidas, tecnologías imposibles y contactos extraterrestres. Erich von Däniken ya en los años 60 popularizó la idea de los «antiguos astronautas», y desde entonces ha habido toda una industria lucrándose de estas narrativas. La diferencia reside en que antes estas ideas quedaban relegadas a nichos concretos: revistas esotéricas, programas de radio nocturnos o libros que uno encontraba en secciones marginales de las librerías. Hoy, en cambio, gracias a internet y las redes sociales, estas teorías han salido de esos márgenes y se han convertido en parte del discurso mainstream.
Y aquí es donde nosotros, los profesionales y divulgadores, tenemos una responsabilidad enorme. Porque, en mi opinión, la desinformación tiene una doble naturaleza: no es sólo un problema de ignorancia, sino también de narrativa. Las pseudociencias triunfan porque ofrecen relatos atractivos, emocionantes, que despiertan la curiosidad y dan respuestas fáciles a preguntas complejas. Y si queremos combatirlas, no basta con desmentirlas fríamente: hay que hacer divulgación con la misma pasión con la que ellos venden sus cuentos.
En mi caso, he tratado de combatir estas falsas narrativas a través de la divulgación en redes, en televisión y en radio. Es lo que ocurrió en esos videos de #YoEstuveAllí con Jesús Calleja. Y siempre intento hacerlo desde el conocimiento, sí, pero también desde el humor, la diversión, la ironía y el sarcasmo. Cosa que no es nada fácil, porque ridiculizar estos discursos no siempre es la mejor manera de desmontarlos. Hay que tener mucha mano izquierda para no herir susceptibilidades, para generar empatía. No podemos limitarnos a decir «esto no es cierto» o «usted es un ignorante» con una actitud condescendiente y paternalista, porque eso soólo refuerza la brecha entre la ciencia y el público general. Hay que contar la verdad de forma atractiva, didáctica y, sobre todo, accesible.
El papel de los profesionales no puede ser el de guardianes de un conocimiento elitista, sino el de puentes entre la academia y la sociedad. Debemos usar todos los medios a nuestro alcance—y ahí juegan un importante papel las redes sociales—para hacer que la historia y la arqueología sean más fascinantes que la fantasía.
El problema actual no es que estas teorías existan—siempre han existido—sino que ahora tienen una capacidad de difusión sin precedentes, y que las barreras entre lo que es información rigurosa y lo que es pura invención se han diluido. Lo que nos obliga a repensar nuestra estrategia como divulgadores: ya no basta con desmontar mitos en círculos académicos o en documentales especializados. Tenemos que estar en las mismas plataformas donde estos bulos se difunden, tenemos que usar los mismos lenguajes y formatos, y tenemos que competir por la atención del público.
La pregunta clave es: ¿queremos indignarnos porque estas teorías están más presentes que nunca, o queremos entender por qué están triunfando para combatirlas eficazmente? Yo apuesto por lo segundo. Sólo conociendo las reglas del juego podemos cambiarlo.
- ¿En qué consiste su colaboración en el programa Universo Calleja?
Mi colaboración en el programa Universo Calleja ha sido muy especial, porque me ha permitido combinar mi pasión por la arqueología, la historia y la divulgación con el formato innovador de un programa que, más allá de las aventuras, busca ofrecer una experiencia de descubrimiento y aprendizaje a través del puro entretenimiento. Universo Calleja es un nuevo formato de Jesús Calleja en el que, a través de diversos episodios, se exploran lugares fascinantes del mundo, pero con un enfoque más personal y profundo. Jesús ya no se adentra en estos lugares desde una perspectiva de aventura deportiva, sino que también busca comprender las historias, las culturas y los secretos que guardan esos destinos, sumergiéndose en su historia y patrimonio.
En mi caso, mi papel en el programa ha sido el de compañero de confianza y cicerone excepcional para Jesús y sus amigos durante su aventura en Egipto. A lo largo de varios capítulos, acompañé a Jesús en su recorrido por algunos de los lugares más emblemáticos y misteriosos del país, aportando mi conocimiento en arqueología e historia. Les conduje a través de los monumentos, templos, tumbas y paisajes egipcios, compartiendo detalles, anécdotas y explicaciones que permiten a los espectadores no solo disfrutar de las maravillas de Egipto, sino también entenderlas en su contexto histórico y cultural.
Más allá de ser una mera guía, mi objetivo era también generar una experiencia auténtica para los participantes del programa, mostrándoles el Egipto profundo, lleno de misterio pero también de descubrimientos personales que se sustentan en la investigación y el conocimiento. En este formato, cada capítulo será una oportunidad para compartir la verdadera historia de Egipto y desmentir las teorías erróneas que tanto han distorsionado la percepción de la civilización egipcia. La aventura y el aprendizaje se entrelazan, y es un honor ser parte de este proyecto que acerca la arqueología y la historia a una audiencia más amplia.
- Dentro de su línea de investigación se encuentra la Arqueología Bíblica. Es un campo muy interesante, pero también muy desconocido, que estudia de forma objetiva los restos materiales de culturas mencionadas en la Biblia sin interpretaciones dogmáticas. ¿Cuáles son los principales retos a los que se enfrenta este campo de estudio?
La Arqueología Bíblica es un campo fascinante y, a la vez, complejo. Aunque no me considero un especialista en Arqueología Bíblica. Mi enfoque está más centrado en las Ciencias de las Religiones, que me permiten abordar las religiones antiguas desde una perspectiva más amplia, interdisciplinaria y cultural. Sin embargo, he tenido la oportunidad de participar en expediciones basadas en grandes hitos de la Biblia, como la búsqueda del Arca de la Alianza, el Arca de Noé o la investigación sobre la existencia histórica de Jesús.
Los principales retos de este campo de estudio son diversos y no se limitan a los aspectos arqueológicos. Primero, está la cuestión de las interpretaciones dogmáticas que, en muchos casos, han influido en la manera en que se investigan ciertos temas. Hay una tendencia a que las preguntas y respuestas sobre temas bíblicos se orienten hacia un enfoque más religioso o teológico, lo que puede cerrar puertas a un análisis objetivo basado en los restos materiales y en los contextos históricos en los que esos textos fueron escritos.
El otro reto, tal vez el más grande, es el de la identidad. Para mí, estas expediciones no tratan de encontrar objetos o reliquias, sino de explorar las raíces de nuestra cultura. Busco entender cómo estas narrativas y figuras religiosas han influido en el pensamiento, la moralidad y la identidad colectiva de civilizaciones enteras. La Biblia, como texto central de la cultura occidental, ha dejado una huella profunda, pero no necesariamente como una verdad inamovible. La verdadera cuestión es cómo, a lo largo de los siglos, esas historias han sido interpretadas, adaptadas y vividas, sin importar cuánto tienen de reales o de fantásticos los elementos que narran.
Por último, está la problemática de la preservación de sitios y materiales. En muchos casos, los lugares de interés bíblico están sujetos a la destrucción por diversas causas, como los diversos conflictos armados, el turismo masivo o las siempre comunes limitaciones presupuestarias para la conservación.
- Ha escrito numerosos libros inspirados en trabajos arqueológicos y descubrimientos de Próximo Oriente y Etiopía, ¿hay proyecto de una nueva publicación? ¿Qué destacaría sobre su faceta como escritor?
Sí, hay un nuevo proyecto editorial en camino, un libro titulado Guía de Egipto para piramidólogos y marcianos (Ediciones del Viento, 2025). Se trata de una nueva aventura que, al igual que mi primer libro, El viaje de un egiptólogo ingenuo—del que podríamos considerarlo una segunda parte—, recorre Egipto, pero con una diferencia crucial: esta vez ya no soy tan ingenuo.
El libro es una exploración de los grandes misterios que la pseudociencia ha intentado atribuir a Egipto a lo largo de los años, pero analizados desde una perspectiva crítica y divertida. Sin embargo, no se limita a desmontar falacias con explicaciones racionales, sino que va mucho más allá: profundiza en la raíz de la superstición humana y en por qué necesitamos creer en lo extraordinario. A través de este viaje, no solo se desmienten mitos, sino que también se reflexiona sobre la forma en que el ser humano construye sus certezas, sus miedos y sus creencias.
Además, la historia se desarrolla en compañía de un personaje muy especial, cuya identidad no revelaré todavía, pero que es un homenaje a una gran obra clásica de la literatura de aventuras, al igual que en su momento rendí tributo a autores como Nigel Barley en mis anteriores libros.
En cuanto a mi faceta como escritor, escribir siempre ha sido una forma de compartir. No tanto mis conocimientos (eso me resulta pretencioso), sino más bien mis preguntas, inquietudes y asombros. No se trata solo de divulgar historia o arqueología, sino de contar historias que enganchen, que inviten a la reflexión y que permitan viajar a través de las páginas. Al final, el mejor conocimiento es aquel que se transmite de manera amena y apasionante, y ese es el espíritu que intento plasmar en cada uno de mis libros. Por eso no me prodigo con los ensayos de historia y sí con la literatura de viajes que es, ante todo, literatura.
- Como fundador de Sociedad Histórica de Viajes y Expediciones, ¿cuáles cree que son los principales errores que cometemos viajando y visitando lugares históricos?
Uno de los principales errores que cometemos al viajar y visitar lugares históricos es confundir el viaje con el simple desplazamiento. Por mucho que las empresas de publicidad se empecinen en tratar de diferenciar entre «turista» y «viajero». En realidad, lo único que hacen es esconderse tras palabras como «sostenibilidad» y «experiencialidad», pero rara vez alcanzan las cotas de aventura y exploración que definieron los grandes viajes de la era victoriana o las expediciones de las sociedades geográficas. En aquel entonces, cada travesía tenía un propósito: descubrir, cartografiar, comprender… Había una meta, un logro que alcanzar, y eso convertía el viaje en una empresa épica.
Hoy, en cambio, viajamos sin objetivo, consumiendo destinos como si fueran productos de una estantería de supermercado. La búsqueda del descubrimiento ha sido reemplazada por la búsqueda del «momento», de la foto perfecta que hemos visto en el Instagram de otro, del instante efímero que se disuelve en el algoritmo de las redes sociales. Pero viajar debería ser mucho más que eso.
Por eso, en los viajes que propongo y organizo desde la Sociedad Histórica de Viajes y Expediciones, el argumento temático está siempre por encima del destino. No se trata de ir a Egipto, Etiopía o Israel por el hecho de estar allí, de coleccionar un cromo más como decía Susan Sontag. Sino de vivir un viaje que tenga una narrativa, un propósito, una historia que contar. Al anteponer el relato al lugar, evitamos convertir los escenarios históricos en meros parques temáticos. En su lugar, devolvemos al viajero a la esencia de la exploración: no se trata de ver, sino de descubrir.
- Y, por último, ¿qué consejo daría a los jóvenes (y no tan jóvenes) que están considerando desarrollar una carrera en Arqueología, y concretamente a aquellos que quieren especializarse en Egipto y/o Próximo Oriente?
Mi consejo para quienes sueñan con una carrera en arqueología, especialmente en Egipto y el Próximo Oriente, es simple: abandonad todo romanticismo. La arqueología no es viajar por el mundo, ni vivir aventuras, ni encontrar tesoros. No es desenrollar momias con música épica de fondo, ni descubrir templos ocultos con un revólver en una mano y un látigo en la otra. La arqueología es método, paciencia y burocracia. Es pasar horas bajo el sol registrando estratigrafías, peleando por permisos, buscando financiación y lidiando con administraciones que tienen más capas que las tumbas que queréis descubrir. Es escribir informes, rellenar papeles y, en el mejor de los casos, encontrar un fragmento de cerámica que te alegre el día. En resumen: es un trabajo duro, mal pagado y lleno de desafíos.
Ahora bien… si has superado los lloriqueos propios de la profesión que escucharas por doquier cuando compartas tu vocación y, aun así, sigues en tus trece de ser arqueólogo o arqueóloga, enhorabuena. Porque significa que has entendido la esencia del asunto tal y como yo la veo: la arqueología no es una profesión, es una forma de mirar el mundo. No es una afición romántica, es un compromiso con la historia y con la verdad. Y entonces sí. Si te lo propones, viajarás por el mundo, vivirás aventuras y, con un poco de suerte, encontrarás tesoros (aunque sean de otra naturaleza distinta a la que te imaginas). Al menos, yo lo he conseguido. Y me divierte mucho.
Si lo logras, si no sucumbes, si resistes, si consigues hacer de la arqueología una vida, entonces estarás dentro de un club muy exclusivo. Porque la arqueología es, sobre todo, una forma de ver el mundo, de interpretar el pasado y de contar historias como nadie más las ha contado. Uno no se aburre nunca de sí mismo.
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Entrevistada por:
Mª Dolores Rodas Romero
Área de Comunicación