La caza, actividad esencial para la supervivencia de las primeras comunidades humanas, adquirió en Egipto un simbolismo único. A través de ella, los faraones no solo enfrentaron a la naturaleza, sino que proyectaron un discurso de poder y orden cósmico. Este artículo explora cómo la representación de la caza evolucionó hasta convertirse en un recurso ideológico clave durante el Reino Nuevo.
Durante el Periodo Predinástico (Naqada I-II-III), ya se representaban escenas cinegéticas, con frecuencia relacionadas con la pesca y la caza de aves, en pinturas rupestres y artefactos como cerámicas y paletas. Estas representaciones evidencian la relevancia de estas actividades para asegurar tanto el sustento cárnico como la protección (Hamed, 2015).
Con el paso del tiempo, la caza dejaría de ser solo una actividad necesaria para la supervivencia. Así, en el Periodo Histórico, se convierte en una actividad social encargada de renovar las relaciones sociales entre los miembros de la élite y de recordar al resto del conjunto su estatus privilegiado. No obstante, también se le debe entender desde el contexto de emergencia del estado, donde se perfeccionaría la figura del faraón: individuo en calidad de líder que siempre se mostraba victorioso ante animales peligrosos (Incordino, 2015). Así, las escenas evolucionaron hasta representarse de forma mucho más compleja.
Las tumbas privadas incluyeron numerosas representaciones cinegéticas durante el Reino Antiguo y el Reino Medio. Se considera que estas disponían de dos funciones clave en el contexto funerario. La primera, garantizar la prosperidad en el más allá mediante la obtención de recursos; y, en segundo lugar, reafirmar el estatus social del difunto, evidenciado tanto por el tiempo libre que podía dedicar a esta actividad como por los medios económicos necesarios para incluir dicha representación en su tumba (Leprohon, 2015).
Si bien esta tipología de representación también se dio durante el Reino Nuevo, la élite de la temprana Dinastía XVIII, como Userhet (TT56), dejó evidencia de su participación en la actividad cinegética empleando el carro ligero, una innovación tecnológica que simbolizaba poder y prestigio (Navaz Ayesa, 2024). Finalmente, durante la Revolución de Amarna y el Periodo Ramésida, ocurrió un descenso de estas representaciones a favor de las funerarias, tributarias y profesionales (Sabbahy, 2018).

Durante el Bronce Tardío, los faraones también elevaron la caza a la categoría de pasatiempo real y plasmaron sus hazañas en diversos templos. Entre estos destacan: Deir el-Bahri, donde Hatshepsut se representa pescando y cazando aves desde una canoa; el templo de Armant, que muestra un rinoceronte inmovilizado; el templo de Karnak, con escenas de Tutmosis III cazando hipopótamos y, posiblemente, de Tutankamón cazando con carro y enfrentándose a toros salvajes; Abydos, donde Seti I y su hijo capturan un toro con un lazo; y Medinet Habu, que incluye múltiples escenas de Ramsés III cazando leones, toros, asnos salvajes y animales del desierto.
Estas imágenes, consideradas como préstamos iconográficos de las tumbas de la élite, fueron también empleados como herramientas ideológicas, pues no sólo mostrarían públicamente la destreza física de los monarcas, sino también funcionaban como extensión de la smitting scene y su función apotropaica o protectora contra el mal. En esta representación tradicional y obligada del discurso regio, que puede hallarse habitualmente en los pilonos de los templos, el faraón aparece sosteniendo una maza sobre sus enemigos mientras les sostiene del cabello (Das Candeias Sales, 2017). A través de este gesto, mantenía «a raya las fuerzas impuras y caóticas del mundo exterior (isfet), y proclamaba el poder del rey y su papel en el mantenimiento del orden cósmico (maat)» (Robins, 1997, p. 131).

La relación entre la caza y la religión es crucial para entender su importancia en el contexto egipcio. Animales salvajes como hipopótamos, burros y leones eran considerados fuerzas desestabilizadoras o encarnaciones del caos, vinculadas a deidades como Seth. Por lo tanto, su caza no solo tenía una dimensión práctica, como proteger cultivos o ganado, sino también una función política y religiosa al reafirmar el poder del faraón y su rol divino como encargado de restaurar el orden (Farid et al, 2018; Maydana, 2017). De manera paradójica, a pesar de que los leones representaban una amenaza considerable, sus atributos se utilizaron para simbolizar al monarca egipcio, quien, en el escenario internacional del Bronce Final, también era visto como un formidable adversario.

Esta asociación simbólica se extendía incluso a la iconografía militar. En determinados contextos formales, los enemigos extranjeros («los otros») eran representados como animales que debían ser dominados y masacrados al presentarse como amenaza para la estabilidad egipcia (Fleuren, 2019). El ejemplo más representativo de esta transferencia simbólica se encuentra en los relieves de Medinet Habu, donde Ramsés III aparece cazando leones, toros salvajes y otros animales del desierto, que simbolizarían a los Pueblos del Mar, los levantinos y los libios (Hamed, 2015).
En conclusión, las representaciones de caza en el Antiguo Egipto iban más allá de la mera documentación de una actividad. Eran un poderoso medio de expresión ideológica, reflejando la relación del faraón con el orden cósmico, su dominio sobre la naturaleza y su rol como líder. Tanto en tumbas como en templos, estas escenas consolidaban la autoridad del faraón y la élite, mostrando una interconexión entre lo terrenal y lo divino.
Bibliografía
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Hamed, A. E. A. (2015). Sport, Leisure: Artistic Perspectives in Ancient Egyptian Temples (Part II). Recorde, 8(1), 1-28.
Incordino, I. (2016). Hunting at the time of the emergence of the Ancient Egyptian state. En I. Micheli (Ed.), Materialidad e identidad. Artículos seleccionados de las actas de las Conferencias ATrA de Nápoles y Turín 2015. EUT Edizioni Università di Trieste, 125-136.
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Robins, G. (1997). The art of ancient Egypt. Harward University Press.
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