La cultura ibérica (ss. VI-I a.C.) fue una de las entidades más relevantes de nuestra Protohistoria. Estas comunidades se distribuían por gran parte de la actual península ibérica, desde Andalucía, todo el Levante mediterráneo, penetrando hacia el interior tanto en la Meseta sur como por el valle del Ebro.
En este texto analizamos, aunque de manera sucinta, una de sus expresiones materiales y simbólicas más notables: su vestimenta. Concretamente, la manera de vestir femenina añadiendo a este objeto de estudio una metodología en particular: la Arqueología de Género. De lo general a lo particular, desde hace ya tiempo, se asiste a la configuración de una nueva disciplina denominada Historia de género o Historia de las mujeres, cuyo motivo principal es confeccionar un nuevo discurso integrador que englobe a hombres y mujeres, utilizando para ello nuevas aproximaciones metodológicas en la interpretación histórica y así poder avanzar en cuestiones de género (Díaz-Andreu, 2005, p. 13). Dentro de esta tendencia, podemos encuadrar la Arqueología de Género. Esta novedosa línea de investigación surge a finales del siglo pasado y supone, según Prados (2007, p. 218) «una nueva perspectiva, cuya meta es conseguir un estudio de las relaciones de género en el pasado, siendo imprescindible para su análisis, que las mujeres se conviertan en objeto de conocimiento de la etapa histórica que se desee estudiar».
Para nuestro cometido, son las fuentes iconográficas las que nos han legado la información necesaria. Sobre todo, la estatuaria ibérica, aunque también la cerámica (Ruiz, 2019) son los fundamentos sobre los que obtenemos las informaciones consignadas a continuación.
Antes de ello, es preciso recordar que dentro de los estudios de la mujer ibérica sobresalen las aportaciones de autoras como Izquierdo (1998, 2001, 2008), Prados (1988, 2007, 2008), Aranegui (1996, 2008 a y b, 2010, 2011), Rísquez, García y Hornos (2010), Rísquez (2016) o Rueda (2007, 2013), entre otras.
Gracias a todo ello, sabemos que la vestimenta femenina es una pieza clave en la identificación de las mujeres aristócratas de esta cultura. El tejido es un objeto de prestigio y en todos los casos es considerado un elemento que refleja su poder, además de una prueba de progreso técnico y económico, así como una valiosa fuente acerca de esta cultura (Gabaldón, 2002, p. 4).
La vestimenta ibérica femenina posee influencias procedentes del ámbito fenicio, griego y quizá, y en menor medida, etrusco. En opinión de Bandera (1977, p. 261), los mantos y velos se asemejan sobre todo a los representados en las terracotas de Chipre, Jonia y Grecia. Además, estas variadas influencias se aprecian por ejemplo en las clásicas túnicas íberas rectas o lisas, con escote redondeado y mangas cortas, y en parte también en las túnicas plisadas. Ambos formatos tienen semejanza con las del Peloponeso e incluso con modelos más antiguos como los que vemos en las terracotas púnicas de Ibiza.
Vistiendo a la dama: velo, túnica y manto
La indumentaria establece diferencias en cuanto a la edad de las mujeres ibéricas. A través del tejido se ha podido determinar la diferencia entre la juventud y la edad adulta (Izquierdo, 2001, p. 289). A la mujer adulta se le representa con mitra, velo, túnica hasta los pies y manto; la joven íbera aparece con las trenzas, sin velo y con manto.
De tal manera, hay tres prendas fundamentales que podemos analizar a través de la iconografía: el velo, la túnica y el manto. Los velos sobresalen por su amplia representación en la plástica femenina del arte ibérico. De hecho, es rara la figura femenina que aparezca descubierta, sin velo, sobre todo, en el caso de la escultura en piedra. Su variedad es muy numerosa, aunque podemos diferenciar tres tipos principales según Bandera (1977, pp. 282-287): en primer lugar, el velo corto. Es de pequeño tamaño y cubre solamente la parte de los hombros. Como ejemplos más destacados citar a la Dama de Elche o la de la Albufereta.
El segundo tipo es el velo semilargo. Cae entre la zona más baja de la espalda y llega casi a las rodillas. Suelen llevarlo figuras que se adornan con tocados bajos o altos o con unas diademas ajustadas a la frente. A su vez este tipo de velo presenta tres variantes: redondeado, rectangular y triangular. Está ampliamente representado y se ve en algunas damas oferentes expuestas en el Museo Arqueológico Nacional, en estatuillas de bronce como la Dama del Instituto de Valencia Don Juan o en terracotas como las de la Serreta y Castellar. Por último, estaría el velo largo. Lo encontramos generalmente colocado sobre el tocado que adorna el pelo. Este velo desciende por los costados y cubre la parte dorsal de la figura, hasta el borde inferior de la túnica o un poco más arriba. Aparece, entre otros ejemplos, en estatuillas de bronce del Cigarralejo (Bandera, 1977, pp. 282-287).
Otra prenda fundamental es la túnica. La representación de la mujer íbera de alto rango portadora de túnicas la podemos hallar en muchos soportes. Bien en las esculturas pétreas como la Dama de Baza, la Dama de Elche o la Dama Oferente del Cerro de los Santos; en numerosos relieves, como la Dama de La Albufereta, y también en las cerámicas, como en el vaso de «La Danza Bastetana». Y en último lugar, se pueden mencionar los exvotos de bronce del Museo Arqueológico.
Normalmente es de lino y es el elemento esencial de estas representaciones femeninas, y se ve tanto en escultura, relieves o cerámicas, ya que es un elemento común para las mujeres independientemente de su edad (Gabaldón, 2002, p. 6). El modelo más representado es la túnica compuesta de una o dos piezas, apareciendo de manera excepcional los conjuntos compuestos por más elementos. Probablemente, estos últimos estarían reservados para celebraciones o ceremonias determinadas.
Las túnicas pueden ser de diferentes tipos: las más sencillas son de caída lisa. El tejido cae pesado y libre hasta llegar a cubrir los pies de la mujer ibérica. No representa pliegues ni otro adorno y sólo existen evidencias para este estilo en la zona de Andalucía y el Cerro de los Santos (Bandera, 1977, pp. 257-267). Pueden ser rectas (formada por dos paños), acampanadas (cuatro paños), asidas con un cinturón que sirve para sujetar el talle de la túnica, o con mangas en punta. El último tipo es la de de cola. En algunas piezas, las túnicas representan una caída en la parte dorsal a manera de pequeña cola. Además de las lisas, también hay túnicas plisadas, labradas y de volantes.
La última gran confección es el manto. El manto es un elemento muy característico de la vestimenta femenina, siendo el principal distintivo de las representaciones de las mujeres adultas de esta cultura (Gabaldón, 2002, p. 5). El tejido empleado podía ser más grueso, como la lana, o más liviano, como el lino. Es la prenda más larga y desciende hasta los pies. Su función es la de cubrir a la dama casi completamente. Podemos observar diferentes tipos como mantos rectangulares, circulares (por la manera de colocarlos) y con mangas, que se compone de una parte que cubre la cabeza a modo de capucha.
Ideología, estatus y representación del poder
Desde la perspectiva de género, observamos como en todas las épocas, vestimenta y adorno son expresiones duales de una realidad simbólica. Las personas deciden manifestarse como individuos o como miembros de un grupo a través de la ropa, los adornos e incluso el maquillaje (Crosgrave, 2005, p. 255), por ello es tan importante analizar la moda en cualquier época (Rodríguez, 2017, p. 14). La función de las representaciones de las aristócratas íberas tenía como objetivo principal la propaganda y la exaltación de las aristocracias (Izquierdo, 1998, p. 10) y eran un elemento fundamental en la escenificación de su poder. Tanto es así, que la mujer ibérica es representada como aristocrática siendo el tejido y otros elementos el reflejo material de dicho rango y poder, siendo la ropa algo fundamental dentro de la fundamentación ideológica de su estatus y en los procesos de legitimación política y social.
Bibliografía
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