Hoy tenemos el placer de hablar con Pablo Garrido González, un destacado arqueólogo y conservador de patrimonio histórico con una notable trayectoria en la Junta de Andalucía. Especializado en la arqueología del paisaje, Garrido ha construido una sólida carrera respaldada por un Doctorado Europeo en Historia y Arqueología por la Universidad de Sevilla.
Desde diciembre de 2018, desempeña el rol de conservador en la Junta de Andalucía, después de haber liderado importantes proyectos como director en Atlas Arqueología y Patrimonio. Entre sus contribuciones más relevantes destacan su participación en investigaciones de gran envergadura como «The Portus Project», «Los paisajes del Guadiamar» y «Smart Architectural and Archeological Heritage», iniciativas que buscan fusionar la preservación del patrimonio con el turismo y la sostenibilidad.
A lo largo de su carrera, Pablo Garrido ha sido merecedor de múltiples reconocimientos, incluyendo el prestigioso II Premio Nacional de Historia en 2004. Además, ha mantenido un fuerte vínculo con la academia, habiendo sido investigador predoctoral y becario en la Universidad de Sevilla, donde ha combinado la docencia con su pasión por la investigación.
- Como conservador de patrimonio histórico en la Junta de Andalucía, ¿cuáles son los mayores desafíos que enfrenta en la preservación del patrimonio andaluz?
Con esto soy muy crítico. Los desafíos son muchos (falta de medios, cambio climático, turismo masivo…), no sé si demasiados para enumerarlos aquí. Pero puedo resumirlos en un problema único, ya que sin duda la raíz de casi todos los males que sufrimos son la falta de concienciación real y de sensibilidad de nuestra clase política hacia el inmenso patrimonio cultural que tenemos y nos toca gestionar. No me refiero tanto a los del ramo que ejercen sus funciones en la hoy Consejería de Cultura y Deporte, que de hecho son muy sensibles porque conocen nuestra realidad, sino a los que al final tienen que liberar los recursos humanos y económicos para garantizar la tutela efectiva de los bienes patrimoniales. Me explico: si Hacienda no transfiere los recursos requeridos, ni Función Pública crea ni dota las plazas necesarias, es porque nuestros representantes políticos no lo luchan, ni cuando se elaboran los presupuestos, ni cuando se enmiendan en el Parlamento. No veo tampoco a una oposición volcada de forma efectiva con estos problemas. Pero, ojo, y aquí es donde voy, no es culpa de los políticos, que es lo fácil. La culpa es de la sociedad ¿Por qué? Porque todos quieren tener los mejores museos y que los conjuntos arqueológicos estén en perfecto estado de policía cuando los visitan, pero después a la hora de la verdad casi nadie lucha de verdad por ello. Las prioridades de la sociedad están mayoritariamente en otro sitio y la clase política, al contrario de lo que se dice siempre, es fiel reflejo de la sociedad. Si no se invierte más en patrimonio, es porque no hay verdadera voluntad política, que puede poner medios para revertir la situación; pero la voluntad nace de la sociedad. Al público más culto esto puede chocarle, pero la realidad social es otra y la mayoría de las personas tienen sus preocupaciones, sin duda legítimamente, en otros sitios que no son nuestros museos ni bienes arqueológicos. Con esto tampoco digo que los técnicos de la Administración seamos estupendos e infalibles, pero sí que, al menos, intentamos hacer lo mejor posible con los medios que tenemos.
- Con su experiencia en arqueología del paisaje, ¿qué importancia tiene esta disciplina en la comprensión y preservación del patrimonio cultural?
Cuando, por resumirlo mucho, empezamos a superar el monumentalismo que venía de la tradición anticuarista, se hizo sobre todo porque al fin pudimos entender la importancia del contexto. Contexto que igual se refiere a una unidad estratigráfica, que a un entorno visual o a un paisaje cultural completo, en sus múltiples escalas. Esto, aunque ha llevado más tiempo, al final se ha plasmado en sucesivos documentos (cartas y convenciones internacionales) suscritos por nuestro país y que, a la postre, se están incorporando a la legislación. Pero vamos tarde. Primero, porque la renovación de nuestros cuerpos legislativos es lenta y los textos están, en su mayoría, obsoletos. Segundo, porque, al hilo de la pregunta anterior, faltan medios para llevarlos a término (y socialmente preferimos un parque temático, aunque sea de carácter «histórico», a un parque cultural). El paisaje es un elemento histórico en sí mismo, esto lo sabemos ya desde hace tiempo, pero seguimos protegiendo elementos singulares, en el mejor de los casos, con un entorno más o menos amplio. Y mientras tanto, en aras del progreso y las energías limpias, una ingente especulación con las plantas solares (y, en menor medida, eólicas) que está alicatando el campo y destrozando nuestro entorno en su vertiente más significante: la parte cognitiva, perceptiva, de nuestro paisaje. Me queda el consuelo agrio de que es una dinámica histórica más que afecta a los paisajes culturales, aunque sea llevándose por delante otras fórmulas más sostenibles.
En resumen: la arqueología del paisaje es la mejor herramienta para entender de forma global nuestra historia, y por tanto, es quizá la mejor herramienta para proteger. Pero estamos llegando tarde y seguimos en el monumento y poco más. Como mucho, al conjunto histórico, siempre sin olvidar alguna feliz excepción en el ámbito nacional y andaluz.

- Ha participado en varios proyectos de investigación. ¿Cuál considera que ha sido el más significativo para su carrera y por qué?
Recuerdo con especial cariño dos, ambos en Andalucía: uno llamado «“Los Paisajes del Guadiamar»” (Sevilla), con Fernando Amores y Enrique García Vargas, de la Universidad de Sevilla, como investigadores principales, y otro de minería prehistórica entre las provincias de Sevilla, Córdoba y Huelva, liderado por la universidad de Tübingen (Alemania). Ambos fueron clave para mí para entender la minería como uno de los principales factores de transformación del paisaje, desde la Prehistoria Reciente a hoy día, así como por el excelente grupo de compañeros y compañeras que además de maestros se convirtieron en amigos: Mark Hunt, Jacobo Vazquez, Jesús Rodríguez, Mario Delgado, Mabel Hernández, Marta Díaz-Zorita, Javier Escudero… Pero además consolidó un grupo de amigos y de trabajo que ha estado unido muchos años y que, a mi entender, ha sido altamente productivo. Lo académico, lo profesional y lo personal, cuando están bien avenidos, mejor y más productivos resultan. Hablo de satisfacción personal y de la alegría de trabajar en lo que te gusta, con gente cuya complicidad es total.
- ¿Cómo cree que las nuevas tecnologías están transformando el campo de la arqueología y la conservación del patrimonio?
Las nuevas tecnologías nos han facilitado la vida, sobre todo en lo relativo a la documentación. Creo que ahora documentamos mejor, por más rápido y por mayor precisión. A la conservación le beneficia de forma directa por dos vías: porque las técnicas no invasivas implican un grado menor de afección si no es necesario intervenir directamente, o hacerlo de la forma más leve, precisa y quirúrgica; y dos, porque aquel patrimonio que está en peligro o va desaparecer, puede ser preservado aunque sea, por decirlo de forma resumida con términos de moda, con su gemelo digital. Gemelo que servirá, más adelante, para mil cosas más, desde recrear algo inexistente con fines múltiples, a emplearlo como alternativa para no exponer el original, etc.
- ¿Qué papel juega la divulgación científica en su trabajo y cómo cree que se puede mejorar la comunicación entre los arqueólogos y el público general?
Con esto también voy a ser muy crítico y, diría, casi contracorriente. Desde que empecé a estudiar la carrera en 1999, hasta hoy, no he dejado de oír a los arqueólogos -universitarios o no- dejar de reflexionar en voz alta y de manera constante sobre la necesidad de transmitir a la sociedad qué hacemos y qué resultados aportamos, porque forma parte intrínseca del propio sentido de nuestro trabajo. Siempre desde una profunda autocrítica. Desde entonces no podría decir el enorme esfuerzo que hemos realizado en actividades y publicaciones de todo tipo para divulgar al máximo nuestro trabajo, desde foros especializados y programas educativos, hasta conferencias y publicaciones para público en general, pasando por jornadas de puertas abiertas en excavaciones y obras. Desde la responsabilidad que ejerzo ahora, puedo asegurar que la mayor parte de la inversión anual en nuestros museos y espacios culturales (conjuntos y enclaves) se lo llevan actividades de difusión destinadas al público general, tales como programas educativos para público escolar, talleres para familias, ciclos de conferencias y visitas guiadas o temáticas de toda índole. Inversión directa muy por encima de las cantidades destinadas a conservación (si bien es cierto que el grueso de éstas se hace desde otros centros directivos), que en 2024 se ha traducido en más de 1000 actividades públicas y gratuitas de difusión en museos y conjuntos gestionados por la Consejería de Cultura. Con esto quiero decir que el compromiso social de difusión es total entre los y las profesionales del patrimonio en general, y arqueólogos y arqueólogas en particular, tanto entre los agentes públicos como privados. Forman parte activa y directa de las políticas de la actual Consejería de Cultura y Deporte.
Cuando decía al principio, sin embargo, que iba a ser muy crítico con esto, me refiero a que hemos llegado a un punto en el que se sigue exigiendo, como si viviéramos en la torre de marfil de las academias, que difundamos más… y no, lo que realmente está pasando es que se nos está pidiendo, de forma consciente o inconsciente, que bajemos más y más el nivel. No que lo adaptemos, como siempre hacemos, a grupos de edad, educativos o perfiles socioeconómicos, no… que lo bajemos al pésimo nivel cultural medio que existe en España y otros países europeos. Nos tenemos que rebelar contra esto, la debacle educativa es notoria y palpable, el nivel cultural -insisto, el medio- va cuesta abajo y sin frenos y alguien tendrá que decirlo en voz alta: seguir bajando el nivel no es difundir mejor, es empobrecer y embrutecer más y más a la ciudadanía. Malos tiempos en que la mera opinión está mejor vista que el conocimiento y que la ignorancia es cada día más objeto de veneración e, incluso, vanagloria. La difusión tiene que frenar esto, subiendo el nivel al tiempo que se garantiza la comprensión para todos los públicos.
- ¿Cuáles son los mayores retos que enfrenta la arqueología urbana en ciudades históricas como Sevilla?
La Arqueología urbana es de las disciplinas que más han aportado y siguen aportando al conocimiento de nuestras ciudades. El nivel técnico y académico es elevado y, en general, los y las profesionales de la Arqueología desempeñan un excelente trabajo en condiciones más que adversas. Es tópico, pero es verdad, en condiciones generalmente muy adversas y laboralmente precarias.
¿Retos? Uno profesional, del que mejor deben hablar otros colectivos, en una lucha en la que ya estuve bastante tiempo y que aún sostengo allá donde puedo. Otro, que es el que me corresponde mencionar ahora, puramente administrativo. No hablo, que también, de los necesarios cambios en nuestro ordenamiento jurídico, sino de las propias políticas de la administración pública cuando ejerce su labor de tutela en el contexto -no sólo, pero de este hablamos hoy- de la arqueología urbana.
Existe un reto de conservación y accesibilidad física y cognitiva. Aun comprendiendo los legítimos intereses de los promotores, privados pero también públicos, lo cierto es que las administraciones generalmente estamos actuando como meros liberadores de suelo. Se recupera la información, insisto, con calidad, y en general cuando se autoriza desmontar los restos suele ser lo razonable, por múltiples factores de conservación, accesibilidad, oportunidad e interés público. Lo que no es razonable es que, en los contados casos en que sí está plenamente justificado ordenar la conservación, en base al precepto que establece que el patrimonio arqueológico constituye, en su caso, una limitación al aprovechamiento urbanístico, no siempre se están adoptando las medidas más valientes o realmente pertinentes. El resultado es una tendencia a conservar poco, en condiciones dudosas o prácticamente inviables o, algo que vemos demasiado últimamente, el abuso del traslado a no se sabe bien dónde, donde los restos quedan abandonados a su suerte, a veces aparcados literalmente en un parque, y lo que es peor, totalmente descontextualizados e incomprensibles para viandantes. Y después, decía antes, se nos pide que sigamos bajando el nivel para que todo el mundo entienda…
No, no es tan difícil conciliar intereses públicos con los privados, sobre todo si está bien fundamentado y, esto sí, si se habla claro y con tiempo para que los agentes privados sepan ab initio a qué se exponen y puedan reajustar sus actuaciones a sus legítimos intereses.
- ¿Qué consejo daría a los jóvenes que están considerando una carrera en arqueología o conservación del patrimonio?
Por una vez voy a ser breve. Que lo hagan, que estudien lo que quieran. La vida está igual de dura para quien estudia como para quien no lo hace, casi para una carrera que para otra. Si les gusta, lo prueban y les sigue gustando, que sigan. Nada da más felicidad que trabajar en lo que te gusta, aun cuando el trabajo sea tan duro y aunque, no por favor, ni mucho menos sea lo más importante. Pero ocupa gran parte de la vida.