Diana Prince, más conocida como Wonder woman o Mujer Maravilla, es el rostro femenino más famoso en el mundo de los superhéroes. Creada en 1941 por el abogado y psicólogo William Moulton Marston, ha sido reclamada, desde sus inicios, como un «nuevo prototipo de mujer» independiente, fuerte, decidida, guerrera e inteligente: la imagen de una diosa amazónica con una fuerza sobrenatural que, tras escoltar a un estrellado Capitán Trevor de vuelta a la Tierra, se convierte en el azote de los nazis.
La necesidad de un nuevo prototipo de mujer la expresaría el mismo autor:
«Ni siquiera las mujeres quieren ser mujeres mientras nuestro arquetipo de feminidad carezca de fuerza, fortaleza y poder…»
The American Scholar, 1944 (Tartakovsky, 2011)
Con esta idea en mente, Marston recurrió a la cultura grecolatina, de la que EE.UU. se reclama heredera, para inspirarse y moldear a su personaje, representante de ese nuevo arquetipo. Por una parte, legitimó la fortaleza y poderes de Wonder Woman haciéndola una Amazona, civilización de la antigua mitología griega compuesta únicamente por mujeres guerreras, cuyo ejército y valor eran conocidos en todo el mundo –tanto, que en el universo mitológico son muchas las ocasiones en las que los héroes acuden a ellas en busca de auxilio militar–. Por otra, otorgó a Wonder Woman el nombre de Diana, contrapartida romana de la diosa griega Artemis, divinidad de la caza, habitante y protectora de la naturaleza, y doncella «virgen» comprometida. La diosa iba siempre acompañada de su arma –un arco– y sus cazadoras, con las que conformaba una pequeña, aunque autosuficiente, comunidad femenina.
Al tomar estas inspiraciones grecolatinas, sinónimo de independencia y fuerza, y revestirlas de simbolismo estadounidense –el traje de la Mujer Maravilla es una reinvención de la bandera–, Marston hace un reclamo: Wonder Woman representa (o debería representar) el nuevo modelo de mujer estadounidense.
Los años 40 ¿un cambio para las mujeres?
El contexto en el que nace Wonder Woman invitaba, desde luego, a la creación de un «nuevo modelo de mujer». La Segunda Guerra Mundial había convertido a EE.UU. en el país proveedor de armamento por excelencia tras la entrada en juego de la Ley Cash and Carry de 1939, por la cual se hacía posible la venta de armas a los países aliados en el conflicto. Debido a ello, para responder al gran volumen de demanda, las fábricas tenían que aumentar su producción y, por ende, su necesidad de mano de obra:
Sin embargo, con la entrada oficial de EE.UU. en el conflicto el 7 de diciembre de 1941 tras el ataque a Pearl Harbor, esta mano de obra pasaría a ser reclamada como soldados, combatientes y efectivos para la guerra. Salió entonces a relucir un hecho: era necesario que las mujeres, hasta entonces enfoscadas en su área doméstica, trabajaran.
La propaganda laboral femenina fue abrumadora. No sólo en las fábricas; las mujeres eran reclamadas como enfermeras, guerrilleras, aviadoras, azafatas, etc. Los medios de comunicación pasaron de presentarlas charlando, tejiendo y felices en sus nuevos hogares, a mostrarlas trabajando, ayudando de manera decisiva a la victoria en el conflicto uniéndose al ejército o trabajando en fábricas y campos de cultivo –surgió entonces, por ejemplo, la famosa Rosie, la remachadora–.
Así pues, no es casualidad que un personaje como Wonder Woman naciera en este contexto. Era necesario transmitir valor, fortaleza y utilidad a la imagen femenina, acallada tradicionalmente y, muy ejemplarmente, tras la primera y segunda olas feministas.
La realidad de la posguerra
Estos cambios, sin embargo, fueron temporales. Tras la victoria en la guerra, la mano de obra volvió y con ella se fue la necesidad de ese «nuevo modelo de mujer». Toda la propaganda laboral femenina se esfumó y dio paso a una campaña doméstica sin precedentes. Se reeducó a la mujer desde la publicidad y las escuelas. Las revistas femeninas eliminaron todo rastro de fortaleza e independencia anterior y mostraron a la mujer de nuevo inmersa en el mundo maternal y doméstico, en la esfera privada, con un ahínco que conllevó para muchas mujeres lo que Betty Friedan denomina, en su Mística de la feminidad, como el «mal que no tiene nombre».
¿Qué pasó entonces con Wonder Woman, nacida precisamente en el escenario anterior como «nuevo modelo de feminidad»? A la muerte de Marston en 1947, tan sólo dos años después de la guerra, el personaje quedó descontextualizado y su mensaje, borrado a la fuerza por sus sucesores. El editor Robert Kanigher –más tarde sustituido por Mike Sekowsky– tomó las riendas de la historia de Diana Prince y, consciente de su influencia como «ejemplo de feminidad», la transformó. Wonder Woman perdió sus poderes, colgó su traje, trabajó regentando una tienda de ropa y se dedicó a la conquista del corazón del Capitán Trevor.
Conclusión
Ya en la década de los 70, coincidiendo con los impactos de la tercera ola feminista, la superheroína retomó su papel e historia originales. No deja de ser irónico que las inspiraciones grecolatinas de Marston anunciaran, en cierto modo, este rechazo social.
La barbarie y perversión de los valores naturales que demostraban las amazonas al rechazar el mando de los hombres y tomar las mujeres las posiciones y los cargos reservados a ellos, causaban rechazo a los griegos. Por ello, en los libros de Geografía se las situaba muy alejadas de los límites de la civilización conocida, en los confines del mundo –las obras de Heródoto y Demetrio son ejemplo de ello–. Admiradas, pero temidas. Diana Prince, muchos siglos más tarde, compartió su sino: en los márgenes de la sociedad, a la espera de que esta esté preparada para ella.
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