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La música en la Prehistoria

La musicalidad es una capacidad exclusivamente humana, siendo el canto, la danza y la construcción fenómenos universales compartidos por todas las sociedades vivas conocidas (Jiménez, 2021, p. 18). En algún que otro momento, el humano provocó o escuchó un sonido que le resultó digno de destacar, y sintió la necesidad de reproducirlo. Ocurrió entonces el origen de la música, aunque este nunca se podrá conocer, pues «la manifestación sonora más antigua no implica el empleo de instrumentos musicales, sino que se remonta a la emisión de la voz humana y a la percusión corporal» (Sánchez, 2019, p. 198).

Los primeros humanos fueron los que crearon los primeros instrumentos musicales, y por lo tanto, los precursores de la música. Conocer acerca de su origen es saber acerca del principio de algo que todos los días de nuestra vida nos acompaña, y que lleva existiendo mucho más de lo que se cree. Pero, ¿cómo lo estudiamos? 

Métodos para entender el pasado de la música

De cara a la difícil tarea de conocer los inicios de la música, entran en juego diferentes disciplinas que permiten completar el mosaico. 

La Arqueología musical se ocupa de las evidencias materiales (Jiménez, 2021, p 19). Los contextos arqueológicos confirman las interpretaciones realizadas y además, dan pie a hipotetizar sobre los usos y funciones de la música. A partir de los materiales encontrados obtenemos información de la cultura, lo único que nos encontramos con la problemática de si el objeto encontrado es realmente musical o sí está relacionado con su práctica. Se tiene en consideración también las fuentes iconográficas. Nos confirma su existencia, nos da pistas de sus posibles formas de ejecución y permite realizar una construcción organológica más precisa -pudiendo por lo tanto acercarnos más a cómo sonaba-. Sin embargo, debemos realizar las lecturas desde un punto de vista interpretativo y no literal, pues en ocasiones el artista no tiene interés por la representación exacta y detallada de los instrumentos, o quizá no es una imagen exacta de la realidad, sino que puede ser la descomposición de un mito (Garcia y Jiménez, 2011, pp. 86-88). Un ejemplo claro es la Venus de Laussel (fig. 1).

Figura 1. Venus de Laussel. Fuente. Licencia: Photo 120 (CC BY 3.0)

También tendremos la arqueoacústica, que estudia los paisajes sonoros y las características acústicas de los lugares habitados y usados por el humano. Hay resultados reveladores acerca de la importancia utilitaria, ritual o simbólica de determinados sonidos y parámetros acústicos (Jiménez, 2021, p. 19). Sabemos también que los lugares escogidos para plasmar el arte rupestre dentro de las cuevas y abrigos son aquellos que mejor acústica poseen. Si el lugar no es adecuado para la pintura, pero si acústicamente, simplemente lo señalancon un punto rojo. Por otro lado, los espacios en los que la acústica es pobre, se representan carnívoros, mientras que en los que hay buena acústica se dibujan ungulados, animales mamíferos herbívoros cuyas patas terminan en pezuñas (García y Jiménez, 2011, pp.  95-97). 

Otra disciplina es la etnomusicología. Estudia las sociedades vivas que aún conservan costumbres y formas de vida primitivas (Sánchez, 2019, p. 199). A través de la observación de prácticas cotidianas o procesos productivos aplicando las conclusiones del registro arqueológico, se realiza el estudio de la cultura material en grupos humanos actuales para poder entender la «relación entre materialidad y mentalidad» (García y Jiménez, 2011, p. 89).  

Según Angélica Juan, Paula Ramos y Ángela Jimenez (2015), un ejemplo de un rito de una cultura ancestral que ha llegado a nuestros días está en la cultura maorí, en Nueva Zelanda, con su famoso baile de la haka. 

Bajo la mirada etnomusicóloga, la música surgió como un lenguaje que creaba el ser prehistórico y que formaba parte de su vida cotidiana. Ocurría durante la talla de piedras y útiles o cortando troncos de árboles. A modo de actividad lúdica, se desarrollarían las percusiones rítmicas y el interés por la imitación de sonidos de la naturaleza de forma vocal (Sánchez, 2019, p.  199). 

Por último, encontramos la arqueología experimental. Esta se aplica a la arqueomusicología, y a través de la realización experimental de lo que se cree que es un instrumento musical, se plantea una hipótesis para discernir si es o no un instrumento musical, cómo es el proceso de fabricación y la morfología exacta, cuáles son los recursos musicales y las posibilidades acústicas o sonoras, y por último, cuáles son sus usos y funciones (García y Jiménez, 2011, p.  95). 

Instrumentos

En cuanto a los materiales, hay más de los que se puede llegar a suponer. Pero, hay dos circunstancias principales que impiden su conocimiento: su posible fabricación en materiales perecederos y la existencia de objetos musicales cuya morfología no responde a los tipos habituales (Baena et al., 1997, p. 1). Además, las opiniones de un mismo objeto son diferentes entre los especialistas. Puede ser dudoso en algunos casos dado a una serie de procesos naturales como abrasiones mecánicas, alteraciones químicas o la acción de carnívoros o roedores que modifican el aspecto. (Moreno et al., 2015, p. 66).  

Membranófono es un instrumento que produce sonido a través de la vibración de una membrana o parche (Sánchez, 2019, p. 202). Se sospecha del uso de tambores en el Paleolítico. Quizá los artefactos de asta conocidos como bastones de t fueran baquetas para los tambores, así como los vasos de cerámica sin fondo o con orificios pudieran ser la base de los mismos (Jiménez, 2021, p. 22-23).

Un cordófono es el que genera sonido por la vibración de las cuerdas. No existen pruebas de su existencia, aunque parece que el más sencillo derive del arco. Igualmente, existen iconografías de instrumentos de cuerda complejos y sofisticados en Mesopotamia y el levante del Mediterráneo a partir de la segunda mitad del IV milenio a.C, lo que conllevaría una larga tradición constructiva (Jiménez, 2021, p.  23).

Los idiófonos producen sonido a través de la vibración de su propio cuerpo. Existen de golpe directo, donde encontraríamos láminas de sílex auriñaciense y quizá un posible uso de formaciones calcáreas en cuevas decoradas provenientes del gravetiense, y de golpe indirecto, con sonajeros -hechos con caparazones de tortugas vaciados- y sonajas (Jiménez, 2021, p. 22). Además de raspadores, rombos, volares y litófonos (Sánchez, 2019, p. 202). 

Existen dos tipos diferentes de aerófonos: los de soplo, como son flautas (fig. 2) o clarinetes de hueso, dendrita de proboscidio o cerámica, y silbatos de hueso de ave, de falange de ciervo, piedra o cerámica; y por otro lado, los libres, como es el caso de las bramaderas (Jiménez, 2021, p. 22). Se cree que las flautas más antiguas se usaban para avisar de un peligro. Más tarde evolucionarían añadiendo orificios, lo que parece indicar una inquietud por conseguir una mayor variedad de sonidos (Sánchez, 2019, p.  202). 

Figura 2. Flauta paleolítica auriñaciense procedente del yacimiento de Gißenklösterle. Fuente. Licencia: José-Manuel Benito Álvarez (CC-BY-SA-2.5)

Los huesos perforados o flautas son los instrumentos más encontrados. Suelen estar fabricados a partir de diáfisis de huesos largos de animales de tamaño pequeño o mediano, como las aves, liebres o ciervos. Además, la materia prima parece ser la clave para conseguir el mejor sonido. Se tiene cuidado a la hora de la selección de especies, así como de las partes anatómicas y el estado de la materia prima -trabajo en fresco- (Baena et al., 1997, p. 3).

Conclusiones

El largo y extenso periodo de tiempo que hemos denominado prehistoria no fue silencioso ni mucho menos. Debemos entender que fue el momento en el que la música comenzó a adentrarse en el día a día de nuestros antecesores. Les acompañaban desde su nacimiento hasta la muerte. Ya desde el vientre escuchando ritmos y melodías, hasta una vez ya muertos con canciones que acompañarían ritos funerarios. La música estaba presente durante la caza, imitando sonidos de animales, o mientras aprendían, pues los conocimientos seguramente se transmitieran de generación en generación gracias a una música no escrita. Los más pequeños aprendían cuál era su lugar en el mundo, así como las tradiciones culturales de sus comunidades reforzando el sentimiento de pertenecía a su grupo (del Carmen, 2014, 2009). Algo de lo que no encontramos muchas diferencias a día de hoy con nuestras nanas o canciones infantiles. Y es que, si un Homo neanderthalensis fuese en el metro, lo más seguro es que fuera tarareando alguna canción, de la misma manera que cualquiera de nosotros. 

Bibliografía

Baena, J., González, C.,  & Rubio I. 1997. Etnoarqueología y música: Flautas y silbatos primitivos. Revista de Musicología. Vol. 20, No. 2, Actas del IV Congreso de la Sociedad Española de Musicología: La investigación musical en España.  

del Carmen, M. 2014. Evolución de los métodos pedagógicos para la enseñanza de música a lo largo de la historia. Revista de Ciencias de la Educación, Artes y Humanidades. 28, 147-159.

Elias, O., et al. 2019. La música como estrategia pedagógica. Polo del Conocimiento: Revista científico – profesional, Vol. 4,  8, 242-249.

Garcia, B., & Jiménez, R. 2011. La música enterrada: Historiografía y Metodología de la Arqueología musical. En Viñuela E. (Coord.), Cuadernos de Etnomusicología. (Nº1, pp. 80-109). Sociedad de Etnomusicología. 

Jiménez, R. et al. 2021. Los sonidos de la Prehistoria: Reflexiones en torno a las evidencias de prácticas musicales del paleolítico y el neolítico en Euroasía. Universidad de Barcelona. 

Juan, A., et al. 2015. Las emociones a través de la historia de la música. Universidad de Sevilla. 

Sag, L. 2009. Orígen de la música. Innovación y experiencias educativas. 

Sanchez, V. 2019. Los sonidos del pasado: una aproximación al arte musical en la prehistoria. ArtyHum: Revista Digital de Artes y Humanidades. 7, 195-204.

2 comentarios en “La música en la Prehistoria”

  1. Maria Dolores Rodas Romero

    Muy interesante el artículo, además de ilustrativo para tener un acercamiento al pasionante mundo de la música. Enhorabuena!

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