A lo largo de la historia se ha ido perpetuando una errónea percepción de la Edad Media, pues se la retrató con un periodo oscuro, debido a su profunda vinculación con la muerte. Este hecho se reafirmó en la sociedad a través de plagas, guerras, hambrunas propiciadas por las malas cosechas y las epidemias.. siendo la Peste Negra, iniciada en torno al 1348, la más conocida de ellas por su directa repercusión sobre la tasa de mortalidad de buena parte de Europa.
La muerte será concebida como la gran protagonista del medievo pues esta determinará un papel fundamental en el desarrollo y entendimiento de esta nueva cultura forjada a través de la religiosidad, la espiritualidad y la guerra.
Por su parte, la filosofía será una herramienta fundamental para el pensamiento medieval, la cuál se verá impulsada por la fuerte concepción de la muerte, que a su vez enlazaba de manera directa con la ferviente creencia basada en la concepción dual vinculada intrínsecamente con la figura de Dios y lo divino.
En este sentido, el mundo será concebido de manera dual: el celestial y el terrenal, donde, en un primer término, el mundo conocido por todo mortal y creyente será administrado por el reino invisible, dirigido y encabezado por la figura de Dios. En contraposición del primer mundo, la tierra será concebida como un prueba a superar, pues el hombre medieval sabía que debía prepararse en vida para su buena muerte, y con ella, pasar al mundo celestial a través de la fe y los siete sacramentos eclesiásticos.
A su vez, la muerte fue concebida como una mera desvinculación entre el cuerpo y el alma, pues el alma era entendida como el medio necesario para alcanzar una vida mejor, ya que al morir volvías a renacer en el mundo de lo divino; es decir, el mundo celestial.
Todo esto dará lugar a todo un cómputo de textos y fuentes vinculados de manera estrecha con este fenómeno biológico, siendo el más conocido lo que se conoce en latín como el «Ars Moriendi» que traducido, sería algo como «El arte del morir».
Esta reiterada situación impulsará el desarrollo de un rico programa iconográfico, cuyo lenguaje estará íntimamente reforzado por el rostro de la calavera como sinónimo de la defunción, siendo la causa y origen de la denominada «Danza macabra». Este nuevo género artístico apareció aproximadamente a finales del medievo, entendido como una sátira de la vida efímera. Muchas de estas representaciones se vinculan directamente con las distintas convicciones de la sociedad del momento, pues establecía una clara distinción social y religiosa de todos los componentes representados en la propia escena. (González Zymla, 2019, Paredes Martín, 2014)
La danza macabra se establecerá en la sociedad como un género artístico, pero también tendrá un alto valor literario. Su iconografía suele contar con una serie de elementos incluidos en su representación, los cuales hacen que su lectura sea mucho más descifrable. Es por ello por lo que entendemos estas imágenes como una alegoría de la vida y de los propios placeres terrenales, los cuáles, con el paso del tiempo, desaparecen. (Pérez Gras, 2001)
En esta alegoría de la vida, podemos diferenciar a simple vista dos grupos de personalidades. Por un lado, tenemos la representación de un conjunto de vivos, los cuáles aparecen con cierta rigidez debido al rigor mortis, siendo acompañados por otro grupo de difuntos. Ambas naturalezas convergen en un solo baile cuyo ritmo lo marca el tiempo, siendo este el enemigo natural de la vida.
Cada uno de estos grupos aparecen visiblemente diferenciados por sus ropajes y sus atributos correspondientes así como para el rey una corona, para el clérigo el hábito y para el noble la espada. Estos distintivos serán clave para su entendimiento pues permite al espectador diferenciar a cada uno de ellos. (González Zymla, 2014, Lacarra Ducay, 1999)
Esta representación no solo engloba el poder de cada individuo en la sociedad, sino también, el establecimiento de una jerarquía con respecto a otros. A su vez, los personajes acceden al baile con conductas dispares , haciendo estrecha alusión a las múltiples formas de afrontar la muerte que tiene el ser humano.
Esta fue una de las razones por las que este género fue entendido como una crítica espontánea de la propia sociedad, concibiendo a la muerte como igualadora de toda jerarquía, poder y estamento, y así poder discernir entre lo religioso y lo civil, entre los pobres y los ricos, entre el pueblo llano y la corte. Con ello, se quería explicar que la muerte era capaz de atrapar a cualquier persona indistintamente de su posición social. (Duarte García, 2013)
Conforme a lo dicho previamente, podemos establecer una serie de ejemplos vitales para la comprensión y el desarrollo de dicha iconografía. Una de las primeras representaciones de estas escenas macabras fueron las desarrolladas en los pórticos del cementerio de los Santos Inocentes, en París. Este cementerio tenía una dilatada capacidad ya que en su interior podía albergar a más de un total de 20 parroquias parisinas y por tanto a un mayor número de huesos debido a su limitación en cuanto a superficie.
Sus representaciones fueron fruto de los encargos encomendados por el duque de Berry, quien, tras la muerte de su sobrino, el duque de Orleans, decidió encomendar la labor artística hacía el año 1424. Muchas de estas representaciones se caracterizan por ir acompañadas por una serie de textos relacionados con la propia danza (González Zymla, 1995).
Con posterioridad, ya avanzado el siglo XVIII, el camposanto fue destruido, por lo que actualmente no se conserva nada de su memoria, aunque gracias a las labores litográficas de Guyot Marchant, guardamos algunas láminas de estas representaciones parietales.
Por otro lado, cabría mencionar la célebre danza macabra, localizada en la iglesia de San Nicolás de Tallín, en Estonia. Fue realizada por el pintor alemán Bert Notke, quién en 1463 pintó un total de 24 figuras danzantes pertenecientes a ambos mundos, donde los distintos personajes del estamento privilegiado de la sociedad aparecen ataviados con indumentarias de tonos rojizos y bordados dorados que danzan con una serie de esqueletos y carabelas vestidas con una única túnica blanca como mortaja. Estos personajes destacan sobre un fondo paisajístico detonante de la influencia italiana y el sentido colorista de la pintura flamenca. (González Zymla, 2014)
La iconografía de la muerte se extendió por otras partes de Europa, siendo un claro ejemplo de este fenómeno la representación de la danza macabra de la Iglesia de Hrastovlje donde de nuevo aparecen toda una amalgama de personajes procedentes del mundo terrenal y de ultratumba, encabezando a modo de séquito una encarnación de la viveza. La muerte es entendida como la igualadora social, y estableciendo un sentido banal del poder y la riqueza. (González Zymla, 2014).
Por último, cabría mencionar un ejemplo español situado en Castellón. Concretamente estamos hablando del convento de San Francisco de Morella, uno de los mejores ejemplos conservados de la arquitectura gótica de la costa Mediterránea. En la sala capitular aparece una insólita representación de una danza macabra cuyos personajes pertenecientes al clero y a la nobleza, danzan en torno a un féretro abierto, el cuál deja ver el cadáver de un difunto, haciendo de este un agente pasivo en la acción que se realiza y por tanto, pasando a un segundo lugar.
Para la elaboración de este artículo me he basado en un número total de fuentes y documentos históricos que me han permitido un amplio desarrollo en el ámbito de la investigación. Con este proyecto he querido acercarme de manera estrecha a un rango temporal que, desgraciadamente fue señalado socialmente y sobre todo en su disciplina, pues pasó a conocerse como el periodo oscuro de la historia.
Es por ello por lo que me vi en la obligación de desmentir en cierto sentido este hito que tanto ha marcado y dañado el nombre de lo medieval ya que, toda causa tiene su consecuencia y es por eso por lo que hoy me encuentro aquí. El periodo de la Edad Media, tal y como comenté al principio de este artículo, se vió comprendido por una serie de acontecimientos que marcaron intrínsecamente la personalidad del hombre medieval, el cuál se vió obligado a refugiarse en la fe y su religiosidad.
Los acontecimientos que marcaron a esta sociedad a lo largo de unos 1000 años dieron los primeros pasos hacía un arte caracterizado por la repercusión de la muerte en la sociedad y en su día a día, por lo que la muerte era una amiga, cercana, discreta y fulminante.
Así quedó reflejado en los múltiples manuscritos medievales, los pórticos de las iglesias, cementerios y catedrales, y en la celebración de las festividades.
Bibliografía
Duarte García, I. (2006). Antifeudalismo y carnavalización de la danza de la muerte. Revista de la Literatura Española Medieval y del Renacimiento, 10 (1), 177-192.
Duarte García, I. (2013). Representación de la muerte en la Edad Media y el Renacimiento. Silex Ediciones. Universidad de Chile.
González Zymla, H. (1995). La danza macabra en España. Orígenes y desarrollo de una iconografía. Universidad de Valencia.
González Zymla, H. (2019). La iconografía de lo macabro en Europa y sus posibles orígenes clásicos y occidentales. Algunas manifestaciones del arte español en los siglos XIV, XV y XVI. Revista digital de iconografía medieval, 11(21), 1-53.
González Zymla, H. (2014). Los códigos indumentarios como signo de identidad social estamental en la iconografía de la danza macabra. Universidad de Valencia.
Lacarra Ducay, M.C. (coord.) (2008). Arte y vida cotidiana en la época medieval. Institución «Fernando el Católico».
Paredes Martín, J. (2014). La convivencia de los vivos y de los muertos: origen y desarrollo. Ediciones Alfar.
Pérez Gras, M.L. (2001). Las danzas de la muerte. Ediciones Istmo.
Valcárcel, M.C. (1998). El origen de la danza de la muerte: Observaciones en torno a sus aspectos iconográficos. Universidad de León.
Muy interesante, y muy necesario desmentir el mito de la ‘oscura Edad Media’. ¡Enhorabuena!