No existe una traducción exacta para la palabra filótimo. Los mismos griegos, en la actualidad, no encuentran una respuesta cuando se les pregunta por el significado del término. Suelen responder: «honor», o «darlo todo de sí mismo a cambio de nada». Incluso, una definición cabal que los mismos viandantes helenos suelen manifestar es la siguiente: «Se nace con eso». Y es que el filotismo lo llevan en la sangre. Así lo concibieron los griegos en la más remota antigüedad. Si bien la palabra filótimo no tiene definición, proviene de la raíz griega φίλos, que significa «amigo», y τιμή, cuyo significado es «honor». El vocablo, intraducible en cualquier otro idioma, representa desde hace miles de años una forma de vida para los griegos y abarca los principios y virtudes que han servido de ejemplo a la humanidad a través del tiempo como la ayuda desinteresada al prójimo, la justicia, el respeto, la hospitalidad, la gratitud, la solidaridad, la nobleza, el sacrificio, la honestidad, la lealtad, la verdad, etc. En definitiva, la disposición para obrar con el bien.
El filósofo Tales, nacido en Mileto, dijo: «Filótimo para el griego es como respirar. Un griego no es griego si no lo lleva en su interior. Más vale no estar vivo» (Cicerón, 2018, p. 158). Describe por lo tanto una cualidad ingénita. El bien se hace por la familia, por los amigos, por la comunidad, por los extraños. La confianza es primordial en ellos. Están dispuestos a ofrecer a plenitud las mejores comodidades a sus invitados. Los griegos de hoy presentan las mismas características de aquellos que caminaban por la antigua Grecia; son los herederos de las buenas costumbres, del coraje, de la dignidad, de la lengua que con ligeros cambios aún mantienen viva y pura como legado de sus antepasados.
Uno de los primeros textos donde se encuentra esta palabra es en La República de Platón (2011, p. 28), escrita alrededor del 375 a. C. Allí menciona philotimon (φιλότιμον) en un tono reflexivo y hasta sarcástico: «el amor de los honores», refiriéndose al acto vergonzoso de aquellos que buscan enriquecerse por la codicia. Por su parte, el poeta alejandrino Apolonio de Rodas (1996, p. 251), emplea la palabra philotimeomai (φιλοτιμέομαι) en una promesa de fidelidad, dándole un sentido de «prodigalidad»: Οὐδ’ ἄμμε διακρινέει φιλότητος ἄλλο, πάρος θάνατόν γε μεμορμένον ἀμφικα λύψαι («Y nada nos apartará de nuestro amor hasta que la muerte predestinada nos envuelva»).
Un filótimo posee dignidad y «sentido del deber». Sócrates enseñaba a los hombres que cada cual tiene en el mundo una tarea que cumplir, y que la más elevada es la de buscar la verdad, la justicia y la bondad. Les llamaba a escuchar la voz de su conciencia, ese geniecillo o daimon, que nos advierte cuándo obramos mal. Quien se acostumbra a escuchar esta voz, llegará a ser un hombre bueno: «quien sabe lo que es el bien, hará igualmente el bien». Sócrates había afirmado que la virtud en sí encierra la mayor felicidad. Es decir, la dicha de un individuo consiste en hacer el bien en todo momento, aunque el hacerlo le cueste la vida. La virtud no solo es el camino que conduce a la felicidad, sino la única dicha verdadera. Por su parte, Pitágoras aconsejaba que a nadie se prestara ayuda por desidia, sino por virtud; pero especialmente recomendaba decir la verdad, porque solamente ello podía hacer a los hombres semejantes a la divinidad.
Es precisamente la siguiente historia la que podría describirnos con notable acierto el significado de la palabra «filótimo». Ocurrió en el siglo IV, en Sicilia cuando esta ciudad formaba parte del territorio heleno. Durante el reinado de Dionisio I en Siracusa, un hombre acusó a Fintias de haber conspirado contra el tirano y fue condenado a muerte. Fintias necesitaba tiempo para poner en orden sus asuntos personales y un buen amigo suyo con quien vivía, Damón, se ofreció quedarse en su lugar como rehén mientras el acusado se marchaba a casa, avalando su retorno para ser colgado en caso de que no regresara a la hora prevista. Damón estaba dispuesto, con el mejor ánimo, a ser ejecutado en su lugar.
Esta propuesta noble provocó un gesto hostil y despectivo y hasta burlesco en el monarca, quien por alguna extraña razón cedió y tomó por vicario al valiente amigo, quien, por cierto, era el menor. Llegó el día fijado para la ejecución y Fintias no aparecía. Cuando el fiel compañero del inculpado estuvo a punto de ser sacrificado, se oyó a lo lejos la voz de Fintias. Había sufrido un retraso irrevocable y galopaba raudo a cumplir con su sentencia. Al encontrarse frente a su amigo, se disculpó con él y emocionado se acercó desesperadamente para que no colgaran a su compañero, sino a él, pues volvía para morir. Todos los presentes quedaron atónitos y en silencio. El poderoso monarca se sintió conmovido al ver la enorme lealtad que manifestaron los dos hombres y perdonó a Fintias. Dionisio los abrazó y besó a ambos y les pidió aceptarlo como parte de su amistad. Sin embargo, ninguno de los dos accedió a ello aun cuando el viejo tirano lo suplicó (Cicerón, 2018, pp. 45-46). La magnitud de la nobleza de un muchacho capaz de negar su propia vida por una delación ajena con absoluta confianza, sin temor, y a cambio de nada, pone de manifiesto la fidelidad y el honor.
Siguiendo la línea de las más elevadas acciones nos encontramos con un macedonio de formación griega: Alejandro Magno (Plutarco, 2007). El gran conquistador, criado bajo los estándares de la más alta de todas las virtudes como discípulo del filósofo estagirita Aristóteles, vivió experiencias abrumadoras. A la edad de veintitrés años, un hombre simple, un mendigo llamado Leucus, se le acercó y le pidió unas monedas por caridad. El monarca se volvió, lo miró fijamente y sin dilación le prometió que le daría una ciudad cercana de su reino para que la gobernara. El pobre hombre rió desconfiado, aparentemente creyendo que el rey se estaba mofando de él, pero entonces Alejandro Magno le dijo: «No piensas a quién estás pidiendo, Leuco, es Alejandro Magno el que te la da. La dádiva debe ser digna de mí, no de ti». La impronta del hegemón de Grecia llegó aún más lejos: cada vez que se encontraba un pozo de agua, bebía el último, después de todos sus soldados. La generosidad de Alejandro nos muestra su lado sensible. Era un ser compasivo. En su forma más sencilla, «hacía el bien». Por sus excelsas cualidades, Alejandro era filótimo.
La palabra philótimo está asociada al honor. Para los griegos la molicie era tan vergonzosa como la ignorancia y la indolencia. Esta trilogía indicaba una falta de cultura y de educación. Hay que recordar que lo más importante de la celebración durante las competiciones era la distribución de premios, no por el valor intrínseco del galardón, pues los vencedores solo recibían una corona de laurel, sino por el honor imperecedero que se obtenía.
Se concluye entonces que ningún filósofo en la antigüedad nos ha dejado la definición de philótimo. La palabra fue y seguirá siendo un enigma. Filótimo no es solamente una característica loable, es un estilo de vida, es sabiduría. El griego sabe que debe hacer el bien porque es su deber, por respeto a sí mismo, por sus semejantes, por su patria, por sus ancestros.
Bibliografía
Apolonio de Rodas (1996). Argonáutica (traducción de Mariano Valverde Sánchez). Editorial Gredos.
Cicerón. M. T. (2018). Los deberes. (traducción de Ignacio J. García Pinilla). Biblioteca Clásica Gredos.
Platón (2011). República (traducción e introducción por Antonio Gómez Robledo). Universidad Autónoma de México.
Plutarco. (2007) Vidas Paralelas. Tomo VI, Alejandro y César (traducción de Jorge Bergua Cavero). Biblioteca Clásica Gredos.
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