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España en la Segunda Guerra Mundial: La tentación del Eje

Rápidas conclusiones se observan muchas veces sobre la posición política española durante la Segunda Guerra Mundial: España era amiga de las potencias fascistas, Alemania e Italia, y como tal era «facha». Tan extendida está dicha afirmación que creo que la postura diplomática española en los primeros años de la mayor contienda de la Historia merece una mayor contextualización y desarrollo.

Bien es conocida la mala situación geopolítica de España a finales del siglo XIX al quedar relegada a unos pocos dominios coloniales en África. El sueño imperial se había desvanecido y solo la intervención en el Marruecos español parecía salvar el prestigio nacional, especialmente para el Ejército. Uno de sus componentes sería clave en el devenir de la historia de España del siglo XX: Francisco Franco. Católico y conservador, se había forjado en África con una destacada carrera militar que le valió, junto con su oportunismo en los difíciles años de la guerra civil, para erigirse como la máxima personalidad política española.

Tras el final de dicha contienda en 1939, el régimen franquista triunfante había sellado una estrecha amistad con las potencias fascistas como consecuencia de la implicación directa de estas en la guerra y de las similitudes ideológicas con sectores del franquismo. Desde entonces el destino y la supervivencia de estas naciones estaría unido, compartiendo de esta manera el objetivo final de una reordenación de Europa que rechazaba las democracias liberales y el comunismo, y así elevarse a sí mismas en la posición que históricamente debían ocupar según sus criterios patrióticos exaltados (Tusell y Queipo de Llano, 1985, pp 28-31).

Especial sería la relación que mantendría con la Italia de Mussolini, tanto por la admiración de los sectores falangistas por el modelo fascista —que los italianos querían replicar en España—, como por la deuda contraída con esta. La realidad era que el Duce pretendía afianzar una relación paternalista sobre España para subordinarla a sus intereses; los cuales tenían como fin último erigirse ambas como potencias del Norte de África (Tusell y Queipo de Llano, 1985, pp. 10-22).

Figura 1. Serrano Súñer, Franco y Mussolini en Bordighera (Italia). Fuente.

Tan palpable era dicha vinculación diplomática que, en los primeros meses del conflicto mundial, ambas naciones se declararon neutrales ante su inicio —bajo los intereses de Alemania— no deseado, puesto que esperaban que acabara por extenderse temporal y territorialmente más allá de Polonia (Preston, 2002, pp. 429). Para España además el pacto germano-soviético, que permitía la expansión del comunismo en el corazón de Europa, supuso un mayor acercamiento con los italianos, hecho que siempre fue de recelo para los alemanes (Tusell y Queipo de Llano, 1985, pp. 79-91).

Ante esta política exterior de creciente supeditación a Italia jugó un papel fundamental el Ministro de la Gobernación, Serrano Súñer, cuñado de Franco y gran figura del falangismo en estos primeros años de guerra debido a su creciente influencia política. Representaba a esa derecha revolucionaria que pretendía consolidar la fascistización en la España conservadora y aumentar su inclinación con el Eje para entrar en la contienda mundial (Egido León, 2005, p. 109; Moradiellos, 2011, p. 2).

Sin embargo, la política exterior española sería más enfangada todavía, pues también existían sectores conservadores más proclives a la neutralidad, e incluso más cercanos a los Aliados, bien representados por el Ministro de Asuntos Exteriores, Gómez-Jordana, y que en buena medida se oponían a esta tendencia fascista en España. Ambas figuras principalmente darían lugar a numerosas crisis de gobierno entre falangistas y militares por el poder; donde un moderado Franco se erigía como intermediario y se convertía en el verdadero triunfador de esta dicotomía de la dictadura (Egido León, 2005, p. 118; Tusell y Queipo de Llano, 1985, pp. 23-42).

En una de estas crisis Serrano acabaría imponiéndose en otoño de 1940, provocando de esta manera, que la postura española fuera aún más notoria con el Eje (Tusell y Queipo de Llano, 1985, pp. 105-106). Sin embargo, hay que tener en cuenta que solo se trataba de una identificación con estas naciones, ya que no existió ningún tratado militar que adhiera España con estas potencias; únicamente gestos destacados como la salida de la Sociedad de Naciones, la firma del Pacto Antikomintern contra el comunismo o incluso su ayuda durante la guerra (Tusell y Queipo de Llano, 1985, pp. 32-38).

Figura 2. Voluntarios de la División Azul en la Unión Soviética. Fuente.

En cualquier caso España, que no quería quedarse al margen de la victoria del Eje, especialmente desde la entrada en la guerra de Italia en junio de 1940, se declaró no beligerante como previo paso a la intervención militar (Egido León, 2005, pp. 105-106). Tras esto se movilizó al Ejército en sus fronteras (aunque siempre se ha defendido el carácter defensivo ante la posibilidad de un ataque de los Aliados desde el Norte de África y Portugal) y ocupó Tánger, ahora dentro del protectorado español de Marruecos (Tusell, 1995, pp. 167; Tusell y Queipo de Llano, 1985, pp. 120-153).

Desde entonces, fueron constantes las conversaciones diplomáticas del Eje para que España entrara en la guerra, ya que la prensa falangista alentaba a ello y las respuestas de las autoridades posicionaban al país cerca de esta en caso de necesidad de sus aliados (Egido León, 2005, p. 117; Tusell y Queipo de Llano, 1985, pp. 128-129).

A pesar de ello, la tónica general fue la cautela de Franco ante las circunstancias del momento, incluso cuando parecía más probable la intervención (especialmente tras la derrota francesa y la esperada en Reino Unido en junio de 1940), ya que era consciente de que las condiciones para otra guerra eran pésimas (Tusell y Queipo de Llano, 1985, pp. 139-146). Buen apunte de ello dejó Mussolini: «¿Cómo se lleva a una guerra a una nación que tiene reservas de pan para un día?» (Tusell y Queipo de Llano, 1985, p. 214). Así lo hicieron saber en numerosas ocasiones, destacando momentos claves como las entrevistas de Franco en Hendaya (Francia) con Hitler en octubre de 1940 y la de Bordighera (Italia) con Mussolini en febrero de 1941 (Egido León, 2005, pp. 109-110).

Figura 3. Himmler y Serrano junto a otras autoridades alemanas y españolas en Berlín (Alemania). Fuente.

El pretexto siempre fue el mismo: España parecía estar dispuesta a entrar en la guerra, pero bajo una serie de condiciones previamente acordadas y en el momento más adecuado. No le valía únicamente con la toma de Gibraltar (imprescindible para el control geoestratégico del Estrecho), sino que se exigía principalmente la ampliación del Marruecos español y una importante ayuda alimentaria y militar para iniciar las hostilidades (Egido León, 2005, pp. 107-108; Tusell y Queipo de Llano, 1985, pp. 184-205).

Una conocida respuesta del Führer ante el rechazo de las reivindicaciones españolas resume muy bien la falta de entendimiento de las partes: «Antes preferiría dejarme arrancar tres o cuatro dientes» (Tusell y Queipo de Llano, 1985, p. 199). Y es que Hitler veía que España exigía más de lo que podía ofrecer (Moradiellos, 2005, p. 133).

Sin embargo, ante la realidad de que la contienda se tornaba contra el Eje en el invierno de 1942-1943, España —siempre alentada económicamente por los Aliados que temían que dicha intervención fuera real— tendería progresivamente a una necesaria neutralidad, ahora de la mano de Jordana, hasta el final del conflicto; y así intentar pasar desapercibida de los contactos que tuvo con los derrotados de la guerra (Moradiellos, 2011, pp. 1-3; Tusell, 1995, pp. 331-334).

Conclusión

Sin lugar a dudas, España estaba posicionada y vinculada con las potencias del Eje durante estos primeros años de Segunda Guerra Mundial (1939-1942), pero no podemos afirmar que interviniera oficialmente. La realidad económica del país distaba de poder hacerlo esperando una victoria por cuenta propia, de ahí las reivindicaciones imposibles de aceptar por parte de Alemania. Quizás esa fuera la estrategia de Franco, decir que quería entrar en la guerra para no hacerlo nunca o solo cuando ya estuviera decidida (Egido León, 2005, p. 109).

Así mismo tampoco se puede declarar que en aquellos años la dictadura fuera fascista, pero sí que estaba en proceso de serlo si los sectores falangistas finalmente se hubieran impuesto a la derecha conservadora. El curso de la guerra obligó a virar ideológicamente y definió en las décadas siguientes lo que sería una dictadura militar autoritaria con gran apego al catolicismo y a la Nación.

Bibliografía

Egido León, A. (2005). Franco y la Segunda Guerra Mundial: Una neutralidad comprometida. Ayer, 57(1), 103-124. 

Moradiellos, E. (2005). Franco frente a Churchill: España y Gran Bretaña durante la Segunda Guerra Mundial. Ediciones Península.

Moradiellos, E. (2011). Franco y la Segunda Guerra Mundial. Revista de libros (172). https://www.revistadelibros.com/franco-y-la-segunda-guerra-mundial/ 

Preston, P. (2002). Franco. Caudillo de España. Grijalbo.

Tusell, J. (1995). Franco, España y la Segunda Guerra Mundial: Entre la neutralidad y el Eje. Temas de Hoy.

Tusell, J. y Queipo de Llano, G. (1985). Franco y Mussolini: La política española durante la Segunda Guerra Mundial. Ediciones Península.

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